El concierto de Rufus T. Firefly me dejo jodidamente bien.

Al salir, tras el concierto de Rufus T. Firefly , me sentía menos miserable. 

Hay situaciones en la vida que son memorables. Da igual que lo esperes o planifiques, nunca llegan así.Llegan sin esperarlo, pero cuando ocurren, o mejor dicho, cuando están ocurriendo o acaban de ocurrir los reconoces sin fisuras, con total claridad.

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El final del concierto de Rufus T. Firefly ejecutando “Rio Wolf” lo fue, después de un concierto fluido y maravillosamente estructurado, nos inyectó un subidón de alegría o felicidad. Y se borró, de repente, el “Estoy a mil jodidas millas de estar bien”.

Uno quisiera ser parte de la historia de una de esas fotos donde la gente se divierte, se besa y ríe. 

Luces, sonidos, alcohol y brincos se conjuraron para acariciar por un instante la inmensidad. 

Porque ellos habían venido a darnos todo su amor.

El trabajo sensorial del grupo, con mimo, esfuerzo y dedicación, es encomiable. Además, esos guiños o alusiones a la cultura contemporánea con títulos, frases y referencias cinéfilas memorables.

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Destaco en el concierto Julia Martín-Maestro la batería, que brilla como una estrella con esa mágica sonrisa y enorme sencillez, desde el golpe más sutil y delicado hasta el más grave y consistente. Una de sus improvisaciones fue gloriosa. “Última noche en la tierra”.

Julia te deja inmediatamente obnubilado, no puedes dejar de mirarla. Es una batería de la hostia.

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Pero no sería justo individualizar en esta banda porque la simbiosis que han logrado alcanzar ese bajo de Miguel de Lucas, Rodrigo a los teclados, y la guitarra de Carlos, todo alrededor de Víctor Cabezuelo el maestro de ceremonias.

Y sobre todo la entrega, disfrute y buen rollo que desprenden, todo al unísono.

 Cuando recibí mi vinilo en casa, ese alegato en defensa de la naturaleza, el arte y el amor, acompañado de esas láminas psicodélicas, flipé. 

Entré para siempre en el universo “Magnolia”. Es sin lugar a dudas uno de los discos del 2017, pero en directo se supera a sí mismo.

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Como bien resaltó un amigo solo había que mirar las caras de satisfacción o disfrute de los asistentes.

A los que nos encanta recibir, percibir sensaciones y tenemos pasión por la música en directo, la fumadilla psicodélica de los de Aranjuez, es un delicioso chute de entusiasmo que cierra por unos instantes todas las heridas y nos hace un rato mejores y más felices. 

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Nos faltó quizá uno de esos covers que he oído que son célebres.

En definitiva melodías envolventes, guitarras psicodélicas, una percusión heroína con gran peso de los teclados y sintetizadores.

Yo no tengo nada claro muchas cosas. Y he perdido muchas veces el tiempo. Es más, si se me diese la oportunidad, quizá lo volviese a perder. Puede que me haya vuelto loco, o viejo, o las dos cosas. Y es que la vida no siempre sale, pero tengo claro el talento de Rufus T. Firefly.

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Y allí me quedé en la Sala 1 del Aguere como cuando acabas de ver una película de estas que te dejan pensando un buen rato tras acabar de verlas, flotando como en una nebulosa.

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Todo el esplendor del universo concentrado en aquella sala.

RUFUS T

 

 

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