Nueva visita de Alejandro Escovedo al foro

Nueva visita de Alejandro Escovedo al foro, cuando no han transcurrido ni dos años desde la anterior, y la primera impresión que obtenemos al llegar a la sala donde presenciaremos su actuación, abunda y redunda en el estereotipo que encorseta al interprete: un artista de impecable y venerada reputación, escandalosamente infravalorado por el gran público. Una nutrida fila de incondicionales (alguno desplazado desde Barcelona) espera que abra sus puertas un auditorio de ridículas dimensiones para alguien de tan lustroso currículo. Nada que objetar al Tempo Club, un elegante y cómodo pub de excelente acústica. Pero cuya elección resulta desconcertante, si tenemos en cuenta que hace apenas año y medio, el artista tejano lograba abarrotar un emplazamiento que triplicaba en aforo al actual.

Alejandro Escovedo 2018

Escovedo personifica de manera prototípica el concepto de “artista de culto”. Le han rendido pleitesía, no sólo las grandes figuras contemporáneas de la música popular americana (Lucinda Williams, Calexico, Chuck Prophet…) sino leyendas del Rock’n’Roll como Ian Hunter o John Cale. Ha colaborado con artistas d ella talla de Peter Buck (REM), Tony Visconti (responsable, entre otras cosas de la producción de los mejores álbumes de Bowie) o el mismísimo Bruce Springsteen, y tal y como recogen todas las biografías del músico desperdigadas por la red, la revista “No Depression” lo coronó el músico más relevante de la década de los 90s (cabe no obstante, puntualizar y preguntarse, que “No Depression” es una publicación especializada en música tradicional americana y ¿Quién coño la lee, al fin y al cabo?).

Alejandro Escovedo 2018.

No puedo evitar -en un ejercicio tan estéril como injusto- tras comparar a Alejandro Escovedo con otro artista de orígenes mejicanos y más o menos la misma edad (a ambos les queda menos de un lustro para ser septuagenarios), pero de notable mayor éxito. Me refiero a Tito Larriva. Uno y otro (como tantos otros artistas de su generación a uno y otro lados del Atlántico) comenzaron su andadura musical al amparo del Punk, antes de definir el estilo propio que guiaría sus carreras (un cóctel de música tradicional americana nutrido de los más diversos aderezos, en el caso de ambos). Larriva fundó en 1978 los Plugz, fascinante combo con los que rubricó dos magníficos álbumes (el segundo, “Better Luck”, desprovisto ya de imperdibles y tachuelas). Alejandro, por su parte, fue cofundador tres años antes de uno de los más insignes conjuntos de la historia del Punk estadounidense: los inigualables Nuns. Los abandonó sin participar en la grabación de su primer elepé, del que no obstante es su principal compositor, aunque antes tuvo la oportunidad de ser testigo directo de la desintegración de los Sex Pistols, a los que teloneó en Winterland. La debacle de Rotten y compañía puede tomarse como una alegoría de la extinción del Punk, ya que éste, en California al menos, devino en Hardcore, y cuando tal cosa ocurrió, los pioneros del movimiento como Larriva o Escovedo, recondujeron su creatividad por nuevos derroteros. El primero reconvirtió The Plugz en los Cruzados, en 1984. Escovedo por su parte, creó en 1981 Rank and File (banda que también incluía a otros dos punks reciclados en cowboys, los hermanos Chip y Tony Kinman, provenientes de los Dils. Alejandro les dedicaría años después uno de sus temas). Tras Rank and File, Alejandro dio forma a los True Believers, con los que funcionó hasta que llegaron los 90. Y aquí es donde las fortunas de Escovedo y Larriva divergen, quedándole a uno la duda de si la suerte que corrió uno, no se la merecía más en realidad el otro. Tito Larriva comenzó en 1995 una fructífera colaboración con el cineasta Robert Rodríguez, que tuvo su punto álgido un año después con la inclusión del tema After Dark en “Abierto hasta el Amanecer”. A Escovedo, Hollywood no le ha sonreído (aún); bueno, sí, ha participado en “Veronica Mars” (¿mande?), pero no es lo mismo.

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La comparación entre ambos artistas, debo reconocerlo, es torticera. La producción de Escovedo se me antoja muchísimo más interesante y meritoria que la de Larriva, pero si bien su talento y mestría resultan evidentes a los ojos del connoiseur especializado (de Springsteen a, sí, la revista “No Depression”), no ha producido hasta la fecha un hit capaz de seducir al gran público no especializado. Hasta su hermano pequeño, Javier es más conocido al frente de los Zeros.

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Qué le vamos a hacer. De momento, sentirlo por él, a la par que celebrar de manera egoista la oportunidad de disfrutar de su directo en una sala con capacidad para menos de 200 personas como el Tempo Club.

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Alejandro Escovedo venía presentando “The Crossing”, álbum recién salido del horno grabado al alimón con la banda de la que se hace acompañar en sus últimas incursiones europeas (incluida la que nos ocupa, por supuesto): los italianos Don Antonio (sí, todo el grupo toma el nombre de su líder. Como Bon Jovi mismamente). Fueron precisamente Don Antonio y los suyos los encargados de calentar el ambiente, mientras el cholo más chulo se preparaba para salir a escena. Durante un cuarto de hora más o menos, los italianos demostraron su maestría instrumental ofreciéndonos un muzak de aliento Latin Jazz pero que no se concretaba en ningún estilo definido, y que de prolongarse un rato más hubiese acabado siendo un soberano coñazo.

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Por fin, impecablemente ataviado y rezumando clase y estilo, como siempre, se subía a la palestra el trovador de San Antonio, para regocijo de un público que en ningún caso bajaba de los treinta tacos. De los cuarenta, me atrevería a aventurar. Esa falta de recambio generacional es tristemente habitual en este tipo de conciertos. Pero lo que sí me sorprendió fue la práctica ausencia de músicos de otras bandas entre la audiencia. Alguno había, sí (me acuerdo ahora de Rafa Suñen, cantante de Los Chicos y antes de los Chingaleros).

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Escovedo, por su parte, centró, lógicamente el grueso del concierto en su último disco, del que cayeron, si no recuerdo mal, siete cortes (Teenage  Luggage, Outlaw for You, Sonica USA, Texas is my Mother, Fury and Fire, Footsteps in the Shadow, dejando para el segundo y último bis la propia The Crossing). La compenetración entre el tejano y la banda italiana es total, por lo que aparte de este trabajo, cabe suponer próximas colaboraciones en estudio que saquen más jugo a tan perfecta simbiosis. Aparte, ade sendos cortes de “Big Station” (Sally Was a cop, con la que abrió el recital), “A Man under the Influence” (la inevitable Castanets) y “Burn Something Beautiful”, su penúltimo trabajo, del que interpretó Beauty of Your Smile. Además, rescató nada menos que tres cortes de “Real Animal”, su soberbio álbum de 2008, compuesto a medias con Chuck Prophet, y en el que rinde tributo a su pasado punk en varios cortes (Sensitive Boys, Chelsea Hotel ’78 y Always a Friend, esta última habitualmente versioneada por el Boss y su E Street Band). El primer bis lo reservó para Like a Hurricane, de Neil Young, en la que superó al autor de la misma (y que me perdonen sus fans). En resumen, un lujazo de concierto arropdo por un excelente sonido.

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En realidad, quizá no quepa lamentarse de que el bueno de Alejandro no tenga más éxito del que tiene (mal no le debe ir, cuando hasta George Bush es fan suyo, para disgusto del músico). El día menos pensado, le darán un Grammy latino (¿o se lo han dado ya?) o colará un tema en cualquier bodrio hollywoodiense, y pasará como con Lila Downs, que lo descubrirá “todo el mundo” y se acabará lo de poder disfrutar de sus recitales sobre un escenario de poco más de un palmo y a pocos metros de distancia (tras el bolo, por cierto, se hizo fotos con todo aquel que se lo pidió). Sí, pensándolo bien, y de manera egoísta, que se mantenga siendo patrimonio del underground.

Texto por Daniel F. Marco y fotos por Paula Rodríguez.

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