Hay que tener verdaderos arrestos para publicar un doble álbum de estudio en los tiempos que corren. Aunque a Carlos Caballero y a sus compinches de La Broma Negra eso les importa un bledo. Y deberían tener en cuenta que si doblan la apuesta también es más fácil encontrarle pegas a un trabajo que gustará a sus seguidores más acérrimos aunque quizás no sea el más indicado para los que deseen adentrarse en la discografía de esta banda tan atípica.
Pero un servidor es devoto de las imaginativas letras de Caballero, hombre que responde a su apellido y verdadero artífice de un proyecto que ya lleva treinta y cinco años dando guerra. En sus versos parece que en ocasiones evoque a Quevedo, Góngora, Cervantes o al Arturo Pérez-Reverte del Capitán Alatriste. Al final, tenemos a un autor que habla de sus experiencias, de su manera de ver la vida, como en la emotiva “Primavera, verano, nosotros, invierno” o de esa nostalgia que intenta contener, pero que cabalga libre en “Aquí vivía yo”. Frases como “José Luis Perales podría haber sido mi padre” no las escribe cualquiera y menos envuelta en un sonido que busca cierta épica y que es marca de la casa.
Lo malo de un doble álbum es que acaba resultando imposible la comparación con los mejores ejemplos —el “White Album” (1968) de los Beatles o el “Exile On Main Street” (1972) de los Stones—, pero no parece que a Carlos le tiemble demasiado el pulso a la hora de asumir un reto de ese calibre. En fin, quizás este empeño responda a su título: “Señor, perdónanos por lo que vamos a hacer”. Lo dicho, el mundo es de los valientes.