Concierto íntimo ante una multitud: Zach Bryan brilla en Hyde Park el pasado 28 junio

Hay noches que no se cantan: se gritan, se lloran, se celebran.  Hay noches que no se escuchan: se sienten en el pecho. El pasado sábado 28 de junio en el Hyde Park londinense, Zach Bryan apareció a las ocho en punto de la tarde para regalar a las más de 60.000 personas que abarrotaban el recinto, una de esas noches.

Con una puntualidad británica, cuando el sol todavía doraba las copas de los árboles, y con un cielo despejado, el músico norteamericano, sin necesidad de artificios, sin coreografías ni visuales excesivos, se plantó con una banda inmensa, se podían contar hasta 17 músicos en el escenario, y una honestidad brutal, dejando claro que lo suyo es el tipo de música que no necesita traducción. Lo que ocurrió allí no fue solo un concierto: fue una ceremonia compartida de vulnerabilidad, fuerza y pertenencia. Su voz rasgada rompió el silencio con Overtime, y la multitud respondió coreando cada verso como si fuera propio. En casi dos horas de concierto, presentó un repertorio que osciló entre la energía del country rock y la introspección de sus baladas más sentidas, dejando claro por qué es una de las voces más auténticas del panorama actual.

A medida que caía la tarde, las canciones fueron marcando el pulso de una multitud que no necesitaba instrucciones para entregarse. Godspeed fue una descarga eléctrica de euforia colectiva; Motorcycle Drive By, reescrita en vivo con un guiño a Hyde Park, arrancó vítores como si Londres hubiera estado siempre en su letra. Pero fue cuando llegaron Pink SkiesSomething in the Orange que el parque se volvió íntimo, como si cada uno estuviera escuchando solo, en la habitación de su casa. Zach no cantaba para todos: cantaba para cada uno. Y ese equilibrio entre el rugido del folk y la herida abierta de sus baladas sostuvo al público en una especie de trance compartido. Como si el concierto no estuviera ya cargado de momentos irrepetibles, Zach se encargó de convertirlo en algo aún más humano. Invitó a un joven fan británico, Ollie Hawkins, que se había vuelto viral cantando Heading South en TikTok, a compartir escenario frente a decenas de miles de personas. La emoción era visible, casi palpable, y el gesto, lejos de parecer calculado, se sintió genuino. Más tarde, con la complicidad silenciosa de la noche que ya se hacía notar sobre Londres, sorprendió estrenando Streets of London, una canción escrita apenas días antes y grabada en un estudio de la ciudad. Y, por si aún quedaba aliento, apareció Dermot Kennedy, uno de los principales teloneros de la tarde, para reemplazar a los geniales The War & Treaty (colaboradores en la versión de estudio) en Hey, Driver. Fue un regalo tras otro, sin alardes, sin ego, solo música.

Cuando llegó Revival, el único bis del concierto, extendida en una celebración colectiva de casi veinte minutos con toda la banda en escena, fue evidente que Zach Bryan no solo había dado un concierto: nos había hecho participes de un momento histórico. Hyde Park se convirtió en santuario, con fuegos artificiales cruzando el cielo y la certeza de que estábamos siendo testigos de algo que no se repetirá igual. Lo suyo no es un fenómeno viral ni una moda pasajera. Es una voz que viene desde lo más hondo, que no teme mostrarse vulnerable y que, por eso mismo, logra tocar algo esencial en quienes la escuchan. El sábado, en Londres, fuimos testigos de ese raro milagro: el de un artista que canta como si se fuera a romper, y termina por reconstruirnos a todos.

Fotos Quique Sánchez Zapatero.

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