Blues rock sureño, sangre, polvo y redención: Disponible en plataformas el 7 de noviembre
El caballo vuelve a galopar. Con The Horse and The Hill, su segundo álbum, Montana Stomp firma un trabajo maduro, salvaje y profundamente humano
Grabado y mezclado en Audio Feeling (Zaragoza) por Diego García, el mismo que los acompañó en su debut. El disco suena cálido, orgánico y real: grabado con material analógico de los años 70, priorizando la dinámica dentro del groove y la estabilidad rítmica frente al virtuosismo. Cada tema respira, se sostiene en su pulso y busca ser más musical desde lo rítmico, más verdad que adorno.
Y esa verdad no es casual. La banda tiene cicatrices y kilómetros, un proyecto que aúna músicos de Zaragoza y Elche, algunos de sus miembros han pasado por años de escenarios en bares y garitos, tocando para casuales, turistas y borrachos o —lo que es peor— turistas borrachos, antes de formar Montana Stomp. De esas noches largas y pegajosas, de ese contacto directo con el ruido, el humo y la carne, nace su sonido: curtido, honesto, sin filtros.
Suena como si “Hard Luck Woman” de KISS y “Rose Garden” de Lynn Anderson se hubieran encontrado en un bar de carretera de Texas y hubiesen tenido un hijo bastardo, criado entre guitarras acústicas, humo y bourbon.
Todo el proceso rezuma autenticidad. El arte, diseñado desde cero por Héctor Castañón (Ossobuko Studio), captura el espíritu del disco con un nuevo logo y una estética que late como un símbolo de resistencia.
Y la edición en vinilo, obra de Eugenio López (MadVinyl), es casi alquimia: 200 copias distintas entre sí, únicas, irrepetibles. Un objeto de culto, como el propio sonido del disco. Reivindicando así el formato físico y el ritual de sentarse (o no) a disfrutar un disco como en los tiempos en que esta música reinaba, frente al streaming de usar y tirar. No en vano el disco físico está disponible desde hace ya unas semanas.
El título del álbum y el tema homónimo es metáfora y mantra. El caballo —la banda— llega exhausto al pie de la colina, tentado de rendirse, pero el sauce le susurra: “Tira. Sigue.” Así suena The Horse And The Hill: a esfuerzo, a redención, a cicatriz, a esperanza. Montana Stomp se desnuda y deja que el caballo encuentre su propio camino, sin mirar atrás.

Canciones que respiran tierra, sangre y carretera
“Rock and Roll Wheels” abre el disco como un rugido de motor encendido: rock and roll de carretera, sudor y libertad. Es el ritual que inaugura cada concierto, el disparo que anuncia la estampida. Una patada directa al estómago, un grito de “¡estamos vivos!”.
“Maybe That Day” se desliza por los caminos del blues más elegante. Es clandestinidad, deseo y derrota a media luz, con la guitarra de Óscar Díez trazando frases que duelen como promesas rotas. Y si su apellido lo anuncia, su ejecución lo confirma: Óscar toca del diez. Cada nota lleva alma, cada solo tiene piel.
“Unbroken” es el alma del álbum, el centro emocional donde Susana Colt brilla con una voz que arde y se quiebra al mismo tiempo. Canta desde la herida y la esperanza, desde la mujer que, aun rota, no se rinde. Cuenta la historia del viaje al interior. De tener miedo y, aun así, quedarte. “Escribí esta letra del modo más brutalmente vulnerable posible”, se sincera. Es una plegaria zeppeliana, un blues de redención, un himno que salva. Las primeras frases, como curiosidad, las pronuncia HECATE, la diosa del inframundo: ¿hasta dónde estás dispuesto a llegar? ¿con cuánta fuerza lo deseas? “Me salvó la vida”, confiesa ella, y se nota: cada palabra sangra verdad.
“The Horse and The Hill”, tema homónimo, es una canción de lucha y perseverancia. No busca sonar a nadie, sino a ellos mismos: real, crudo, sin filtros. Es el caballo respirando entre acordes, avanzando cuesta arriba, aunque tiemblen las patas.
“Bourbon Call” es el respiro final, el trago que calma la tormenta. Country de vaso en alto, polvo de madera y sonrisa cansada. Suena como si “Hard Luck Woman” de KISS y “Rose Garden” de Lynn Anderson se hubieran encontrado en un bar de carretera de Texas y hubiesen tenido un hijo bastardo, criado entre guitarras acústicas, humo y bourbon. Es el adiós perfecto: un “seguimos vivos” con los pies colgando del porche y la mirada al horizonte.
“Troubled Sinner” cierra el círculo y arrastra al oyente al río donde todo se purifica. Es el descenso al barro y la salvación por el fuego: un blues pantanoso, oscuro y místico, donde el bajo abre camino como un animal y la voz de Colt invoca lunas y pecados.
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The Horse and The Hill es un disco que late. Combina el southern rock americano, el blues metálico y el hard rock setentero, con guiños al country más clásico. Es un trabajo más maduro, más orgánico y, sobre todo, más sincero, a la vez que abre el abanico sonoro de la banda respecto a su primer álbum.
Susana Colt lidera con una voz de hierro y terciopelo, poderosa como el viento que levanta el polvo de la carretera. Óscar Díez convierte cada cuerda en un latido: precisión y alma, fuego y templanza. Hay que hablar más del tono de la guitarra de Oscar y su calidez.
Beto Foronda y Adrián Garcés forman una base rítmica que truena como un motor de Harley, y Josete Meléndez tiñe el conjunto con teclas que huelen a incienso y psicodelia, generando pasajes muy sugerentes a lo largo de LP.
Montana Stomp no interpreta el blues y el rock, sino que vive en ellos. Y este disco, The Horse and The Hill, es la prueba de que todavía hay bandas que se dejan la piel —y la voz— en cada nota.
Porque, aunque el caballo llegue agotado al río, el sauce siempre le dirá:
“Tira. Sigue, que la colina te espera.”
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fotos: Andrea Silván
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