“Recuerdo una noche en la que un chaval se arrancó su brazo derecho en un intento por ahorrar energía, recibió 50 mil vatios en una enorme torre acústica…” Así arrancó el pasado jueves el concierto del veterano Nick Lowe al irrumpir, impecablemente ataviado con una camisa y unos pantalones de pinzas que le quedaban como un guante, sobre el escenario de la sala Wagon de Madrid. Son las frases con las que comienza So It Goes, que, aunque en su momento no llegó a ser un éxito contundente, el tiempo ha hecho que se encuentre en la memoria musical de muchas mentes.
La bien avenida alianza transatlántica entre los estadounidenses Los Straitjackets y el inglés Nick Lowe que comenzó como una unión momentánea a girar por las salas de todo el mundo en 2019, desembocó en un disco de estudio que vio la luz en 2014 bajo el título Indoor Safari. Ese disco ha servido como un perfecto pretexto para insuflar energías renovadas a los directos de esta fantástica asociación.
El resultado de todos estos factores es impecable y eso es lo que pudimos vivir en la sala Wagon. Una comunión perfecta de estos dos entes.
A través de unas gafas de pasta que parecían haber sido tomadas prestadas del mismísimo Roy Orbison, nos observaba un sonriente Lowe mientras nos invitaba a su fiesta con Went to a Party. Por su parte, Los Straitjackets ocultaban su satisfacción tras esas reconocibles máscaras de lucha libre mejicanas.
Los ritmos cincuenteros de Love Starvation nos dejaron así, muertos de hambre de la energía que emanaban todos los músicos. Y es que no puede haber una visión más cercana a los años cincuenta que ésta, narrar cómo se despierta uno por la mañana completamente solo y en una cama destartalada, pero coreándolo con una alegría inusitada.
Entre canciones del nuevo disco como las tres anteriores y otras de factura más añeja, como Heart, de la época de Lowe en la banda Rockpile o el grandísimo hit del músico, Cruel to be kind, que unió a todo el público en una sola voz ya en la recta final de la actuación.
La velada estuvo plagada de momentos remarcables, como cuando Lowe abandona el escenario, dejando el protagonismo único a Los Straitjackets, que nos hicieron cabalgar a lomos de un caballo junto a Yul Brynner y sentirnos “magníficos” con la banda sonora de The Magnificent Seven. A continuación, continuando con el “break” instrumental, una versión de The Ventures y por último el Venus de Shocking blue; tres piezas en las que la purpurina de esas guitarras deslumbraba, si cabe, más aún.
Cada acorde, cada canción, cada coro perfectamente afinado, fue un regalo para los sentidos, que en muchos casos recordaban a viejas melodías de los Everly Brothers, The Archies, Chuck Berry o The Kinks. Todo ello, sonidos más propios de los años cincuenta y de la primera mitad de los sesenta, que sobrevolaban una sala llena de bolas de espejos gigantes.
El disfrute del público y de los artistas fue tan perfecto y mutuo que, pese a prometer varias veces que I Knew the Bride (When She Used to Rock ‘n’ Roll) era la ultimísima canción, volvieron a saltar sobre las tablas Los Straitjackets en solitario, primero, con una frenética versión del Surfin’ Bird de The Trashmen, y una inesperada When I Write the Book final con Lowe de regreso otra vez, para poner, esta vez sí, el punto final. Y lo sabemos porque… Cotilleamos el setlist a los pies de Mr. Lowe.
