Santi Campos ofreció en El Fotomatón uno de esos conciertos que recuerdan que, a veces, basta una guitarra y una voz para llenar una sala con más verdad que muchos espectáculos llenos de producción. Fue por la mañana, en un ambiente cercano y sin artificios, con un repertorio abierto que fue tomando forma sin lista previa y con el público participando activamente. Treinta años de carrera puestos al servicio de un encuentro que buscó la proximidad sin caer en el exceso emocional.
El concierto arrancó con un gesto que marcó la dinámica de la velada: Campos comenzó cantando desde mitad del público una versión de “Cleopatra, Reina de África”. No subió al escenario ni buscó foco alguno. Simplemente empezó a cantar. Ese inicio, tan sencillo como contundente, desmontó cualquier distancia y convirtió la sala en un espacio compartido, casi doméstico, donde la música circulaba sin intermediarios.
A partir de ese momento, el repertorio avanzó sin guion. Las canciones surgían según las pedía la sala o según le venían a la mano, lo que aportó una sensación de frescura poco habitual en este tipo de repaso de carrera. Entre las más celebradas aparecieron canciones como “Los Torpes o “Vino y diazepam”, pedida desde el público e interpretada con la crudeza que pide la canción incluso a plena luz del día.

El recorrido incluyó referencias a Malconsejo como “Ríe mejor”, una de esas bandas que han conservado un aura de leyenda y que por desgracia no adquirieron la repercusión merecida. Campos fue salpicando el concierto con anécdotas contadas sin nostalgia impostada, hablando con naturalidad, como quien recuerda un trabajo exigente pero necesario, sin dramatizar ni idealizar. Ese equilibrio entre distancia y afecto marcó buena parte del tono del concierto.
Uno de los tramos más destacados llegó cuando sus compañeros de Amigos Imaginarios subieron a cantar con él. Interpretaron canciones como “Lobos e insectos” y “Disco del mes. Momentos breves pero cargados de complicidad, sin grandes gestos ni solemnidad: simplemente volvieron a sonar juntos, con la naturalidad de quienes han compartido muchas horas de local, carretera y escenarios. Fue un recordatorio discreto pero poderoso del peso que ha tenido la banda en la escena y de la conexión que aún mantienen.
Campos también presentó canciones de su nuevo disco ya terminado, incluyendo la inédita “Amor destartalado”, que se sumó al repertorio con la misma naturalidad que las demás. El disco mostró una línea clara: letras directas, melodías contenidas y una forma de abordar lo emocional sin aspavientos. Incluso en versión desnuda, las nuevas composiciones parecieron encajar sin problema dentro de su repertorio.
En El Fotomatón, las canciones sonaron tal cual son: sin retoques, sin estrategias y sin adornos que distrajeran. Un concierto que, sin buscar la épica, encontró su fuerza en la franqueza y en la relación inmediata entre artista y público. Una mañana que demostró que la honestidad musical, cuando es real, no necesita presentación.
Fotos Sara Flores.