Mama Nat & The Blowing Stones: Dylan eléctrico al cuadrado

    Mama Nat & The Blowing Stones es uno de los frutos resilientes de la pandemia. El grupo que debutó anoche sobre las tablas (en la madrileña Sala Fak Club) ha pasado el último medio año dando forma a un repertorio con altas dosis de Dylan. Eso se nota desde el nombre (Blowing por las respuestas en busca de preguntas, Stones por la inmortal pieza de Highway 61 Revisited) hasta un repertorio con Leopard Skin Pill Box Hat, I Shall Be Released, All Along the Watchtower, Blowing in the Wind, Emotionally Yours o Gotta Serve Somebody. El cóctel sonoro se completa con generosas dosis de blues: huellas de Albert King en Born Under a Bad Sign y del otro King, Freddie, en San Ho Zay, más Got My Mojo Working, entre otras.

    La propuesta musical se acerca con atrevimiento a un triángulo perfecto merced a sus sólidos vértices. A la proa está la voz de Mama Nat, surcando en zigzag las procelosas aguas dylanianas con una apabullante colección de registros (se nota que se dedica a dar clases de canto y repasa exhaustivamente el temario de trucos guturales), además es una extraordinaria especialista en scat. Sus imitaciones del trombón o sus piruetas con la voz levantaron aplausos de la concurrencia; a babor y estribor, las talentosas guitarras de Dani Cham y Guillermo Suela (de estreno anoche y más nervioso que un pavo en nochebuena, con querencia Hendrix muy descarada), dos instrumentistas que brillaron con intensidad creciente y una complicidad deslumbrante. El tercer vértice del triángulo fue la sección rítmica que actuó con toda solvencia: Juan Torres, pulso firme y un ukelele convertido en bajo con muescas de haber acompañado a Manolo García, el de El Último de la Fila), y Vicente Molina, con una batería eléctrica algo desvaída que invita a reivindicar los sonidos analógicos, servidumbres de nuestro tiempo. Entre esos tres extremos (voz, guitarras y bajo-percusión), los cinco desgranaron una apuesta singular que se asoma al bardo de Minnesota desde el lado eléctrico, pero elevado al cuadrado.

   Las guitarras se trenzaron de forma admirable en momentos como All Along the Watchtower o San Ho Zay, y volaron de forma imparable a lo largo de la sesión, mientras la voz de Natalia señalaba el sendero a golpe de alaridos o susurros. Lejos de imitar los surcos eternos del bardo que consiguió el Nobel, Mama Nat & The Blowing Stones han preferido explorar nuevos caminos eléctricos que dan otra vuelta de tuerca al Dylan que cambió para siempre tras el Festival de Newport. Es un giro eléctrico al cuadrado lo que se ofreció anoche con distorsiones heterodoxas como la reinvención de Blowing in the Wind, en las antípodas del sonido catequesis que tanto daño ha hecho la pieza en su dilatada historia.

   El público que llenó la sala en tiempos pandémicos agradeció con entusiasmo el derroche de energía y calidad.  Mama Nat & The Blowing Stones son una alegría particularmente oportuna estas semanas de acercamiento al 80 aniversario de Dylan, el próximo 24 de mayo. Anoche quedó claro que el autor de Slow Train Coming es un fuente inagotable de conocimiento que sigue manando a lo bestia, salpicando con esquirlas de belleza la cabeza de músicos en cualquier rincón del planeta y en cualquier circunstancia por adversa que sea. Ojalá se anime Blowing Stones a presentar temas propios: son una promesa cargada de futuro. Como Dylan.

Texto de Miguel López

Fotos y Videos de Ana Hortelano

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