El único disco en solitario de Barry Goudreau («Barry Goudreau» de 1980) es una auténtica gozada. El guitarrista bebe de la banda madre (Boston) para facturar una obra que oscila entre el AOR y el Hard, que no da descanso y que tiene la receta perfecta para evitar el aburrimiento.
El sonido deudor de Boston no es solo por su inconfundible toque de guitarra, sino porque también se hace acompañar de varios de sus compañeros de la nave de Tom Scholz: el inconmensurable Brad Delp y Fran Cosmo (que se uniría a la banda en 1991) en las partes vocales y Sib Hashian a la batería, encargándose el mismo del resto de instrumentos.
Minutaje corto pero muy efectivo, nada de relleno y la dosis exacta de armonía y guitarras al 11 hacen de este artefacto un claro ejemplo de álbum sin grandes pretensiones pero tan adictivo como super disfrutable. What else?…