Van Morrison: “No me apago, no me apago, no me apago”

   Van Morrison (1945, Belfast) ha ofrecido esta semana en la apertura de las Noches del Botánico (Madrid) tres horas exquisitas de música caledónica. El irlandés errante ha estado sublime durante la mitad inicial del primer concierto y mantenido un altísimo nivel en ambas sesiones (4 y 5 de junio) hasta alcanzar la Gloria final.
 
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   El arrollador comienzo demostró la potencia ardiente del mito viviente, valga la rima, que al filo de los ochenta años ha reunido una banda espectacular, con instrumentistas curtidos y conocedores de ese particularísimo territorio Celtic Soul que el irlandés pisó con sabiduría desde el primer latido. Cuando Morrison saca de la chistera la trascendencia astral, la frontera entre las composiciones de toda una vida se desdibuja. En esos inefables momentos de éxtasis, todas las músicas navegan a bordo de idéntico flujo sensorial y las cumbres se engarzan consecutivamente para vertebrar una cosmogonía sonora inigualable. 
 
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   Los primeros tres cuartos de hora del 4 de junio pueden estar entre lo mejor que ha ofrecido en décadas por estos lares en sus visitas a nuestro país (pueden consultarse en https://www.viajeacaledonia.com/conciertos.htm). La potencia vocal se extendió desde el mismo arranque con una escalada abrupta hacia zonas donde escasea el oxígeno y abundan las vibraciones armónicas. En esos albores se acumularon clásicos y también un estreno mundial del nuevo disco a punto de salir del paritorio, Remebering Now (lanzamiento: 13 de junio), con una prometedora Cutting Corners (“Tomando Atajos”) que recordó a la búsqueda de sus mejores tiempos. Van Morrison se aventuró en fusiones sonoras tan emocionantes como Ancient Highway/Rainchek/See Me Throught. En ese bloque reiteró hasta la extenuación el mantra “I don’t fade away” y desveló a la cofradía la gran verdad que quiso transmitir estas noches. La interminable confesión se puede traducir libremente como “no me apago, no me apago, no me apago” o “no me desvanezco, que no me desvanezco, coño” (la interjección es opcional), momento de vuelo deslumbrante que condujo a otros rincones de la extensa geografía vanática, con el apasionante Would do I Do, de Ray Charles en la proa de la exploración celestial.
 
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   La dilatada obra poliédrica del genio desembocó en dos conciertos muy diferentes. El tronco común se mantuvo en las dos actuaciones: Only a Dream, Ain’ t Gonna Moan No More, Broken Record, Days Like This, In The Afternoon (mejor el primer día, pero cortados abruptamente)  o el largo adiós de Gloria. Sin embargo, el rasgo diferencial llegó con el reencuentro el primer día de piezas como Hard Nose The Higway, The Beauty of The Days, Gone By, Back on Top, Moondance o Cleaning Windows/Be Bop a Lula, entre otras maravillas. Para el segundo encuentro, las alegrías más lacrimosas (valga la contradicción) fueron In The Garden, Little Village, If I Ever Needed Someone (una sorpresa de las más agradables en ambas noches) o Jackie Wilson Said. 
 
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   El fuego de Van Morrison no se apaga. No muestra rescoldos que deban avivarse con respiración asistida y se encuentra ahora en las antípodas de la resignación. Esa música es pasión creadora sin principio ni final, un elan eterno y en vuelo libre hacia el silencio que vendrá. Pero todavía no, porque aún resuena en los cielos de Madrid el grito alegre, libre e intemporal, nacido antes que el viento y más joven que el sol: “No me apago, no me apago, no me apago”.
 
Una banda de lujo!
 
La banda que Van Morrison trajo al Botánico fue de auténtico lujo y realzó la brillantez de los directos. Algunos instrumentistas históricos pisaron el escenario madrileño y deslumbraron con su talento, como el trompetista Matt Holland, el simpatiquísimo Alan Wickett (percusión) o el legendario Nick Scott (bajo y contrabajo). Otros nombres de oro fueron John McCullough (teclas), David Keary (guitarras), Chris White (saxo) y Neal Wilkinson (batería). Las coristas Sumudu Jayatilaka y Jolene O’Hara dieron contrapunto perfecto a la voz del León, deslumbrando en sus solos y, sobre todo, en los apoteósicos finales de Gloria de ambas sesiones.
 
Miguel López
Fotos Ana Hortelano
 
 
 
 

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