CRÓNICA DEL BILBAO BBK LIVE 2025

El Bilbao BBK Live no es un festival cualquiera. No se trata solo de aglutinar nombres rutilantes en un cartel y esperar que la magia surja. La verdadera esencia de este evento reside en su entorno, en ese anfiteatro natural que es Kobetamendi, un enclave que transforma cada edición en una experiencia casi mística. Desde el momento en que se asciende por sus laderas, la ciudad de Bilbao se va desdibujando en el horizonte para dar paso a un paisaje de verdes intensos y un aire que promete decibelios.

El Bilbao BBK Live en su 19 edición ha celebrado tres jornadas en las que Kobetamendi se ha transformado en el epicentro sonoro de Euskadi. Desde la primera nota, el enclave y el ambiente fueron, como siempre, una de sus mayores fortalezas: una marea humana vibrando al unísono.

Bilbao volvió a rendirse sin condiciones a su festival. Unas 115 mil gargantas subieron hasta lo alto del monte, con mochilas, botas viejas y la mirada brillante, buscando perderse en medio de ese pequeño universo donde la edad media rondó los 32 años, rebajada un par de escalones respecto a otros veranos.

En este escenario idílico, el festival ha expandido su propuesta musical en los últimos años, abrazando sonidos más electrónicos y vanguardistas, pero el corazón roquero sigue latiendo con su vitalidad innegable. Jarvis Cocker y Amy Taylor dieron buena fe y nos regalaron minutos para el recuerdo.

En la jornada del jueves aparecieron las chicas de Hinds, con el solazo dando de cara y cambio de escenario al Nagusi, a animarnos el empiece de la tarde. Sacaron su arsenal, con su Indie Rock garajero y actitud en un concierto sólido, canciones de sonido clásico que han levantado el escenario principal a los más tempraneros del festival. Sus letras que olían a amistad, a carpetas garabateadas con nombres tachados, a borracheras de «quién te quiere más». Hablaron de desamores, sí, pero también del amor que se celebra bailando con tus amigas.

Y dedicaron su “Just Like Kids (Miau)” a «los hombres de la industria y de la vida, que a las mujeres siempre nos dan una opinión sin solicitarla». El cuarteto madrileño, liderado por Carlotta Cosials (voz, guitarra) y Ana García Perrote (voz, guitarra), que llevan ya más de una década dando caña, nos deleitaron con temas como “Boom Boom Back”, “Hi How Are You”, “Coffee” o “Riding Solo”. Resonaban al indie californiano con su toque descarado y fresco, donde incluso han bromeado cantando algún estribillo de Pulp. Para rematar, han sorprendido al personal con una versión de “Girl, so confusing”, de Charli xcx y han culminado con su primera canción en castellano “En forma”.

La cancelación de Wunderhorse dejo al personal descolocado. La banda británica, liderados por el carismático Jacob Slater, iba a actuar en el escenario San Miguel, pero finalmente no fue posible debido a un problema de salud de uno de sus componentes. Pero aún quedaba noche por delante para remontar el disgusto.

Michael Kiwanuka llegó para alegrarnos el atardecer en una puesta en escena mágica. En un concierto fue delicado e íntimo, la mezcla de rock, folk y soul, nos arropo en una atmósfera cálida, honesta y emocional. Puso el foco en sus grandes éxitos más que en presentar su nuevo y cuarto álbum, Small Changes. El artista, de raíces africanas, firmó una actuación que se convirtió en una de las notas más singulares de la jornada inaugural del festival.

Arropado por una escenografía cuidada y una banda sólida de diez músicos, ofreció un show sin concesiones al efectismo fácil, apostando por largos pasajes instrumentales teñidos de soul y funk. El británico nos regaló un concierto sobrio y profundo, donde repaso sus 4 discos y que conectó con el público desde la sensibilidad más pura. Con una formación instrumental amplia, que incluyó violín, percusiones y unos coros brillantes, su voz encontró momentos de especial belleza en “Floating Parade” y la más acústica “One and Only”, únicas piezas de su nuevo disco incluidas en el repertorio.

En el impresionante escenario enmarcado por telones, había algo espiritual. Fue como entrar en una iglesia laica, construida a base de soul, folk y esa voz suya que se arrastra despacio, con la gravedad de quien canta para sanar. El repertorio fue una sucesión de joyas: la contagiosa “You Ain”t the Problem”, con sabor africano; “Home Again”, reforzada en percusión; la sentida “Solid Ground”, y varios temas de su imprescindible Love and Hate, como los estremecedores diez minutos de “Cold Little Heart”, el himno antirracista “Black Man in a White World”, que se convirtió en una fiesta de palmas y espíritu gospel.

Hubo momentos para sostener el vaso, cerrar los ojos y sentir que el monte también respiraba más lento. Un oasis de emoción pura entre tanto “pogo”. Quizá por eso, cuando terminó, nos quedamos quietos, como atontados, sin saber muy bien si aplaudir o abrazar al desconocido de al lado.

Luego la música volvió a rugir en otro escenario, la fiesta siguió su curso salvaje, pero dentro nos quedó un hilo invisible que nos unía a esa hora sagrada, suave y brutal, donde Michael Kiwanuka nos hizo un poco menos duros y un poco más humanos.

Casi a las 23 h. y para reponernos de la emoción de Michael, llego al Nagusi Jarvis Cocker. Con sus casi 62 tacos y su 1,90 de estatura, nos hizo ver que el tiempo no pasa por él. Canta y se mueve como nunca, con su energía intacta, dejando constancia que sigue siendo un portavoz con sustancia del rock. Con traje impecable, repartiendo uvas y bombones nos volvió a contagiar su increíble energía.

Pulp sigue siendo una bestia escénica. En 90 minutos la banda de 8 impecables músicos, sonó más precisa y contundente que nunca. Salieron con fuerza desde el minuto uno con tres temazos de su nuevo álbum “Spike island”, “Grown ups” y “Slow jam”, demostrando el buen momento creativo que atraviesan. Pero hubo ocasión para repasar los himnos que se esperaban “Sorted for E”s & Wizz,” y “Common People”, demostrando que la amplitud y solidez del repertorio de Pulp se mantiene de manera incuestionable.

“This is hardcore”, sonó monumental, con ese dramatismo orquestal que convierte cada compás en una declaración de intenciones. “Disco 2000” desató el delirio, mientras “Sorted for E”s & Wizz” desplegó ese tono narrativo y decadente que remite directamente al Bowie de los años 70. En F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E, la banda exploró una estructura más cambiante y atmosférica, reforzada por la puesta en escena con Jarvis tumbado, cargando de tensión el momento. “Babies” aportó un giro más directo y energético, con Cocker empuñando la guitarra, “Do You Remember the First Time?” cerró el repaso emocional con una de sus letras más personales y generacionales, mientras se proyectaba en pantalla el dato: era su concierto número 569, y el primero en Bilbao.

El clímax llegó con una “Common People” desbordante, coreada hasta el último rincón. El suelo vibró -literal y emocionalmente- y Jarvis volvió a dejarnos sin aliento, con el asombro en la mirada y el cuerpo todavía estremecido.

El viernes lo comenzamos con Jessica Pratt y su inusual arte de cantar al oído de un festival. Jessica logró que el ruido del mundo bajara el volumen. En un festival donde la norma es el estruendo, donde el murmullo nunca cesa del todo, su concierto fue una suerte de espejismo sonoro: delicado, casi imperceptible, como si alguien hubiera dejado abierta una rendija a otro tiempo.

La californiana salió acompañada por cuatro músicos y se sentaron, sin pretensiones, en línea y al fondo del escenario, como si no quisieran molestar. Arrancaron con “World on a String”, y desde los primeros compases se impuso el susurro: una voz que parecía pasar por sordina, como una trompeta soñando a media voz; un saxo que entraba y salía sin levantar la mirada; teclados que flotaban más que sonar; y percusiones tan mínimas que cabían en una respiración. Todo era pequeño, todo era leve. Pero entonces, el milagro: el público escuchaba. No en la forma tibia de prestar atención, sino en la forma radical del silencio. Como si supieran que, si alzaban la voz, lo que estaba ocurriendo podría romperse.
Jessica no busca ser entendida de inmediato, serpentea en armonías raras, con giros melódicos que recuerdan a la bossa nova más espectral o al easy listening en cámara lenta. “By Hook or by Crook” flotó con ese aire carioca y extraño, mientras “Poly Blue” sonaba como si acompañara una escena de ensueño en una película que nunca existió.

Durante casi todo el concierto, la batería fue apenas un susurro rítmico, hasta que ”Life Is” trajo algo parecido a un pulso firme. No fue una explosión, pero en medio de tanta fragilidad, ese leve ritmo sonó a terremoto controlado. Y luego, como llegó, se fue. Tras “Fare Thee Well”, Pratt se levantó, dijo poco o nada, y desapareció sin ceremonia, dejándonos con esa sensación de haber asistido a algo raro, casi sagrado: una actuación que se deslizó como un suspiro, pero que dejó eco.

El viernes, en medio del cartel dominado por artistas femeninas y propuestas sutiles, apareció Amyl and the Sniffers a incendiar Kobetamendi.
Los australianos, irrumpieron con furia punk, sin pedir permiso y con una energía devoradora que se comió a Bilbao entera. Desde el primer acorde, Amy Taylor se adueñó del espacio. Su presencia es algo indescriptible: una mezcla de furia y carisma que no pide permiso. Su voz, áspera y desgarrada, se mezclaba perfectamente con los guitarristas y la percusión abrasiva, creando una atmósfera que era todo lo contrario a los sonidos etéreos que se esperaban en un festival como este. Pero así de poderosos son ellos: no hay espacio para los matices suaves cuando se trata de Amyl and the Sniffers.

Nos explotaba el corazón mientras empezaban a caer las primeras gotas y estallaba el primer pogo entre el público desatado. Amy Taylor, centro de todo, desató un tsunami. De entrada, en cuanto pronunciaba una sola palabra, se sentía cómo el recinto temblaba: su voz afilada –cruda, visceral– condujo una tormenta de riffs, percusión vibrante y coros rabiosos. “Punk directo y potente”, lo calificó la crónica oficial del cartel, pero en escena se sintió más bruto, más hondo: un cataclismo de adrenalina.

La banda no daba respiro: canciones como “Hertz”,”Chewing Gum” y ”U Should Not Be Doing That” fueron en cascada con una potencia que cortaba el aire. El momento culminante llegó cuando “Cartoon Darkness” cobró vida con una energía aún más brutal. Amy Taylor, no dejaba de saltar y cantar con una pasión arrolladora. A su alrededor, el caos era total, pero había algo increíblemente liberador en todo eso. El punk en su forma más pura, sin adornos, sin concesiones. En su mezcla de crítica social, humor y músculo sonoro, se ganaron un hueco destacado en esta edición del BBK Live. Hicieron lo que mejor saben: un huracán breve, directo y glorioso.

La londinense Raye cerro la noche con una catarsis de Soul revisitado, bajo una lluvia incesante y tras varios problemas técnicos debido a la gran tormenta.

La última jornada del festival tuvo su momento épico con la legendaria Kylie Minogue congregando cerca de 40.000 asistentes. La diva australiana brilló, presentando desde los himnos ochenteros hasta temas de su último disco Tension II. Kylie demostró una gran resistencia física al ritmo de coreografías intensas con su cuerpo de baile de ocho artistas que la acompañaron en un montaje escénico visualmente impecable y con 8 cambios de vestuario. Su condición de leyenda del pop contemporáneo parece que sigue latente.

La noche se cerró con el frontman de Måneskin Damiano David. Enloqueció con su rollo canalla al personal y con un claro viraje de su etapa rock a un estilo mucho más pop.

Esta edición del Bilbao BBK live cierra con una asistencia de público de unos 50 países, que gozó de nuevo de un ambiente único y un enclave natural espectacular. Hoy, sin pulsera en la muñeca ni luces que nos cieguen, sin colas eternas, nos queda ese vacío dulce que solo dejan las cosas grandes. Es como si el cuerpo siguiera esperando el guitarreo, la vibración del bajo, la voz del desconocido que canta pegado a tu oído algo que se inventa sobre la marcha. En ese hueco se cuela ya el cosquilleo por volver, por volver siempre, aunque protestemos del cansancio, del barro, de los altísimos precios, los baños especialmente sucios y del agua que nos caló hasta la última fibra. En 2026 se celebrará el 20 aniversario de festival y esperamos que en el cartel esté muy presente el Rock and Roll.

Texto, fotos y vídeos Sonia Corrales y María Sierra Ruiz

 

 

 

 

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