Remembering Now es ante todo el disco autobiográfico de Van Morrison. Las vivencias más trascendentes del artista legendario laten en su mejor trabajo de las últimas tres décadas, el número 47 en su discografía, cuando está a punto de cumplir ochenta años, edad a la que llega en espléndida forma tras peleas perennes en defensa de su creatividad.
Se confirma con este álbum que la brega le mantiene joven, alegre y combativo, porque así suena este sorprendente álbum que no debería sorprender, porque su atención vuelve a concentrarse una vez más en los vívidos recuerdos de su universo infantil y juvenil, unos retazos del pasado que el maestro convierte en presente continuo, en “Recordando (el) Ahora”. No debería, pero sorprende, al igual que también llama la atención la subida de Remembering Now hasta lo más alto en las listas americanas y británicas, también como en los viejos tiempos.
Estas memorias sonoras abordan sentimientos multicolores e introspectivos a lo largo de 68 minutos repartidos en 14 composiciones, algunas con años a sus espaldas (Down to Joy, que sonó en la película Belfast, en 2021) y otras muchas recién salidas de su magín. Son un ramillete de Recuerdos y Visiones (así se titula otro de los cortes, el décimo) de sus días en este planeta, siempre enraizado en su barrio seminal, tan presente en su adolescencia como ahora, en estos años crepusculares que arrojan una luz muy personal sobre su obra. Como él mismo cuenta, son los sentimientos de toda una vida.
Van the Man permanece en las aguas cruzadas del blues, soul, jazz, folk y country, corrientes que agitadas con su estilo irlandés cristalizan como celtic soul de primer nivel. Reviven en estas interpretaciones de Remembering Now algunos aromas que sintieron sus seguidores hace cuarenta años al descubrir los añorados Poetic Champion’s Compose, Avalon Sunset o Enlightenment.
El álbum prosigue tras la apertura de Down to Joy con un homenaje muy sentido a Ray Charles (If It Wasn´t for Ray), agradeciéndole “estar donde estoy”. Ya lo hizo en These Dreams of You, de Moondance (1970), y lo repite ahora.
En la biografía Viaje a Caledonia, su novia de mediados de los años setenta, Caley Guida, contó que “en nuestra casa reinaban Ray Charles y su música. Aquí en América hay niños que crecen en familias religiosas muy estrictas en las que la única música permitida es el góspel. No se tolera la música secular. Bien, nuestro hogar era la iglesia de Ray. Ray Charles era el rey, y con ello quiero decir que tanto él como su música eran adorados sin reservas. Dios no quisiera que sonara alguna cancioncilla pop intrascendente en nuestra pequeña radio marrón de plástico. Atravesaba rápidamente el salón para apagar la radio antes de que saliera humo de las orejas de Van. Y por “música pop”, me refiero a prácticamente todo lo que no fuera Ray Charles. Incluso Bruce Springsteen era sospechoso”. El sonido de este tributo recuerda en su arranque y desarrollo a Wild Night.
El tercer corte recoge también ecos eternos de su propio universo musical, en permanente estado de asombro, durante Haven´t Lost My Sense of Wonder, clara autocita a su disco A Sense of Wonder (1985).
Reivindica aquí su capacidad de fascinarse a los 80 años, con grandes coros y un órgano que quita el hipo. Luego arroja a los tímpanos del oyente, con suficiencia, varias canciones centradas en el amor, palabra que sirve para sintetizar toda su obra pese a su bien ganada fama de cascarrabias. Love, Lover and Beloved (“Para caminar en armonía y paz”, una pieza dulce con el piano soltando esquirlas de belleza con subida final hasta el cielo), Cutting Corners (violines y saxo conmovedores, estrenada mundialmente en Madrid durante sus conciertos en el Botánico), Back to Writing Love Songs (con guitarra y cálidas percusiones) y The Only Love I Ever Need Is Yours (“El Único Amor que Siempre he Necesitado Eres Tú”, muy tierna, con juego de voces impresionante y una letra idónea para soltar a la pareja en el próximo san Valentín) se suceden con gracia y consistencia, confiriendo una elástica unidad al conjunto de canciones.
Al llegar al ecuador del disco queda clara la apuesta coral, admirable en su forma de arropar la voz dominante y dar alas a la garganta del irlandés. El trabajo de las voces es absolutamente brillante y a veces evoca a los coros que acompañaban al mismísimo Ray Charles, quien sobrevuela todo el disco. Luego suena la también amorosa Once in a Lifetime Feelings (“Quizá estos son sentimientos que llegan una vez en la vida / Nunca me sentí así antes”).
Merece párrafo aparte Stomping Ground, la mejor de este gran disco para muchos vanáticos, en parte por sus exquisitos arreglos de cuerda y en parte por un final espectacular con el saxo y las voces de Crawford Bell (músico de Belfast a quien dedica el disco tras su reciente fallecimiento después de poner sus cuerdas vocales en todas las canciones excepto una) y Jolene O’Hara. Incluye una extensa enumeración de sus rincones sagrados, mil veces cantados en sus conciertos y serpenteando toda su discografía, con Orangefield al frente del pelotón de emociones pretéritas. Puede escucharse incluso como una prolongación del mítico Take me Back, citado aquí y ahora de nuevo, treinta y cuatro años después de sonar en Hymns to the Silence, una canción que jamás ha interpretado en sus 4.000 directos. El saxo se enreda con las voces de ambas ninfas que parecen haber jugado con el León de Belfast en la calle Hyndford Street.
La citada Memories and Visions conecta con los seis minutos y 22 segundos de When the Rain Came, otra cumbre que parte de un verso que rescata de Brown Eyed Girl (“Cuando la lluvia viene / Llega la paz para la mente”).
Se amontonan aquí símbolos caledónicos, desde el agua (esa lluvia liberadora, curativa, ondulante y musical, también cantada tropecientas veces en In the Garden) hasta el paseo entre arboledas en busca del trance místico. Todo fluye con el impulso de esos poderosos coros, esta vez con Richard Dunn, Dave Keary, Colin Griffin, la fiel Teena Lyle y Chantelle Duncan. Se puede destacar también un punteo a la acústica del León, subrayando así lo íntimamente implicado que está con lo que ofrece: un descomunal ascenso a las tierras más altas.
Colourblind juguetea con los colores y se atribuye un supuesto daltonismo que le lleva a dejar atrás el blues. La penúltima da nombre al álbum: Remembering Now (Recordando el Ahora), que recuerda a quien la oiga que este músico roza el talento de Proust o Rosa Chacel para navegar hacia el ayer con todos los sentidos alerta. Lo dice con la voz y lo apuntala con la brutal fuerza de los metales y los coros. Eleva la canción hasta convertirla en una plegaria para que se sepa quién es: “Este que os canta soy yo / Enteramente yo”. Remembering Now: Recordando el ahora o rememorando desde ya estos instantes presentes. Lagrimones.
Para que no falte de nada, el disco se cierra con un flujo de conciencia llamado Stretching Out, otro lenguetazo a su imaginería geográfico-musical. El desconcertante comienzo de esta maravilla dribla repentinamente hacia el grifo ya abierto. Take Me Back vuelve a acechar junto a los golden summertime y la Ancient Highway y los Down By The river de toda la vida de dios. Un orgasmo musical de casi nueve minutos con una voz que arrastra hasta allí, hasta lo que es, hasta recordar el ahora de sí mismo.
Detrás de Van Morrison y de este disco se encuentra una banda plenamente compenetrada. Richard Dunn (al Hammond), Dave Keary (guitarra), Stuart McIlroy (piano), Pete Hurley (bajo), Colin Griffin (batería, repetidor de Moving on Skiffle) y Alan Sticky Wicket (percusión) unen fuerzas en la misión. El violinista Seth Lakeman y las cuerdas del Fews Ensemble, bajo la batuta una vez más, de Fiachra Trenchy quien ya colaboró con el irlandés en Avalon Sunset (1989).
Van Morrison es consciente de que el único momento es ahora. Estos mantras corales forjan crescendos emocionales, a veces mediante repetición tántrica o con el terciopelo de su garganta. Son canciones que hablan de la vida (su vida) y del amor, y lo hacen de forma poética. Cuestiones como amar o ser amado o ambas cosas. Cosas como la memoria y el eterno ahora. Asuntos como el oficio de cada cual, siendo el suyo escribir canciones de amor y demostrar que no ha perdido un ápice de magia a estas alturas de la película. Van explica a su manera que estas canciones de Remembering Now son su verdadera identidad, que nos está contando y cantando la manera de conocerle, de identificarle y saber de él. Estas composiciones son el camino para adentrarse en su universo musical y personal, porque son sus huellas dactilares, talladas en el más vivo recuerdo de su propia vida tras el roce del tiempo. Son huellas dactilares, en definitiva, que hacen de Van Morrison un ser único, irrepetible, y constituyen su identidad sonora, su alma, su yo.