Y es que a principios de los 90’s un nombre destacaba por encima del resto en cuanto a ventas y seguimiento melómano: Dire Straits. Pero de un día a otro dejaron de ser cool, con el tiempo llegó el olvido, y mientras que siempre tuvimos barra libre para endiosar a bandas como Ramones, Pixies o la Velvet, nombres como Dire Straits se convirtieron en tabú, apestados que con solo citarlos te retiraban el carnet de rockero. Pero realmente nunca dejaron de molar.
Porque nadie puede dudar de que sus cuatro primeros discos son ejemplares, de que “Brothers in Arms” es una máquina de hits, y “On Every Street” un más que digno epitafio. Y dentro de estos cuatro primeros albums, “Love over Gold” es sin duda el más arriesgado, experimental y sorprendente. La adición del teclista Alan Clark y de Hal Lindes como segundo guitarrista al núcleo duro formado por Knopfler-Illsley-Withers expandió el sonido de la banda, ya lejos del minimalista blues-rock del principio.
Sin perder de vista propuestas como las de Dylan o Springsteen, Knopfler (líder casi “dictatorial” de la banda, productor y autor de la totalidad de las canciones) aumenta la apuesta iniciada en “Making Movies” y transita por un pop de tintes progresivos que bebe tanto de Alan Parsons como de los Pink Floyd más densos. Esta nueva “visión” será más pronunciada en la pasión paralela de Mark, las bandas sonoras de películas (en 1983 debutará con “Local Hero”).
La inicial “Telegraph Road” se convierte inmediatamente en una de las más épicas de la trayectoria del grupo, mientras que “Private Investigations” pasará a la historia por su icónico duelo final de teclado y guitarra.
“Industrial Disease” es un rock and roll con tintes clásicos pero puesto al día, de esos que tanto gusta a Knopfler, “Love over Gold” es la cuota de balada tranquila (y contiene un extracto del “Private dancer” que poco después cedería a Tina Turner) y cierran con “It Never Rains“, trotona, efectiva y nada agresiva.
Un sensacional experimento, la (relativa) calma antes de la tempestad del éxito planetario, una obra para degustar sin prisas…