Julián Maeso: “Healing Gang es un disco con el alma más sensata”

El músico Julián Maeso (1976, Toledo) empezó a pulir su talento desde niño. El veneno se extendió por su organismo al tratar con la “mala gente” de Sevilla (Pájaro, Los Amador…), momento en que lo apuesta todo por el arte y abandona sus estudios de Derecho. Muy pronto amplió su horizonte profesional como multiinstrumentista (con el órgano Hammond como especialidad de la casa), compositor, cantante o empresario. Ha formado parte y cubierto giras de bandas tan diversas como admiradas: The Sunday Drivers, The Sweet Vandals, Aurora&The Betrayers, Pájaro, Martha High, Quique González, M-Clan o Combo Paradiso, entre otros muchos, cambiando de piel e integrándose a fondo en cada propuesta sonora.

También cabalga a veces en solitario con grabaciones bilingües de alto nivel que le han conferido un notable prestigio en ambientes musicales. Su identidad sonora transita en movimiento perpetuo por el blues, jazz, reggae, pop, americana o funk, fusionando estilos y explorando siempre. El resultado es una música sin fronteras, una miscelánea de anhelos cambiantes e inquietos.

Podría definirse a Maeso como “artesano musical”, con respeto a la tradición y un ojo puesto en las nuevas tecnologías bajo una brújula melómana a prueba de balas. Sin embargo, el choque frontal de esa apasionada entrega contra los dados trucados de la industria ha causado estrépito justo cuando ha intentado fórmulas distintas para salvaguardar su independencia y evitar abusos. Es lo que le ocurrió tras su salida de Sony Music y comenzar un nuevo rumbo.

Julián Maeso ha autoeditado su nuevo y esperado álbum, Healing Gang (“Pandilla Sanadora”, traduce Maeso) a comienzos de este año. Lo define como una celebración de amigos. Y qué amigos: Martha High, Carolina de Juan, Jaika Makovski, Aurora García, Alberto Anaut, Aurora Neeland, Sabine McCalla, Adrián Costa, Leonie Evans, Carolina García, Josh Hoyer, Noel McKay… Conviven en el disco textos del propio Julián Maeso, junto a letras de Noel McKay & Lyndon Parish.

El larga duración se ha grabado en los madrileños estudios El Escondite, La Casa de Madera (Villaluenga de La Sagra) y Garaxeland (Santiago de Compostela), en colaboración con Alfonso Ferrer y Eduardo Vidal, que lo han mezclado y coproducido. La portada es de Rebeca Losada y alude a visualmente a una experiencia transformadora que el músico vivió en Ghana hace ocho años.

Healing Gang refleja el eclecticismo que ha caracterizado su dilatada y zigzagueante carrera, en perenne movimiento, con una producción exquisita que dosifica su energía subyacente con vocación volcánica. Puede verse en esta entrega una relativa línea de continuidad respecto a trabajos anteriores en solitario como Somewhere Somehow (2016), One Way Ticket to Saturn (2014) o Dreams Are Gone (2012). Lo novedoso es que se lo ha producido él mismo, junto a Eduardo Vidal y Alfonso Ferrer, tras cerrar su etapa con Sony. En total, esta “curación” suma nueve canciones de nuevo cuño más cuatro bonus tracks ya conocidos. Este disco, hay que decirlo, es tan bueno que ha subido al pódium en la competición española de álbumes con mayor distancia entre lo cosechado y lo que vale. La obra muestra los dolorosos límites a los que pueden llegar Don Quijote o artistas como Maeso, manchego de pro, cuando recorren su camino en libertad.

Dirty Rock le entrevista para conocer la génesis del disco.

Unes en tu disco las palabras sanación y música…
Para mí ahora es el modo y el sentido de seguir haciendo conciertos. Sanación para mí, sanación para la gente que viene a los conciertos. Sabemos que el mundo que vivimos está totalmente desbordado, loco, perdido. En la música, cuando era más joven, había más pajas mentales, más individualismo. ¿Quieres llegar a ser esos sueños, no? ¿Ser una estrella? Y llega un momento, ya con una madurez y una mayor visión de lo que he venido haciendo hasta hoy, en que al final lo que tiene sentido es, cuando la gente viene a tu concierto, hacer que se olviden de sus problemas durante esa hora y media. Olvidarme de los míos, de todo el equipo que conforma el concierto, del técnico de sonido, de los músicos. Y generar una comunidad, tanto en el escenario como fuera, y viceversa, que al final es energía de ida y vuelta. Un concierto no es solo el músico, sino el público que va a verte y la interacción que se genera en ese momento. Los conciertos son la manera de sanarme a mí mismo, de encontrarme con mis amigos, de compartir e intentar generar una atmósfera especial. Si no consigo eso en un concierto, me quedo jodido. Aspiro a que en ese momento haya alma, vibración, generar una catarsis, una comunión entre todos y no pasar de puntillas…

¿De dónde sale esa “pandilla sanadora”?

Viene de que estos dos años anteriores tuve la suerte de ser invitado al festival HolaNola, en Santiago de Compostela. Allí tuve ocasión de compartir con músicos de Nueva Orleans justo en un momento en que yo estaba jodido, llevando un negocio difícil, en plena temporada de verano en San Vicente del Mar (Galicia), con diez empleados, y sala de conciertos, restaurante, museo, aunque no estaba abierto como tal, sino que era parte del espacio. Realmente fue muy estresante, porque esos negocios de hostelería, en plena temporada alta, son una locura y más con toda la situación que vivía allí, también muy adversa, nada fácil. Entonces esos encuentros, de repente, los meses de septiembre del año pasado y el anterior, fueron como la liberación o la posibilidad de sanar mis heridas a través de la música. Simplemente en una reunión de gente que no conocía, sentarnos alrededor de una chimenea con las guitarras y escuchar directamente canciones

¿No conocías de antes a la pandilla?

No, no. Este disco habla de esa pandilla, pero luego hay muchas otras pandillas. Tengo pandillas de músicos con los que llevamos años tocando: Coke Santos, Alfonso Ferrer, Mayka Edjole, diferentes grupos, los Sweet Vandals, Speak Low… Se trata de pequeños núcleos que nos mantienen vivos dentro de este mundo que nos separa tanto con redes sociales, Internet y el sistema en el que vivimos, totalmente individualista e incluso separador. Lo que quieren es polarizar, derechas, izquierdas, todos, polarizar para separar. Esto ya viene de los romanos, los “gomanos” (alusión a La Vida de Bryan), ¿sabes? Divide y vencerás, lo están consiguiendo. Pero aún mantenemos estos núcleos de amigos, de comunidades que nos mantienen juntos y que es la última manera para empezar una lucha a mayor escala.

¿Hay mucho Nueva Orleans en tu nueva entrega?

Hay muchos músicos de Nueva Orleans ahí tocando. Aproveché también que estos chicos estaban ahí justo yo estaba grabando. Dije a los chicos ´a grabar´. Y está Aurora Dylan, que es una crack. Y viene también Sam Lord, Sabine McCalla, Noah McKay…

¿Qué diferencias hay entre tu primer disco y el que acabas de parir?

Las canas.

¿Y en términos sonoros? ¿No has renegado de los principios?

En términos sonoros… Creo que sigue siendo un poco lo mismo, la misma intención, la misma sonoridad, pero con un alma más sensata. Con más calma, liberado de expectativas, más libre. Este disco no ha salido con ninguna discográfica. No lo he puesto en plataformas. Ha sido una ruina total. Un plan sin fisuras, como dice mi gran amigo Alberto Anaut. Me niego totalmente a meter un disco en plataformas para no cobrar un duro una vez más, porque parece que los músicos tenemos que aceptar que nos roben de esta manera tan flagrante. No puse el disco en plataformas. Me salí de Spotify por un tiempo, aunque mis discos con Sony Music sí que están en Spotify porque no puedo controlarlo. Vendí mi música, vendí mi alma al diablo. Y el plan perfecto era usar las redes digitales, las redes sociales o plataformas digitales para anunciar que vendía mi nuevo disco en una web que hice para que no hubiese intermediarios de por medio.

¿Cómo se puede conseguir el disco?

En julianmaeso.es. Ahí se puede conseguir. El plan era que la gente pudiera comprar el disco directamente en la web. Y, si no, en los conciertos ¿Qué pasó? Pensé que, pues nada, cojo mi móvil, subo mi canción, porque tengo aquí mi máster del disco directamente. Pero Meta, tanto en Instagram como en Facebook, no te permite subir ninguna canción porque no es negocio para ellos. Entonces lo anunciaba en los conciertos, pero la gente no podía escuchar la música y no tuvo relevancia de ningún tipo. El disco tuvo 35 descargas. Es lo que queda de miles de likes que te ponen cuando tienes una publicación. Voy a presentar el disco y todo el mundo deseando escucharlo, un corazoncito, guay, estábamos esperándolo como agua de mayo: 35 descargas. Es el último disco de ese señor llamado Julián Maeso. Con lo cual he tenido otra vez ganas de dejar la música.

Cuando la música es sanadora siempre se acaba uno levantando.

Es que no te queda otra opción que levantarte. Si no acabas en la depresión Y en los antidepresivos. Sí, pero las expectativas han quedado en 35 descargas.

¿Puede ser sano de alguna forma estar enfermo en estos tiempos?

Los conciertos de presentación fueron muy bien, a nivel público y aceptación del disco. Pero en la gira llevaba cinco músicos de diferentes procedencias, de Madrid, Galicia… Y también palmé pasta. O sea, encima perdí dinero. Todo el mundo sabe que grabar un disco hoy en día es perder dinero. Pasaron unas semanas y dije “voy a intentar hacer unos vídeos de cada canción, yo en acústico”. En diferentes espacios, singulares, en el campo, en edificios antiguos que me gusten para que la gente pueda escuchar cada canción en su versión más original o desnuda. E hice un vídeo. Creo que el primero en el Sonora Beach, un local donde suelo tocar en Estepona. Y grabé un tema, no sé si fue Healing Gang o el segundo tema, The Truth Became a Lie (“La mentira se hizo realidad”). Grabas el tema, lo dejas ahí macerando en redes. Al cabo de tres días o así tiene tres mil visitas. Bueno, está bien… Lo que me importa de eso es si está bien cantado, bien tocado. Luego pensé que esto no va a ningún lado. Si este mundo está totalmente pervertido, sin sentido. Y entonces dije “a tomar por culo los vídeos”. No tengo ningún interés en perder el tiempo en nada para nada. Y ahí quedó.

Pianos trashumantes.

La pasión musical de Julián Maeso ha conformado con los años una asombrosa colección de pianos (acústicos y eléctricos; de cola y verticales), órganos Hammond (electromecánicos, cuyo primer ejemplar llegó a sus dedos con 13 añitos), Wurlitzer (pianos eléctricos de lengüetas, con ecos de Ray Charles), pianolas (pianos mecánicos) o sintetizadores de todo tipo y procedencia, además de otros materiales de memorabilia como vinilos, gramolas o cartelería.

La cantidad y calidad del material sonoro la elevan como la mayor y más valiosa colección de instrumentos con 88 teclas en nuestro país, muy probablemente. Maeso comenzó a atesorar todo tipo de artefactos sonoros desde muy joven, tras vender una guitarra eléctrica y destinar el dinero a su primera adquisición. De aquellos polvos, estas toneladas de instrumentos musicales. Y es bien sabido que los pianos no son precisamente livianos…

Buena parte de sus compras las destinó inicialmente a sus propios conciertos en directo y grabaciones. Al menos esa era la primera intención, pero el afán de preservar y salvaguardar estas criaturas musicales, a las que siente como seres vivos con alma propia, en línea con su concepción del arte, le ha llevado a explorar por todos los rincones del país en busca de nuevas piezas que permitan conocer la evolución de los instrumentos de teclado y el funcionamiento de sus tripas.

Los golpes sucesivos de la pandemia y luego Filomena avivaron su afición didáctica, aprovechando el parón de conciertos para organizar sus tesoros y elaborar un discurso explicativo de cada pieza. Maeso mostró al público la colección de instrumentos en diciembre de 2020, cuando los instaló de forma temporal en el Museo Victorio Macho, en Toledo, su tierra, un momento en que la pandemia comenzaba a aflojar. Luego, por vicisitudes de todo tipo, se desplazó algún tiempo a otros rincones de La Mancha hasta desembocar en Galicia, donde esos objetos de coleccionista cobraron nueva vida. Fueron necesarios tres tráiler para el traslado.

La primera escala gallega fue en O Grove, donde tras un tiempo alumbró un admirable museo al que bautizó como Frank sin Ancla, en San Vicente do Mar, a mediados de 2022. Allí se enredaban el arte, la música o la historia, y también se servían almuerzos, se veían películas de culto o surgían jam sessions con músicos visitantes. Lo que en principio consistía en reformar una cafetería local se transformó en un santuario musical, un imán que atrajo a muchísimos artistas y talento. La extensa colección de instrumentos incluye piezas de distintos momentos históricos, desde pianolas de comienzos el siglo XX hasta lo más vanguardista en sintetizadores. Tras más de año y medio, llegó un nuevo parón expositivo.
Nueva mudanza hacia tierras manchegas, durante casi dos años, with a little help from his friends, y ahora esa pasmosa colección vuelve a la carretera con rumbo otra vez a Galicia, donde se prepara un nuevo hogar para los instrumentos. La idea es mantener el espíritu interactivo que alienta Maeso y alentar la participación de los visitantes. Continuará.

 

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