El primer acierto del libro “Peter Gabriel, un Explorador Musical y su Tiempo” (2024, Sílex Ediciones) es la elección del artista británico como objeto de análisis en sus 540 páginas. Javier de Diego, el autor, ya había demostrado gran talento para engarzar en su contexto histórico a The Kinks (2017, Editorial Milenio), pero en esta ocasión el biografiado ofrece mucho más juego literario por múltiples razones que se desvelan a medida que avanza la lectura y el escritor saca todo el jugo al personaje.
La obra expone de forma meticulosa los primeros pasos vitales de Peter Brian Gabriel (1950, Reino Unido). Del entorno familiar, recibe influencias de la madre (la música) y del padre (la pasión tecnológica). Aquel niño no sufrió privaciones, como demuestran las ocho baterías que acumuló a sus 13 añitos de edad. De Diego ahonda en su periodo educativo en public schools (nombre que curiosamente designa a los colegios privados, pero cantera laboral para la Administración Pública), resaltando su papel en la férrea cultura de divisiones de clase implantado desde la noche de los tiempos en Albión. Se habla ahí de los castigos corporales, el deporte y la dureza extrema de la existencia en aquellos guetos que buscaban domesticar a los jóvenes que caían en su redil.
La huella del colegio de élite al que asistió Gabriel (pasó su adolescencia en Charterhouse como interno a tiempo completo) se puede calificar de traumática y marcó su personalidad. Años después de fundar Génesis, el músico declaró: “Dicen que puedes distinguir a un antiguo alumno de colegio privado en una prisión porque se adapta a ella como si hubiera estado encarcelado toda su vida”. No hay más preguntas, señoría.
Se trata de una biografía documentada con rigor y ambición narrativa. El escritor explica la evolución del proceso creativo de Gabriel a lo largo de medio siglo, ofreciendo las claves del salto desde el ámbito británico hasta la dimensión planetaria tras utilizar como trampolín Estados Unidos. El crecimiento artístico durante décadas también sirve a De Diego para explicar en términos políticos y económicos el asalto de los neoliberales al estado del bienestar y el desmantelamiento de las políticas sociales en Occidente a partir de Nixon. Las mutaciones en la personalidad musical de Gabriel se suceden en paralelo a la transformación de Gran Bretaña, desde su auge económico tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial, al consumismo y el estado del bienestar, luego demolidos hasta desembocar en fenómenos como la guerra de Irak (Gabriel fue una de las escasas estrellas en mostrar su oposición) o el Brexit.
Y es que una de las mayores fortalezas de este volumen es la capacidad de vincular los momentos sociales y políticos con el nacimiento de las canciones, reforzando la idea de que el proceso creativo no es solo un elemento personal sino fruto de su tiempo histórico. Por ejemplo (hay docenas de casos), al abordar el disco de Génesis The Lamb Dies On Broadway (1974), el autor explica la esencia del devenir puertorriqueño y luego personifica en el personaje Rael el flujo de acontecimientos. Dada la idiosincrasia de Peter Gabriel, el lector puede descubrir muchas historias delirantes y fantasiosas que respiran en la trastienda de sus canciones, aprendiendo de mitología, historia, antropología y otras hierbas. A veces son historias enrevesadas, muy densas, como la que llevó a un crítico a decir que The Lam Lies Down On Broadway era “El Ulises de los álbumes conceptuales”.
La obra sobre Peter Gabriel recorre con agilidad las décadas cruciales en la maduración del negocio discográfico y la tecnología musical que atravesó el protagonista, en perpetua innovación y abierto cada vez más a colaboraciones con artistas de fuste, desde Brian Eno a Kate Bush, desde Robbie Robertson hasta Joni Mitchell, desde Daniel Lanois a Youssou N´Dour, de Sinead O´Connor a Peter Hammill… Los abundantes nombres que se cruzan con la carrera de Gabriel aparecen en el libro y constituyen un repaso tan revelador como enciclopédico por la historia reciente de la música popular.
Por ejemplo, al abordar las décadas finales del siglo XX se solapa la información sobre la llegada del punk con el deterioro en las condiciones sociales del país, aclarando que “nunca antes se había producido una reacción tan radical contra el pasado musical, nunca una voluntad tan decidida de erradicar lo anterior, de hacer tabula rasa”. Desde ahí aborda jugosos debates que permiten una perspectiva global sobre el devenir reciente del pop rock y demás satélites sonoros, planteamiento que abarca desde los sonidos y referencias que dejan huella en Gabriel y contemporáneos hasta un retrato de las grandes cabeceras periodísticas especializadas en el sector musical. Gabriel ha superado momentos convulsos y siempre ha sabido adaptarse a esos imprevisibles movimientos telúricos, en gran medida porque sus capacidades musicales y riqueza estilística siempre le han dado amplio margen de actuación. “Peter Gabriel, un explorador musical y su tiempo” refleja también la irrupción del rock progresivo y el nacimiento (valga la redundancia) de Génesis, cuya sombra planeará durante toda la carrera del biografiado. El volumen incluye letras y fotografías que informan sobre las intenciones del compositor e ilustran su dedicación al poder de la imagen en el rock.
Gabriel siempre se ha mostrado dispuesto al riesgo, como corresponde a todo explorador, pero simultáneamente ha padecido (o gozado, según se mire) un perfeccionismo que ha definido su larga carrera y estrecha discografía (para los parámetros usuales de la industria). Consciente de esta condición, Gabriel confiesa que “los detalles me absorben y eso lo ralentiza todo”. El perfeccionismo se puede observar como lastre o como mérito, alejando a quien lo goza y/o padece de las exigencias comerciales imperantes. Ese afán de excelencia es uno de los ejes de su propuesta artística, meticulosidad que ha determinado su producción. Por ejemplo, pasaron cuatro años desde Peter Gabriel IV hasta So (1986), pero eso no era más que un aperitivo. Fue capaz de tirarse 21 años sin publicar disco, desde Up (2002) hasta i/o (2023), ambos títulos con un par de letras: marca de la casa cuyas raíces explica De Diego. Como se sabe, el valor del tiempo es relativo. Y más en un artista que siempre ha estado “empujando las fronteras del rock”, a veces indagando en el sonido de las cavernas porque su “exploración de ritmos primitivos obtiene resultados sensacionales”.
Hay muchos ángulos desde los que abordar una figura tan compleja e inasible, desde la divulgación de músicas ajenas a Occidente con palancas como la discográfica Real World o el Festival Womad (“una forma de luchar contra el racismo”). Por eso, Gabriel declaró en 1989: “No me siento tanto inglés como habitante de este planeta”, apuntando que Womad ha reunido a cientos de artistas de muchos países y sus ecos persisten en ciudades españolas como Cáceres y Las Palmas.
Resulta llamativa la capacidad de De Diego para adentrarse en referencias musicales clásicas (Chopin o Mussorgsky), con dominio técnico y soltura a la hora de explicarlo. Sin ir más lejos, habla de la “nota ática” en Thee Carpet Crawles y un lector medio debe buscar en el diccionario qué es eso. O cuando describe la batería de Intruder a la hora de imponer una atmósfera “opresiva, inquietante y amenazadora, como también lo hacen, por otro lado, los acordes de quinta disminuida, los tritonos, que maneja Gabriel. El tritono, un intervalo formado por tres tonos enteros, se ha tenido por disonante desde la Edad Media, cuando se bautizó con el nombre de diabolus in música: se creía que invocaba al ángel de tinieblas”. O al referirse a Don´t Give Up: “Está compuesta en do menor, tonalidad que el hamburgués Johann Mattheson, uno de los teóricos musicales del barroco que reflexionaron acerca de las connotaciones emotivas de las escalas mayores y menores, asocia con dos afectos, intensa tristeza y dulzura desbordante”.
Pero hay mucho más en este libro que compendia tantos saberes. Escribe en el prólogo Fernando Neira que Gabriel ha demostrado un “compromiso con el espectáculo como el ritual máximo de entrega al prójimo”. Ese empeño en estrechar lazos entre el mundo audiovisual y la música se evidencia a lo largo de los capítulos. Como escribe el autor, “la pasión de Gabriel por el séptimo arte no había disminuido ni un ápice desde su adolescencia”.
Hablando de espectáculo, en el cine ha realizado bandas sonoras de gran calidad: La Última Tentación de Cristo (1988) y Birdy (1984, porque Gabriel siempre se ha interesado por los desórdenes mentales y los horrores bélicos), además de otras piezas como Lovetown, para Philadelphia (1993).
Por supuesto, también aporta claves el propio Peter Gabriel y De Diego selecciona frases muy reveladoras del protagonista: “Progresivo solía significar ´gente que explora en la música´ y acabó significando ´gente que usa muchos teclados´”; “El Tercer Mundo va a tener una influencia creciente en nuestra cultura, y en la música esta influencia no europea se hibridará con la nueva tecnología, que se va a abaratar mucho, alumbrando la era del skiffle electrónico”; “Si regreso a una idea, quiero ver esa canción o ese sonido de cinco formas diferentes antes de decidirme por una (…). Puedo llegar a tener cuarenta o cincuenta ideas cuando empiezo a trabajar en un álbum, y eso hay que reducirlo a diez o doce canciones”.
Como se ha apuntado, sobresale la capacidad del autor para enmarcar cada acontecimiento biográfico o artístico. El libro muestra el latido vital de Gran Bretaña, a veces con el foco en un momento concreto, a veces captando un proceso en perspectiva. Esa opción deja sobre las páginas muchas lecciones de historia. Por ejemplo, la relajación de los valores victorianos a través de las costumbres (desde la despenalización de las relaciones homosexuales en 1967 hasta la extensión de la píldora anticonceptiva, pasando por las minifaldas); el declive del peso eclesiástico en el país; el surgimiento de la New Left; la revolución satírica, o los medios de expresión de la bohemia. También se detallan los puentes entre EEUU y Gran Bretaña, remarcando la influencia de las raíces negras en la música de Gabriel, determinantes en su trayectoria y que en canciones como San Jacinto llegan al paroxismo.
Hay otros muchos pequeños saberes que también enmarcan las acciones de Gabriel: películas slasher; la tendencia británica a la excentricidad (con referencias literarias como Stuart Mill, Dickens o Lewis Carroll, entre otros); la devaluación de la libra; la irrupción de las tarjetas de crédito; la aparición del consumismo y supermercados, la práctica desaparición (¡Ay!) de los fish and chips; el proceso de entrada y salida del país en la instituciones europeas (CEE en 1973, tras dos solicitudes fallidas por veto francés); los troubles en los años setenta, o ilustrativas referencias sobre la especulación inmobiliaria en Londres (Peter Rachman).
Pero hay mucho más, porque también cuenta el auge del terrorismo (Fracción del Ejército Rojo, el IRA…); la antipsiquiatría; los disturbios de Bristol (1980); el régimen de apartheid con la anuencia de Thatcher que desemboca en el biografiado Biko; la incursión en las músicas africanas, y las censuras de la BBC (los vetos a Peter Gabriel y a otros artistas). Sobre la llamada “Dama de Hierro”, hay un espacio notable y muy interesante dedicado a ese período histórico marcado por privatizaciones y otros ajustes neoliberales que condujeron a la “comercialización de Gran Bretaña”, fenómeno cantado por Gabriel en Selling England By the Pound. Un período en que se dispara el paro y se extienden la desigualdad y la pobreza (el país salta de cinco millones de menesterosos en 1980 a seis millones y medio en 1989).
Igualmente bucea en las claves biográficas de escritores como Anne Sexton, reflejada en la composición Mercy Street, donde hay “una segunda voz de Gabriel en la sombra, situada una octava por debajo de la principal”, pieza que el autor juzga “tanto musical como líricamente, una obra maestra”.
La progresiva toma de conciencia política de Gabriel se describe con detalle, incluyendo su activismo creciente en organizaciones como Amnistía Internacional o la lucha contra el supremacismo blanco en Suráfrica. También se ha implicado en otras mil causas justas, como el empoderamiento de la mujer.
Volviendo a la dimensión estrictamente musical, Javier de Diego analiza cada álbum canción a canción, algo que gusta a muchos aficionados (como el que firma estas líneas). El lector puede orientarse fácilmente a la hora de repasar o descubrir los temas de Gabriel. Cuando se cuenta la biografía de alguna composición, el lector puede toparse con historias tan alucinantes como la de The Rhythm Of The Heat, del álbum Security. O también se entrega a disgresiones oportunas, como el influjo de Dylan Thomas en la música presente. Desarrolla además una minuciosa desencriptación de las portadas, analizando el artwork de cada álbum o vídeos, las subsiguientes giras, con detenimiento al describir las actuaciones celebradas en nuestro país o el nivel de ventas alcanzado.
Todo ese torrente de información y conocimientos, la avalancha de saberes interdisciplinares, se absorbe con facilidad gracias a un lenguaje suelto, ágil y cercano (“La gente se lo pasaba teta con Peter Gabriel”). Y humor, como se aprecia en un pie de foto con la formación clásica de Génesis: “Peter Gabriel (con ese pelo), Phil Collins (con pelo)”, sumado a chispas de erudición.
Además de la buena escritura y el humor, a veces desliza perlas autobiográficas que explican cómo el libro llega a las manos del lector: “En los albores de la década de los noventa, en fin, un niño madrileño de 12 años descubría encandilado a Peter Gabriel escuchando Don´t Give Up en un anuncio televisivo de la Fundación ONCE (…); puede decirse, por tanto, que en aquel magnífico spot se halla el germen de este libro”.
Y además está salpicado de curiosidades, como que Phil Collins fue extra en la película Qué Noche la de Aquel Día o que Gabriel se desvivió por conseguir un Fairlight CMI (Computer Music INstrument), sintetizador polifónico, y logró ser el primero en poseer el instrumento y distribuirlo en exclusiva en el Reino Unido o cuando apunta la posibilidad de que las gaitas de Biko procedan de ese cacharro que “cambiaría el curso de la música popular en los ochenta”. En definitiva, hay varios libros dentro de este libro y todos merecen la alegría de ser leídos.