Este pasado 1 de mayo, Las Palmas de Gran Canaria no solo recibió a Joaquín Sabina; lo abrazó como a un viejo amigo que vuelve con las heridas a flor de piel y la poesía aún latiendo en la garganta. El Gran Canaria Arena se transformó en un refugio de versos vividos, donde cada canción era un espejo del alma de los presentes.
Sabina, con su bombín inclinado y la voz áspera de tanto haberse roto, apareció ante un público entregado que sabía que esa no era una noche cualquiera. Era un adiós envuelto en «hola», una despedida con brindis, con sonrisas tristes, con esa complicidad de quien ha llorado y reído las mismas letras durante décadas.
Los temas llegaron como ráfagas de recuerdos: “19 días y 500 noches”, “Quién me ha robado el mes de abril”, “Y sin embargo”. Cada palabra era una caricia o una bofetada emocional. Cuando cantó “Contigo”, más de uno cerró los ojos para no llorar del todo. Porque sí, anoche cada espectador vivió en carne propia algún verso de Sabina.
El momento más íntimo fue cuando dedicó unas estrofas a Canarias, improvisadas o no, pero llenas de verdad. Y en su voz quebrada, sonaron como oración laica:
“Las islas otra vez como un destino / que cura la ansiedad del peregrino…”
Fue una noche de emoción cruda, de verdad desnuda. Un Sabina humano, sabio, cansado pero incandescente. Se fue, sí, pero dejó en el aire la certeza de que sus canciones no se marchan: se quedan donde siempre estuvieron, entre las grietas del alma donde la promotora canaria NewEvent, promotora responsable de este concierto, celebraba este año su décimo aniversario.
Texto y fotos Andrés Marvelli.