Blackbriar y Forever Still en Barcelona, se mantienen fieles a su estilo oscuro y casi de cuento de hadas

SAMHAIN GÓTICO Y ALTERNATIVO CON LAS FRONTWOMANS MAJA SCHØNNING (FOREVER STILL) Y ZORA COCK (BLACKBRIAR): HADAS, SIRENAS, BRUJAS, HIEROFANTES Y MÚSICOS VIRTUOSOS

La noche del primero de noviembre de 2025 trenzó un mágico lazo entre las celebraciones de Halloween y el Día de los Difuntos. Dos bandas europeas, contratadas por Madness Live, obraron el prodigio.

FOREVER STILL

Mientras los ojos de Maja Schønning otean el horizonte inmediato como dos linternas de color granate, su característico arsenal de encanto fabrica una muralla eléctrica que atrae a la audiencia. El público, maquillado con respiraciones convulsas, irradia una expectación que recrea las glorias de Breathe in Colours, el descomunal segundo disco de la banda, publicado en 2019 a través de Nuclear Blast. Un extraordinario tratado que amplía su prometedora discografía centrada en el metal alternativo.

Y comienza su actuación:

“Survive” deja fluir el carisma de Maja Schønning, quien inventa un jardín de flores de hielo a partir de una línea de verso que siembra estupor inicial: “Algo extraño, inexplicable, me heló la sangre”. Una escultura de mármol helado con “manos frías y muertas”, que la poesía frenética de su versión en directo convierte en un himno de resiliencia. Y la mente respira hondo: ¡no puede dormir, pero está viva!

—¡Guapa! ¡Guapa!— grita el leitmotiv de una chica del público que, despojándose de sus inhibiciones, lanzó durante toda la actuación entrañables y concupiscentes halagos verbales a la cantante.

“This Dark Abyss” desgrana órbitas de cristal sobrecogidas por su calma inquieta, mientras “Vermilion Tide” ofrece la estampida de una Maja multinstrumentista que alterna los dos teclados del escenario sin soltar un exultante bajo en bandolera, en contraste con el igualmente eficaz que toca Mikkel Haastrup.

La escucha de “Yell to the Sky” fue uno de los momentos álgidos de la noche: luces de terciopelo eléctrico tiñeron la atmósfera de la sala, captando la inquietante elegancia de una Maja que parecía conjurar nubes de polvo ominoso flotando sublimes en un cielo helado. Matizó la espina dorsal de los teclados que accionaba con una interpretación densa e intimista, acaparando el protagonismo y jugueteando con el fervor del público.

La interpretación de “Embrace the Tide” marcó el gran momento de lucimiento del guitarrista Inuuteq Kleemann: el sonido giratorio de su instrumento, tocado con virtuosismo, se engarzó con la contundente letra del tema, que presenta versos reveladores como: “No contengas la respiración, déjate llevar por la corriente”. Un grito de rechazo a la distopía cibernética que podría llevar a la humanidad a “respirar los colores de las computadoras” antes que los de la naturaleza.

Conclusión brillante de un show que redefinió el hálito de sus discos de estudio en un directo que, como gran colofón, incidió en la exposición de la premisa conceptual de su segundo álbum.

La conexión con el público atravesó la cuarta pared, respirando el cromático esplendor de la banda. En el caso de la chica arrebatada de amor por Maja, su entusiasmo se resumió en una frase arrojada a las bambalinas lumínicas del escenario:

—¡Me he quedado embarazada!—

BLACKBRIAR

Una rueca que gira como el ojo de una serpiente mitológica festonea el centro del escenario, presagiando todo tipo de ensoñaciones: malditas como la profundidad insondable del letargo de La bella durmiente, Aurora, descrita en el calor abrasador de su curiosidad antes de sumirse en el sopor inmersivo de su picadura, por Jacob y Wilhelm Grimm.

La rueca evoca terrores nocturnos que, sin embargo, fascinan como un tumulto de seres provistos de una taumaturgia extraña: una irrupción entre las trémulas luces de visiones hipnagógicas, incandescentes como la alternativa en llamas de un espejo que refleja los rayos de sol de tiempos que flotan en los limbos de cuentos de hadas perversos.

Es el preludio que reproduce en escena el vídeo promocional del tema “Bluebeard’s Chamber”, el primero de su actuación. Un conjunto de fotografías líquidas provenientes de la fantasía perturbadora del escritor francés Charles Perrault: la torre psíquica de un asesino serial de amantes desdichadas. La performance escénica de una banda en estado de gracia abre las escaleras de un concierto que se prevé memorable… ¡y así fue!

Canciones como inmensas catedrales de sombras góticas, laberintos de vegetación enigmática que alcanzan los mil y un cementerios donde viven las “Thousand Little Deaths” de su más reciente disco; un esplendor macabro alimentado por un luto con arabescos que entronca con el romanticismo del siglo XIX.

Música que diseña un artefacto sonoro poliédrico: una húmeda neblina donde flotan los espectros de personajes de cuentos hechizados de Perrault, brujas de folk horror que arrastran la “garra de Satán” a la hoguera, seres antropomorfos de zoopraxiscopio delirante y un caleidoscopio de relatos engarzados con metal progresivo.

“Floriography” fue el segundo tema de la noche: un homenaje al lenguaje tácito de los mensajes encriptados en códigos florales en boga durante la época victoriana. Zora interioriza de tal manera la esencia de la canción que, en el escenario, parece un holograma resonando desde el pasado.

“The Catastrophe That Is Us” establece complicidades con el público: una anaquelería de joyas fantasmagóricas que evocan amores dramáticos que trascienden el au-delà; la metáfora idónea de un romance desgraciado que se derrumba con un inevitable “beso de la muerte” que, paradójicamente, pretende revivirlo. La canción, en directo, fue acogida por un público de brazos torneados que coreó incesantemente su estribillo.

El espectáculo contó con un interludio estrictamente instrumental que permitió apreciar el talento de los músicos: un Siebe Sol Sipjkens que sorprendió actuando con un peculiar contrabajo eléctrico, Bart Winters a la guitarra, y un desorbitado Ruben Ritja controlando sus sinuosos teclados.

El regreso triunfal de Zora Cock se produjo con “The Fossilized Widow”, un tema que evoca La mujer de piedra de Gustavo Adolfo Bécquer: leyenda fantástica que se acoge a los presupuestos de la banda. La cantante brilló excelsa frente a su pie de micro, adornado con un enjambre de flores de hierro de inspiración art déco.

“Green Light Across the Bay” es una de las gemas del catálogo discográfico de Blackbriar: un elegante boudoir submarino con fulgores de esmeralda construidos por las verdes corrientes oceánicas, donde la sirena poeta protagonista le declara su amor al mismísimo Great Gatsby de Francis Scott Fitzgerald.

Fue el himno elegido para clausurar su show: un placer ostensible, un deleite exclusivo para un público afortunado y un excelente legado de anécdotas memorables para recordar.

Fotos Manuel Cova T.

 

More from Manuel Cova Tenard

Roger Waters lanza el directo “This is Not a Drill – Live from Prague The Movie”

Roger Waters publica este 1 de agosto su nuevo álbum en directo...
Leer Más

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.