Minami Deutsch en el Keroxen: La gran noche estroboscópica del Krautrock japonés

El pasado mes de agosto, mientras cubría el concierto de Earthless en la Sala Upload de Barcelona, su cerebro gris—Isaiah Mitchell—me adelantó detalles de su inminente gira por Estados Unidos y Vancouver. Habló con entusiasmo del tour y, sobre todo, de los invitados estelares que lo acompañarían: los sorprendentes Minami Deutsch.

Mi asombro fue mayúsculo cuando, apenas un mes después, supe de su incorporación al festival Keroxen de este año. Un auténtico acierto, como tuve ocasión de felicitar personalmente a uno de sus programadores.

Ecos de Shibuya, resonancias de Colonia

La banda, oriunda de Shibuya (Tokio), recoge con fidelidad la estética y los estilemas del krautrock clásico, especialmente de Can, cuya sombra se alarga hasta su colaboración con Damo Suzuki en el Roadburn Festival de 2018, inmortalizada en un oportuno EP.

Pero Minami Deutsch también bebe del caudal psicodélico japonés contemporáneo, orbitando junto a nombres como Kikagaku Moyo, auténticos anfitriones del género en su país.

La actuación

El concierto que ofrecieron anoche en Keroxen fue una apoteosis de motorik, esa psicomotricidad periódica y obsesiva perfeccionada por Klaus Dinger de Neu!, enriquecida por los hallazgos visionarios de Kraftwerk, Can y, desde otra vertiente, por la pulsación minimalista de Mo Tucker en The Velvet Underground.

Minami Deutsch llevó esos referentes a una dimensión propia: bucles hipnóticos, repetición como mantra y una marea de pulsos que detonaban imágenes redefinidas de su discografía. La banda entera ejecutó un ritual eléctrico, un trance colectivo que convirtió el espacio industrial del Keroxen en una cámara de resonancia vibrante.

Un concierto que, sin temor a exagerar, merece ser recordado entre los mejores de la historia del festival.

Cada fracción de segundo desataba conmociones sensoriales: torrentes infinitesimales de sonido mesmerizante que guiaban hacia un letargo inmersivo, pero también hacia una energía frenética.

Había entusiasmo titilante, rostros en éxtasis, perplejidades iluminadas y cuerpos entregados a una danza líquida, tanto de neófitos deslumbrados como de fieles ya devotos.

Encantamientos sucesivos

Cada tema actuó como un nuevo sortilegio: piezas afiladas como dagas lisérgicas, ascensos mecánicos construidos desde el sistema nervioso de la improvisación, siempre partiendo del material original de estudio.

Los músicos

En el líder Kyotaro Miula reside la sensibilidad creativa, intelectual y estética del proyecto. Difícil condensar su magnetismo: tan preciso como un diagrama cósmico, tan férreo como un diente de tiburón, tan brillante como un pájaro de diamante suspendido en el aire.

Sus guitarras levantan ramificaciones sonoras subyugantes; su sintetizador proyecta profundidades expresivas capaces de transformar el espacio. Contemplar a Miula entregado a su arte fue la auténtica luna levitante de la noche: el eje irrepetible e irresistible sobre el que giró la actuación.

Si bien colaboradores como Takuya Nosaki, Riki Hidaka o Keita Ise han enriquecido el universo de Minami Deutsch, el fulgor creativo del proyecto sigue emanando de Miula. El baterista —variable según la gira— resulta indispensable para sostener la hipnosis rítmica; pero son los laberintos encantados de Miula los que elevan la discografía del grupo.

Setlist

El repertorio se centró en su más reciente álbum, “Fortune Goodies”, una obra rotunda que la banda concibió en el barrio berlinés de Neukölln, inmersa en la cultura que dio origen al krautrock que veneran.
“Floating Fountain”, uno de los cortes más celebrados del disco, brilló en el tramo final del concierto: un momento efervescente, colorido y técnicamente impecable.

La extensa versión de “I’ve Seen a U.F.O.”, impulsada por una jam asombrosa que pareció abrir el cielo del recinto, conectó con la esencia de su trabajo anterior: casi ocho minutos de pura filigrana alucinógena.

Una versión casi irreconocible del potente “Grumpy Joa”, también del último álbum, marcó el principio del final. Y, aun disfrutando del tema, no pude evitar lamentar que el concierto concluyera tan pronto.
Ojalá hubiera durado toda la noche.

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