Antonio Hernando lanza nuevo disco “Empiria y Laurel”: “Hay que vivir ilusionados por las pequeñas cosas”

   Antonio Hernando (Jaén, 1986) acaba de publicar “Empiria y Laurel”, un álbum marcado por su reciente paternidad y una densa trayectoria musical que rescata las mejores lecciones del esplendor sonoro vivido en los años setenta. En esta entrevista, explica para Dirty Rock la trastienda de un disco de alta calidad y repleto de saberes musicales.

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– ¿Cómo ha sido la gestación del álbum? Un parto largo desde la Liturgia Eléctrica (2021)…

   Sí, acostumbrado a publicar un disco cada dos años, verlo llegar cuatro años después de La Liturgia Eléctrica ha sido un poco raro, pero en realidad no se han podido adelantar los plazos ya que apenas hemos tenido algo de tiempo en general (risas). La gira de “La Liturgia” se alargó casi dos años, y sólo entonces me puse a escribir las canciones de este álbum, que brotaron prácticamente en su totalidad entre octubre y noviembre de 2023. Nos metimos a grabar en el verano de 2024, y Miguel Herrero (el productor) y yo lo fuimos perfilando en diferentes escapadas mías a Asturias (siempre cuadrando la agenda al milímetro entre trabajo, paternidad y compromisos) en los últimos meses de aquel año. Casi el mismo proceso se hizo con la mezcla y masterización, en nuevas escapadas un poco antes del verano de este 2025, y luego entre los plazos para diseño, fabricación y demás es como hemos llegado a noviembre de este año. Pero todo llega, finalmente, y no puedo estar más satisfecho. Cuando lo volví a escuchar, después de no haberlo hecho durante meses, yo mismo me sorprendí ante la fuerza de muchos de los arreglos. Estoy muy contento y orgulloso con el resultado.

– Sí, siempre has sido cuidadoso con el resultado final, pero está producción realmente está muy lograda. ¿De quién es la culpa?

   Esto es mérito, una vez más, de Miguel Herrero y su estudio ACME en Miranda (Avilés). Después de haber trabajado juntos en La Liturgia Eléctrica, este nuevo encuentro fue mucho más natural, con una amistad mucho más fuerte, y sobre todo una complicidad y entendimiento entre ambos único, sin necesidad de explicar nada con palabras. El primer día de estudio le toqué las canciones, a guitarra y voz, grabando las guías para el esqueleto de la grabación, y él ya sabía lo que yo tenía en mi cabeza sólo con escucharlas. Entendió (y jamás juzgó) que fuera un álbum con unas letras más centradas en la vida contemplativa y la paternidad, algo que además ambos compartimos (él tiene otro chaval un par de años mayor). Además, me animó a incluir a amigos como Hendrik Röver como yo ya tenía pensado, y también fue el culpable de que Víctor Cabello al sitar y Tino Di Geraldo a la tabla india acabaran en el tema psicodélico Lisérgico Síndrome Disidente. Ver a Miguel tocar de nuevo con su particular estilo en los primeros días de grabación fue una sensación muy fuerte, muy potente. Creo que le ha vuelto a imprimir a las canciones un carácter mucho más roquero (con toques de soul) de lo que yo tenía en un principio en mente. Es el capo, y punto. Por otro lado, para este disco también hemos contado con un titán como el citado Hendrik Röver, que le ha imprimido un carácter mucho más americano, más clásico, a algunas canciones. Para este disco yo quería instrumentos nuevos, que dieran más colores y matices, como el violín, el dobro, la mandolina, el sitar, el banjo o el slide. Creo que por eso en muchos aspectos este disco va más allá que La Liturgia Eléctrica y es mucho más rico en muchos momentos.

– El proceso creativo dominante parte de tu realidad más cercana, que simultáneamente parece también, por las letras, abrirte horizontes.

    Es que al final escribo de lo que vivo. Suelo componer desde las entrañas, desde dentro, y no me suelen salir canciones un poco “de oficio”, estándares sobre amor y desamor en momentos en que no esté realmente enamorado o dolido. Los 30 Aullidos versaban sobre una ruptura y su refugio en la noche, El Viaje Infinito me pilló descubriendo otras culturas con la guitarra a cuestas por Europa, “La Liturgia” fue un homenaje a mis ídolos del rock tras una epifanía góspel en Nueva York…y estaba claro que en este “Empiria y Laurel”, donde mi día a día se ubica más en los parques que en los bares, pues no me iba a poner a cantar sobre los excesos nocturnos. Tuve mis dudas al principio, no te creas, ya que al final es algo muy personal que quizás tampoco puede conectar con todo el mundo, pero al final me lancé a escribir sobre lo que quería y sentía, y creo que ha quedado muy digno, estoy especialmente contento con las letras. En el fondo no hay que ser padre para que te emocione este disco, porque también has sido hijo. Es un retrato de un momento vital, sin más, cantando a lo bueno y a lo malo, con mucho amor por ese sonido clásico de los vinilos. Creo que, si se escribe desde la honestidad, sin pensar en parámetros comerciales, lo normal es que salgan canciones buenas de verdad, o al menos puras.

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– Siempre te piensas mucho el orden y a qué cara corresponde cada tema. Y claro, empiezas por Simón…

Sí, claro. Realmente el álbum abre con “Estás en el Menú”, por la fuerza de la canción en sí, y ya aparece “Simón” en el segundo corte. Aunque he de confesar que fue precisamente Simón el que descorchó la sequía compositiva y la primera en la lista de este álbum (sin contar un par de temas escritos antes, “El Desastre” y “Lisérgico Síndrome Disidente”). Cuando Simón nació, con apenas una hora de vida, le hice escuchar Beautiful Boy de John Lennon, y claro, yo quería escribirle algo en esa línea. Mi vida cambió en el momento en que Simón llegó al mundo, es así. Curiosamente, el primer estilo con el que Simón comenzó a moverse, a reaccionar y a sonreír (te hablo de sus primeras semanas en este mundo) fue escuchando soul, así que estaba claro que la canción que le escribiera tenía que ser un soul. Pero más que en la onda de Aretha Franklin o Wilson Pickett (ya no sólo por mis carencias vocales), preferí hacerlo a la manera de Van Morrison, Frankie Miller o Ray Lamontagne, tipos que se acercan al soul desde un prisma más “blanco”. Primero salió el estribillo (que tenía claro que tenía que ser coreando su nombre), luego la melodía, luego poco a poco las estrofas…tardé más de siete meses en terminarla, intentando evitar tópicos o versos demasiado ñoños. Y como te digo, una vez que la vi terminada, me llegaron a borbotones más ideas para canciones, y empezó a fraguarse la idea de un nuevo álbum.

– Un hijo que reaparece en “Todo Nuevo Bajo el Sol” o en “Caballero Andante” o” Debe Ser Así”, desde diferentes ángulos.

   Efectivamente, todas salieron en la misma época, pero no todas versan sobre lo mismo. “Todo nuevo bajo el sol” fue la última que escribí, casi un año después que el resto, a punto de entrar a grabar. Me acababa de comprar una guitarra acústica (otro hecho importante también a la hora de componer una canción, el tipo de guitarra) y con un Simón ya más mayor, viviendo un día a día diferente (ya no era un bebé, sino un niño). Un día me inspiró su entusiasmo con las pequeñas cosas, esa inocencia pura e innata que vamos perdiendo conforme crecemos, fagocitados por el trabajo y las responsabilidades adultas. Como decían Los Secretos en “Volver a ser un niño”, hay que reivindicar esa forma de vivir ilusionados por las pequeñas cosas a las que ya no prestamos atención y que realmente importan, y relativizar las estupideces (de las que no nos acordaremos en veinte años) que nos quitan el sueño diario y nos estresan y agobian. Por otro lado, “Caballero Andante” es un tema más vacilón, en él hablo con ironía de pasar una noche entera sin dormir (algo que viví diariamente durante el primer año y medio como padre). Simón no dormía de bebé, era imposible, tan sólo lo conseguíamos con el típico paseíto, dando vueltas por la casa, sin poder sentarnos ni por un segundo a descansar (si no, volvía a despertarse y a llorar), de ahí el juego de palabras con lo de “caballero andante”. Por último, “Debe Ser Así” es un canto a la felicidad, a mi nueva vida entre juguetes y dibujos animados, a un momento vital en el que no me hubiera imaginado unos años atrás. Parece un disco de color de rosa, pero también hay pasajes que critican las discusiones diarias (“Antes del Huracán”), la falta de intimidad (“Estás en el Menú”) o el paso del tiempo (“Saturno Devorado”). Es una mirada introspectiva, pero como bien dices, desde diferentes ángulos.

– ¿La paternidad cierra o abre un ciclo creativo?

   No te sabría decir, intuyo que ni uno ni lo otro. Yo me dedico a escribir canciones, aunque no me gane la vida con ello, y siempre lo he hecho. No me imagino sin hacerlo. Digamos que la paternidad ha marcado este momento puntual de fase creativa, y lo que me depare el futuro será lo que irá impregnando los versos de mis canciones. Lo mismo me hago abogado y me da por hablar de pleitos a ritmo de blues (risas).

– Vaya lujazo contar en el disco con la violinista más dylaniana que nunca ha habido. Cuenta eso, “arruga del anciano”.

   Esta historia es increíble, y más para mí, como dylanita acérrimo desde mi niñez. El primer instrumento que tuve fue una armónica, la primera canción de Dylan que escuché en mi vida fue Hurricane, y el primer vinilo que compré con mi dinero fue Desire, así que imagina. El contacto comenzó un año antes de la grabación del disco. Scarlet Rivera hizo una pequeña gira por España en acústico, con parada en Madrid, y allí que me presenté en primera fila, emocionado. Fue un concierto precioso, en la sala Sol, pero estábamos muy, muy poquitos viéndola. Así que ella, tras el concierto, se bajó del escenario y pasó un ratito charlando con cada uno de nosotros. Yo le regalé mi propio vinilo de La Liturgia Eléctrica, le hice firmar mi copia londinense de Desire y le conté que al día siguiente viviría una velada mágica en Zaragoza, ya que iba a tocar en El Corazón Verde, un sitio precioso donde yo mismo toco cada vez que puedo. Curiosamente, pocos meses después, las propias dueñas de El Corazón Verde me pidieron ayuda para un par de músicos estadounidenses que venían a tocar a su escenario. Se trataba de James Maddock y Brian Mitchell (este último el acordeonista de Levon Helm, de The Band, así como de Springsteen o Dylan) y buscaban una fecha en Madrid que se les había resistido. Así que me puse el traje de promotor e hicimos una velada increíble en la Fun House, incluso tocando juntos por The Band. Como enésima casualidad, el manager italiano de James y Brian era el mismo de Scarlet, así que como en esa época yo ya había empezado a grabar el álbum, le envié una demo de Saturno Devorado, claramente la más adecuada para su violín, con esos aires al propio Desire de Dylan. Ella no sólo aceptó tocar, sino que además se involucró muchísimo. Fueron unas semanas alucinantes en donde nos enviábamos extensos correos hablando de más y más casualidades, como que por ejemplo terminara grabando su violín en el estudio de Fernando Perdomo en Los Ángeles, que no es ni más ni menos que el guitarrista de Jakob Dylan (hijo de Bob, claro), culpable además de las seis cuerdas en el álbum y documental “Echo in the Canyon”, que precisamente es un homenaje a la escena de Laurel Canyon, como la música de mi propio disco. También le traduje mi canción, que es una reflexión sobre el paso del tiempo, y ella me compartió un poema inédito que irónicamente había escrito estando en España de gira sobre el mismo tema (se titulaba Reloj de Arena) y con varios versos muy parecidos. Scarlet es como te la imaginas: mística, tímida pero siempre sonriente, con un corazón enorme. Escuchar y tener su violín en el disco ha sido un sueño imposible cumplido, pero, además, ese vínculo conseguido gracias a esta experiencia es un regalo demasiado valioso.

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– “Venga”, dice la apertura de “Estás en el Menú”. Ahí aflora la pantera jienense con garras afiladas y listas para la acción…

   Ja, ja, ja. Sí, eso fue Pedro Álvarez, el ingeniero de sonido. Vas a flipar, pero esa toma de voz fue la última de todas las que hice para el disco. Canté las doce canciones en menos de dos días, y para “Estás en el Menú”, que además tiene una exigencia roquera y de actitud muy alta, estaba ya casi sin fuerzas. Así que Pedro me dijo algo en plan, “venga, échale ganas, que con esto rematamos el disco” o algo por el estilo, yo contesté con ese “venga” y él lo dejó en la toma, abriendo finalmente el álbum, sin él entonces saberlo. Una vez que terminé de cantarla supe que aquella era la buena, hasta el grito de en medio me salió salvaje, con mucho temperamento. En cuanto acabó la toma nos fuimos al bar de al lado a celebrarlo.

– Explica este título elegido, “Empiria y Laurel”, para englobar conceptualmente las doce canciones.

A ver, yo quería resumir en una palabra el contenido de las letras y la música del álbum respectivamente, y por eso elegí lo de “Empiria” y “Laurel”. “Empiria” es la parte que resume los textos: ese empirismo, esa sabiduría adquirida a través de la experiencia y la observación, que es de donde han salido los versos de este disco, gracias a mi nueva vida contemplativa, la paternidad y los placeres tranquilos de la vida adulta. “Laurel” viene por la música, ya que cuando compuse estas canciones estaba obsesionado por toda la escena de Laurel Canyon, ese barrio californiano a las afueras de Los Ángeles en donde entre los sesenta y setenta vivirían gran parte de mis ídolos: Los Byrds, Crosby, Stills & Nash, Neil Young, etc. Ellos crearon un sonido basado en las armonías vocales, las guitarras acústicas y las melodías imposibles, que es lo que yo iba buscando, aunque al final nos ha salido bastante más roquero (risas). Lo del símbolo del laurel como victoria en las olimpiadas griegas también cerraba de forma magistral ese círculo y el concepto que iba buscando.

– Una portada de gran calidad, con aires de Woodstock y algunas referencias claves en tu música que asoman la nariz.

   Efectivamente, el guiño al Woodstock de Dylan, Van Morrison y The Band era parte de la idea, con esas hojas de otoño por el suelo. También esa estampa rural buscaba reflejar esa calidez sonora, ese ambiente más de americana, de si me apuras otoño de mi vida, aunque aún sea joven. También hay una especie de bodegón, como hicimos en la portada de “La Liturgia Eléctrica”, con elementos escondidos como Tigrotote (el peluche favorito de Simón), un reloj de cadena (que evidencia el paso del tiempo) o los vinilos de The Band y The Byrds (Robbie Robertson acababa de fallecer y “Untittled” de McGuinn y compañía me impactó muy fuerte en aquella época). Javier Jimeno es el responsable del disparo, como lo fue de mis dos álbumes anteriores.

– ¿Con qué músicos has contado? ¿Muchos repetidores?

   Hombre, por supuesto Miguel Herrero de nuevo como hombre orquesta (tocando baterías, bajos, eléctricas, metales, pianos, coros…), así como su primo, Dani Herrero, que vuelve a soplar su saxofón. El resto han sido un buen puñado de amigos y músicos a los que admiraba, como la propia Scarlet, Jamison Passuite (de la banda norteamericana Handsome Jack) o Hendrik Röver de Los Deltonos. Gente como Gatoperro, Javier Vielba, Rafa Toro, Carlos Vudú o Suso Díaz aparecen porque son mis mejores amigos, y siendo consciente de que sacar un hueco (ya no sólo para grabar, sino para coger la guitarra) iba a ser una tarea imposible, los llamé para juntarnos y pasar unos días de grabación inolvidables. Además, que me hace una ilusión tremenda que estén y hayan vivido esta aventura de primera mano conmigo.

– Cuéntanos la historia de “La Última Carta de Jim Croce”, una composición que brilla con fuerza en Empiria y Laurel.

   Sí, la historia de Jim Croce tenía que ser contada, y qué mejor que en forma de canción. Mientras componía estas canciones, la música de Jim Croce me llegó con mucha fuerza, ya que se le estaba reivindicando de nuevo al cumplirse el 50 aniversario de su muerte (hablamos de que esto pasó en 2023, ya que Jim murió en 1973). Es la típica lucha de un músico que apuesta por sus canciones, pero tiene que sobrevivir a base de trabajos precarios, algo de lo que lamentablemente yo también estoy más que familiarizado. Resumiendo, su biografía es la siguiente: siendo una figura local en Pensilvania, conoce a Ingrid siendo jurado en un concurso, una cantante con la que se acaba casando, usando el dinero de su boda para grabar su primera maqueta, presentándola en tugurios de mala muerte que le ayudan a afilar los personajes de sus canciones y ese humor y carisma escénico tan característicos de Jim Croce. En un golpe de suerte, a Jim le ofrece contrato la todopoderosa Columbia Records, publicando un álbum junto a su mujer Ingrid en 1969, instalándose ambos en el neoyorquino barrio del Bronx y recorriéndose el país de punta a punta para tocar ante cuatro gatos en sus miles de escenarios. Su situación se volvió tan insostenible que acabaron vendiendo todas sus pertenencias (menos la guitarra), teniéndose que mudar de nuevo a Filadelfia, en donde Jim Croce se convertiría en camionero, albañil, constructor de ferrocarriles o profesor de guitarra particular. Es en este momento cuando Ingrid se queda embarazada, y cuando Jim Croce, en vez de abandonar del todo la música, decide apostar al cien por cien por ella. Y curiosamente, tras varios años y tras ser rechazado por más de cuarenta discográficas, el cantante acaba con sus huesos en ABC Records, publicando su debut en 1972. Para su propia sorpresa, el disco es un éxito, comienza a girar y a aparecer en televisión sin descanso, e incluso su segundo disco, gracias al single “Bad Leroy Brown” (que luego cantaría Frank Sinatra) acaba en el número uno. Lamentablemente, en una de esas giras interminables, la noche del 20 de septiembre de 1973, su avioneta se estrella contra un árbol al despegar desde el aeropuerto de Natchitoches (Louisiana) tras un concierto, falleciendo todos los ocupantes en el acto. Jim tenía tan sólo 30 años, y al día siguiente saldría el single del que sería su tercer y último disco. Hasta aquí la historia ya tiene bastante enjundia en sí, pero lo increíble viene ahora: tres días después del accidente, su viuda Ingrid recibe una carta con fecha del propio Jim de apenas una hora antes de su último vuelo. En ella, el cantante le confiesa que está harto de viajar y no ver a su familia, que el mundo de la música no es como se lo esperaba y que su intención en cuanto su avión aterrice es la de volver a casa para estar con ella y su hijo, dejar la música para escribir relatos o guiones de cine y disfrutar de tiempo de calidad en familia. Como sabemos, el pobre Jim jamás cumpliría su objetivo. En mi canción, rescato tanto líneas reales de esta carta (que puede encontrarse en Internet) como momentos de su vida. Aunque ya que era una historia tan trágica, decidí hacerlo de una forma más festiva, en la línea del propio Jim Croce.

– Ahí estáis sembrados al jugar musicalmente con el Bad, Bad, Leroy Brown original.

   Justo. Decidí meter ese piano tan característico (tocado por Miguel) en forma de guiño. Creo que a Jim le hubiera gustado. Por cierto, que su hijo A. J. Croce es otro musicazo. Anda este año girando por Estados Unidos tocando las canciones de su padre.

– Eso de no “pero no hay que firmar rendición” en “El Desastre” huele a autobiografía.

   Sí, pura y dura. Llevo toda mi vida luchando, en muchos aspectos más allá de la música, pero tengo suficientemente claro mi rumbo y objetivo, así que me sale de forma natural. Para serte sincero El Desastre es un tema que surgió durante la pandemia, de ahí ese “llegó tan pronto el desastre que no lo vimos venir”, pero luego decidí que no quería convertirlo en una canción pandémica, sino en una especie de himno resiliente, que valiera para cualquier revés, cantado a coro a modo de mantra con aires irlandeses, jarra en mano y con orgullo. De ahí esa cadencia en tres por cuatro, en plan tabernario.

– Vuelves a grabar con amplia base estilística, otra cualidad del álbum.

   En realidad, todo bebe de las raíces del folk y el rock norteamericano, como el country o el bluegrass, estilos a los que aún no me había acercado y me apetecía mucho. Hay soul, algo de funk (en Caballero Andante), pinceladas de cabaret, sitares indios de raga rock y mucho de la llamada “americana”, un género que dicen que inventó The Band y que no deja de ser la tradición americana. En ese sentido Empiria y Laurel es más puro estilísticamente que La Liturgia Eléctrica, aunque esta venía de los mismos padres, en su caso con el góspel y la música de Nueva Orleans como protagonistas.

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– Pese a tu agenda marcada por eso que llaman “paternidad responsable”, ¿sigues con tus habilidades divulgadoras, como la Hora de la Aguja y otras colaboraciones?

   Parece que no paro y tengo tiempo para todo, pero nada más lejos de la realidad. Al final termino sacando tiempo, pero cuesta conseguirlo y todo se demora más que antes, aunque mi necesidad vital de hacer todas estas cosas consigue que me ponga a ello. Mi proyecto radiofónico, “La Hora de la Aguja”, por ejemplo, está parado de momento (debería haber arrancado la duodécima temporada en septiembre), aunque espero retomarlo después de Navidad, ya que estoy que me locuto encima.

– ¿Algún otro proyecto en marcha?

   La verdad es que sí. Volviendo a mi faceta más divulgativa, a principios de año publiqué un extenso artículo en la revista Ruta 66 sobre Ernie Graham, un irlandés que tan sólo grabó un álbum en 1971, pero con una historia fascinante a sus espaldas, que incluye haber trabajado con Jimi Hendrix, ser parte del pub rock o pertenecer a Stiff Records, el sello que descubrió a Elvis Costello o Ian Dury. Escribir aquel artículo ya supuso varios meses de investigación y búsqueda, con entrevistas incluso a sus protagonistas. Tras el artículo y un programa de radio que también dediqué a Ernie Graham acabé teniendo el doble de información, testimonios y anécdotas, así que estoy terminando de escribir un libro sobre todo aquello. Estoy muy, muy satisfecho y espero que vea la luz en breve (dentro de los plazos editoriales).

– ¿Estás contento con la acogida que está teniendo la criatura?

   Muchísimo. Si te soy sincero, la acogida de La Liturgia Eléctrica me pilló por sorpresa, y de alguna manera dejó el listón muy arriba. Y como te decía sobre este disco, unas canciones tan personales hablando sobre paternidad, en tiempos de perreo y letras machaconas, me parecían demasiado arriesgadas. Pero al final están gustando más incluso que las del disco anterior, así que no puedo estar más contento y agradecido. Ahora toca disfrutarlo y volver en breve a la carretera, y que ojalá este disco también tenga un largo recorrido.

Texto: Miguel López

Fotos y video: Ana Hortelano

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