Glen Hansard todo sabiduría en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid

Toda la sabiduría de la calle llenó anoche las vidas del público que abarrotó el Teatro Apolo, precisamente el Dios del Sol y la Verdad, todo un medicamento para purificar los cuerpos y las almas. Ese conocimiento de la calle permitió a tod@s disfrutar del espectáculo que ofrece Glen Hansard. El irlandés aparece en el escenario con otros diez músicos: un impresionante conjunto musical.

Hay cuatro mujeres (una al piano y otras tres a otras cuerdas), tres hombres a los vientos (que sutilmente elevaban hacia las estrellas los elegidísimos momentos donde intervenían), un guitarrista, un bajo/contrabajo y un batería (de los viejos tiempos de Frames). Las iluminación es sobria, pero de enorme efectividad, la sesión arranca con bastante puntualidad y se extiende durante dos horas y media largas. La música es energía. Y Glen Hansard es pura energía. El irlandés, de la cosecha de 1970, electrizó anoche a la concurrencia desde el primer momento. Derrochó una pasión desaforada que contagia a quien está cerca esa fuerza auténtica, palabra clave para intentar comprender lo que hace este hombre, porque esa autenticidad es su seña de identidad, su ADN.

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El excesivo rubicundo convierte en calor humano todo lo que tocan sus ondas sonoras. Es un volcán de pasión que arde desde su garganta y transforma sus palabras en lava que horada las cabezas del público. Pero siempre en una dimensión sensible, exquisita, llena de poesía, y no con una potencia bruta sin pulir, ni mucho menos. La calle es bella, es inteligencia, supervivencia, amor. La escuela y Glen Hansard no se llevaron bien. Con sólo 13 años se despide de los pupitres y agarra la guitarra. Toca desde tan tierna edad en las putas calles de Dublín, algo que debe de curtir como pocas cosas en el incierto sistema educativo europeo. Ya con 21 añitos aparece en la película The Commitments, de Alan Parker, una experiencia agridulce porque sintió que le alejaba un tanto de su misión musical. Se enrola en The Frames (anoche me hablaron con desaforada pasión de Santa María: canción obligatoria para amar a Hansard) y cinco años más tarde graba su primer disco, The Swell Season. Ahí suena también su compañera de andanzas Markéta Irglová, una dulce checa rebosante de sensibilidad poética.

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Ese año 2006 vuelve a ponerse ante las cámaras y de alguna forma se interpreta a sí mismo como músico callejero en Once, una maravilla muy bien acogida por crítica y público. Su auténtica puesta de largo mundial. La película cuesta cuatro duros. Markéta interpreta a una inmigrante que vende flores por la calle para ganarse la vida. Gana un Oscar a la Mejor Canción Original gracias a Falling Slowly. La fama se le echa encima y afortunadamente recibe un consejo de Bruce Springsteen que probablemente le salva la vida. Esa noche se bebe unos cuantos whiskys junto al monstruo de New Jersey. El Jefe le dice que tenga cuidado con la fama. Que puede acabar con él. Le dice que “todo lo que había sido en mi vida, ese tío que luchaba contra el mundo, había muerto la noche en que ganó el Oscar”. Sólo la música podría salvarle en adelante. Eso lo aprendió bien aprendido. Es probable que anoche, cuando cantaba Drive All Night (aunque no aparezca en el set list que se reproduce), con un juego de vientos para quitar el hipo, pasara por su cabeza aquella charla. Entonces nos dio lo más grande de su vida: un sentimiento musical de pureza salvaje.

Música y amor suelen ir de la mano. También le sucedió a Hansard, cuando se enamora en la vida real de su compañera musical, un momento mágico para amantes del cine que se capta en The Swell Season, un documental asombroso, donde la ficción va diez centímetros por detrás de la realidad. Ambos músicos, marginales casi, se pusieron en el candelabro y entraron en la vida de gira continua. Se amaron apasionadamente, pero el desgaste de la carretera durante varios años continuos en hoteles es implacable. Se observa en la película ese deterioro. Rompen como pareja ante las cámaras. Lo que no puede ser, no puede ser…

Tras la ruptura, lanza su disco Rhythm and repose. Mucho más cerca, ha publicado Burn the Maps, grabado en Chicago, o The Cost; muchísimo más cerca, lo visto anoche. Ya desde las primeras canciones se notan los alientos de Dylan, Eddie Vedder o Van Morrison. Cuenta de forma prolija un viaje a Nueva York en su juventud. Busca como loco los lugares sagrados de los beats, Ginsberg, Kerouac y todo el santoral. Persigue también la calle donde Dylan agarra el brazo de Suze para la portada de freewheelin. Acaba viendo un montón de ropa y trastos amontonados: son las pertenencias de los que mueren en la más absoluta pobreza y soledad. Ahí late un montón de historias que convertirá en música y se lanza con Wedding Ring.

Hay docenas de momentos de tremenda belleza en el concierto. Hansard crea y destruye ambientes, edifica los crescendos y los alterna con espacios de íntimo silencio. El público muy preparado, muy consciente, respeta al máximo esos ritmos de tobogán y le sigue allá donde quiera aventurarse. Se quedan grabados en los corazones los juegos de él con el trombón o el saxo. También los arrebatos con la decena de guitarras que fue alternando durante la sesión (sólo en un tema se sentó al piano). Emocionante ese momento en que sube al gallinero y se marca dos canciones antológicas a pelo, como en sus viejos tiempos de músico callejero.

Una chica joven se abraza al músico. Nos la encontramos luego, a la salida, y nos dice entre lágrimas que había ido al concierto ¡pagando la entrada a su madre! Sí, hay muchos minutos de asombrosa calidad y pasión, de “corazón y alma”, como grita en Drive All Night hasta ponernos los pelos de punta, pero la explosión sin retorno llega en ese momento posterior a Come Away to the Water. Ese delirio sin freno, ese grito descomunal se llama Astral Weeks , el grito de todo ser humano herido ante los embates del tiempo, el lamento por la vida que se nos va.

Ese Astral Weeks es la huella más honda que deja en una noche para enamorarse eternamente de este hombre. Glen Hansard, el hombre que atesora toda la sabiduría de la calle.

Texto por Miguel López.

Fotos y vídeo por Ana Hortelano 

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