Junior Mackenzie, ahora que estamos vivos

“Now that we are dead” es el nuevo disco de Junior Mackenzie y nos llega cuando sabemos, ¡qué alivio!, que estamos vivos. Cuando lo escuché la primera vez no estábamos seguros de si estábamos vivos o si éramos parte de la cifra de bajas de un sueño. En aquellos días del último invierno pensé que era un disco bellísimo, y también pensé que si había un día en que las palabras “escenario”, “concierto”, “salir de noche”, “abrazo” y “goce” volvían a tener cabida en nuestro lenguaje, sus canciones se iban a transformar ante nuestros oídos y nuestros ojos, que tenía que existir un mundo real en el que pudiéramos sentir el trallazo de “Don’t Become a Liar” y la caricia de “Sunny Days”, a pocos pasos de la tarima, envueltos en la música, bañados por la música.

La sala Euterpe, en San Juan de Alicante, era el lugar necesario para la comunión de los fieles, ese recinto chiquito y acogedor en el que las cosas suceden realmente, en el que las melodías se te pegan al cuerpo y te las llevas puestas.

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Junior Mackenzie ha cambiado de alineación: se acaban de estrenar Carlos Gómez, guitarrista y también productor de un buen puñado de nombres de la escena valenciana, y Alfonso Luna, a la batería, a quien se vio con Josh Rouse o Tachenko. Se unen ellos al teclista Pablo Barrios, que debutó precisamente en esta sala justo antes de la reclusión masiva, y al veterano Mauricio Bedoya, el que más tiempo lleva junto a Fortea, dibujando líneas de bajo que cosen las canciones.

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Esta noche no se ha traído su contrabajo, esa otra parte de él que galantea con el jazz: no habría cabido, están todos muy juntos y la música rellena todos los espacios entre ellos. Arrancan fuerte, con “The Slayer”, que el cuerpo pide marcha, birras y calor humano, algo de verdad aunque sea de puertas adentro, que en la calle están los boletines oficiales, las mascarillas, las peceerres y el interminable discurso del miedo.

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“Half dead”, a continuación, estampa el inconfundible sello Junior Mackenzie en el devenir de la noche, la sutil navegación por un mar de cambios en las canciones, un reino de gozo que se adueña de nuestros corazones hambrientos de música.  Junior Mackenzie, Juan Fortea, reparte una vez más felicidad, más de una docena de dosis que esparce sobre nosotros, historias personales de amor y desamor y de su propia persistencia en perseguir la línea del horizonte.

Hay que estar agradecidos a quien como Fortea se empeñan en resistir en estos tiempos difíciles para la cultura, porque sin ellos nuestro mundo sería mucho más pobre de lo que ya es. Ahora que estamos vivos y empezamos a recordar, alegra reconocer aquello que ha quedado de todo lo que amábamos, zambullirnos en las aguas delicadas de “Unforgiven”, en el espumante oleaje de “Bird with no feathers”, en la entrañable intemporalidad de “Sunny days”. No importa que sean canciones nuevas, canciones que no conocíamos antes del murciélago y el dolor: parecen nuestras, de siempre, de cuando teníamos menos cicatrices y no teníamos ninguna duda de que estábamos vivos.

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Fotos y vídeos por Juan J. Vicedo.

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