La exquisita madurez de Lydia Loveless

Lydia Loveless publicó a finales de septiembre su sexto disco, «Nothing’s Gonna Stand in My Way Again». Parece que a la gente que la encumbró en sus inicios ya no le apetece escucharla y, sinceramente, este disco es mucho más personal y fascinante que aquellos ejercicios de estilo con los que se dio a conocer. Un trabajo lleno de resiliencia y de riesgo que demuestra su naturaleza inconformista. Un disco en el que toma como referencia iconos femeninos como Stevie Nicks y Liz Phair (otra apestada para el rockerío más intransigente) consiguiendo una obra redonda y adictiva. El disco fue grabado en el estudio The Tractor Shed, ha sido editado por Bloodshot Records y producido por la propia Lydia y Sean Sulliwan. 

Escucha «Nothing’s Gonna Stand in My Way Again» de Lydia Loveless aquí:

Curioso su regreso a Bloodshot tras acusar de acoso sexual a Mark Panick, pareja del cofundador del sello. Según Loveless, hubo manoseos, acoso sexual verbal y comentarios inapropiados en Facebook. En respuesta a las acusaciones, Panick dijo que “nunca se propuso incomodar a nadie” y se disculpó “si algo de lo que hice hizo que alguien se sintiera insegura o incómoda”. Aunque finalmente fue el despido de todos los involucrados en esas conductas inapropiadas lo que hizo que Lydia volviera al sello de toda su carrera.

Cuando Lydia lanzó su primer álbum hace más de diez años era apenas una adolescente. Para muchos rockeros de postal, era el poster perfecto: una niña que había crecido dentro de un bar, cantando canciones de libertinaje, alcoholismo y drogas. El sueño húmedo de esos oyentes que la saludaban como la salvadora del cowpunk solo con ver la foto de portada de «Indestructible Machine». Ahora, se burla de todo aquello, autodefiniéndose como «ex- salvadora del cowpunk». 

«Ha habido un crecimiento dentro de mí, estoy tratando de deshacer muchos malos patrones y hábitos. Llevo dos años sola, ya no hay nadie arreglando mi desorden todo el tiempo. Tengo que hacerlo yo misma y me molesta enormemente, lo cual es vergonzoso con casi 33 años. He estado en terapia durante 10 años, así que probablemente es el momento de tomar las riendas de mi vida.”

No hay nada peor que estar colocada en un pedestal antes de los veinte; quizás el que te coloquen sin merecerlo. Y un poco de eso había. Demasiado joven y demasiado pronto, sin aprendizajes; se vio envuelta en una espiral de la que era difícil apearse. Miles de kilómetros, cientos de bolos, decenas de pretendientes y de botellas vacías. Pronto tuvo que luchar contra el alcohol y la depresión. Ya en 2020, demostró ser mucho más que una cantante cualquiera. «Daughter», lanzado en su propio sello, Honey, You’re Gonna Be Late Records, contó con el apoyo de otro ex alcohólico, Jason Isbell. Por desgracia, la pandemia le impidió defenderlo como se merecía.

Estaba viviendo en North Carolina con su novio de toda la vida, tratando de alejarse de las adicciones, lejos de su familia y al borde de la locura. Entonces, Loveless rompió con su chico, regresó a Columbus, su tierra; encontró trabajo en un estudio de grabación y comenzó a escribir las canciones de «Nothing’s Gonna Stand In My Way Again». Unos temas donde continúa su evolución y eleva el nivel de composición como nunca. La artista que hace unos años cantaba que preferiría quedarse en casa y beber litros de vino, nos dice ahora en «Feel» que «Me estoy haciendo mayor y si, alguna vez logro estar sobria, realmente se acabara todo para vosotros, estúpidos». Lydia ha crecido y ha apostado por mantenerse viva.

Es increíble que nadie haya reparado en Liz Phair hablando de este disco. La inicial «Song About You» parece salida de las cintas del Girly Sound que hicieron célebre a la mítica cantautora de Chicago. Tanto el tratamiento de las guitarras como los giros vocales son puro Phair. Comparten las dos chicas una honestidad brutal a la hora de hablar del amor, el desamor, el sexo y los malos hábitos. También el hacerlo con elegancia, envolviendo las alegrías y las tragedias en pegadizas melodías contadas con la palabra exacta. «Sex And Money» es otra de esas canciones que se pueden emparentar con la Phair más brillante. («No me importa cómo llegaste allí, yo sólo quiero ser alguien/ y solo pienso es en sexo y dinero»). 

Canciones como “French Restaurant” y “Runaway” demuestran lo literaria que se ha vuelto la composición de Lydia. Los finales felices no están hechos para ella. Dos temas que retratan explicitamente una relación que se derrumba. En “Runaway”, una serie de berrinches autodestructivos que tratan de posponer el final inevitable de una relación hasta que finaliza cantando «No me gusta correr / sólo me gusta huir». Por otro lado, en “French Restaurant”, la relación rota aparece mediante metáforas relacionadas con la comida. ¿Cómo puede pasar el amor de ser un menú de 400 dólares a convertirse en un simple McMenú? 

«Nothing’s Gonna Stand In My Way Again» conserva algo del espíritu de sus discos anteriores, pero los supera con nota. «Toothache» es una de las pocas canciones que podrían haber encajado en sus primeros tiempos. Los riffs espídicos de sus primeros trabajos dejan paso a una musicalidad mucho más cercana a los clásicos de Fleetwood Mac o Tom Petty. Un sonido que está volviendo y que están rescatando muchos jóvenes talentos de la escena. La producción es más matizada y variada, su voz más controlada y más sabia. 

Lydia-Loveless-Jillian Clark

¿Madurez? Sí, ¿qué hay de malo en ello? Muchos preferirán a la adolescente borracha lanzándose al vacío, pero es ahora cuando Lydia aparece como la cantante que siempre soñó ser. Es un disco más complejo y más cautivador. Una valiente declaración de una persona que ha sobrevivido a demasiadas cosas demasiado pronto. Un canto a la resiliencia y la superación, algo que exige luchar día a día por mantenerse en el camino correcto.

Las buenas canciones siguen brotando hasta el final. «Do The Right Thing» es un himno de power pop basado en el renacimiento y las ganas de hacer por fin las cosas bien (“Quiero sentir la emoción de saber que hice lo correcto por una vez”). El cierre, “Summerlong”, dirigido por un piano melancólico saca otra cara de la nueva Lydia. Una de las mejores actuaciones vocales de su carrera, y es que no solo en la fuerza está la emoción. Muy pocas desnudan su alma como Loveless y muy pocas saben lidiar con emociones complejas con tanta eficacia y pasión. Ahora sí, empieza a merecer el pedestal que algunos le construyeron demasiado pronto. Aunque posiblemente sean los primeros en poner peros a esta madurez que le ha convertido en una ARTISTA. Con mayúsculas.

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