Michael McDermott, doble ración de heartland rock

Michael McDermott, venerado cantautor de Chicago, sube las apuestas lanzando dos álbumes en un solo día. “Lighthouse on the Shore” y “East Jesus” exploran sus dos personalidades musicales, una acústica y otra eléctrica. Una dualidad entre la introspección y la exhuberancia. Si fueras un pintor, sería blanco y negro. Para un músico, es acústico y eléctrico.

El disco tranquilo, “Lighthouse on the Shore”, fue grabado en el Pauper Sky Studio en Orland Park, Illinois con McDermott a las guitarras, piano, bajo y voz; Heather Lynne Horton (violín y voz); Matt Thompson (bajo); Will Kimbrough (guitarras, banjo y mandolina); John Deaderick (piano, teclados, órgano) y Katie Burns (violonchelo). El más fuerte, “East Jesus”, fue grabado principalmente en el Transient Sound de Chicago.  El equipo, básicamente el mismo, con la incorporación de Grant Tye (guitarras) y Steven Gillis (batería).

Escucha “Lighthouse on the Shore” y “East Jesus” de Michael McDermott aquí:

Michael McDermott debutó en 1990 y, como tantos otros, se perdió tras la etiqueta de aspirante a “nuevo Springsteen”. Tampoco era la mejor época para el rock americano. El grunge estaba llamando a la puerta como última revolución del rock. Y aunque el siempre acertado melómano Stephen King lo calificara como “uno de los mejores cantautores de esta generación” en 1993, no pasó de ser otro candidato a estrella. Todo se torció y acabó cayendo en una espiral de alcohol, drogas y delitos menores que le llevaron a la cárcel. Lo cuenta todo en su biografía Scars from Another Life, publicada el año pasado. Tras más de 20 años dando tumbos -y sacando discos estupendos que pasaron desapercibidos-, decidió ir a una reunión de alcohólicos anónimos y cambiar de vida.

20 discos después y completamente infravalorado, McDermott sigue siendo un verdadero maestro en todos los palos del rock americano. Ahora, a sus 55 años, decidió celebrar los diez años de sobriedad embarcándose en un proyecto épico: lanzar dos discos al mismo tiempo.

“Supongo que siempre ha sido un acto de equilibrio, mis múltiples personalidades. Una de mis personalidades creció escuchando a Dylan, Woody Guthrie, Odetta, música tradicional irlandesa y Tom Waits. La otra se crió con The Stones, The Who, Van Morrison y U2. Mi composición varía enormemente, a veces con un gran efecto y otras veces con una serie aparentemente incoherente de canciones que nunca encuentran un lugar en mis álbumes. Esta vez pensé en inclinarme por ambos, hacer un disco tranquilo y uno ruidoso”.

El primero, “Lighthouse On The Shore”, es la parte tranquila y presenta un material mucho más íntimo y sensible. Muchas baladas de heartland rock de gran altura donde es difícil destacar una por encima de otra. Comienza con “Bradbury Daydream”, una deliciosa canción sobre seguir estando enamorado. “Algunas personas llorarán / Estoy seguro de que algunas personas estarán tristes / Solo espero estar sonriendo, pensando en la vida que tuvimos / Voy a bailar contigo al final del mundo”. Una temática que repite en “Nothing Changes”. El amor maduro, el mismo que está viviendo junto con su esposa Heather Lynne Horton (ojito a sus discos), a quien reconoce como su faro en su batalla contra los viejos demonios en la homónima “Lighthouse on the Shore”, uno de los grandes temas del disco.

Hay ecos de Springsteen pero también de Randy Newman en “Where God Never Goes” o “Count Your Blessings”, canciones por las que muchos artistas firmarían un pacto con el diablo. “Gonna Rise Up”, una fiesta sobre la supervivencia y la sobriedad, es nuestra favorita junto con “I Am Not My Father”.  Una canción que trata de lo poco que nos gusta oír de jóvenes el “de tal palo tal astilla” y cómo, con el tiempo, cobra todo su sentido en nuestros recuerdos. La voz cansada de McDermott protesta y reconoce lo incómodo que es envejecer. El final nos pone frente a una verdad incómoda: “Sostuve su mano mientras agonizaba…/ Me aseguré de que nunca me viera llorar…/ Me senté allí y sostuve su mano en la mía…/ Por primera vez”.

El álbum «eléctrico», “East Jesus”, está lleno de himnos de gran altura, alegres, gloriosas y festivas. Posiblemente el disco más rock que haya editado en su vida. Comienza con “FCO” (el código de Fiumicino, aeropuerto romano) con una acústica muy estilo de Tom Petty. Una canción de superación del pasado: “Desperté en Roma / Me fui a dormir en Chicago / Me alejé tanto de casa / Viví en el fondo de una botella”. Le sigue “Berlin At Night”, single adelanto, una afilada crónica de la batalla que libran todos los días los adictos, pero que puede ser la batalla que cada uno tenemos en nuestra vida. El amor es la solución. Con un estribillo perfecto y una melodía que fluye en todo momento, uno lo imagina formando parte del repertorio del Boss.

Algo que vuelve con ese teclado ochentero al estilo E Street que abre “A Head Full Of Rain”, uno de los temas definitivos de este año. Un himno alegre y melódico a la esperanza que nos recuerda que debemos pensar en el sol aunque en nuestra cabeza estallen furiosas tormentas. Un contrapunto perfecto en los coros de su esposa Horton y unos “ooooo” que son puro rock de estadio. El respiro llega con “East Jesus”, una balada que podría estar firmada por Bon Jovi. AOR, sí; pero bien hecho. “Lost Paradise”, otra vez con espíritu de himno, desemboca en “Quicksand” . Rock rítmico lleno de groove que explora las fuerzas que intentan derribarnos mientras nosotros tratamos de mantenernos de pie en las arenas movedizas de nuestra existencia.

“Charlie Brown” es otra favorita. Suena a clásico. Esa entrada con el violonchelo y la guitarra acústica dando paso a la quebradiza voz de Michael es otro de los momentos del disco. “Behind The Eight” no baja el ritmo. Su momento más power pop, una canción que recuerda al mejor Jesse Malin con numerosas referencias a la cultura pop (El Guardián entre el Centeno, DiMaggio, Tenessee Williams, …). La oscura e intensa “Whose Life Am I Living” cierra el disco a la manera de su adorado Tom Waits. “No sé de quién es la vida que estoy viviendo/ Todo lo que sé es que no la siento como mía”.

El estilo de Michael McDermott rebosa una sabiduría que solo puede surgir de una vida vivida en la carretera y de muchos tropiezos. Combina sin esfuerzo la sensibilidad folk, los estribillos perfectos y el rock de estadio. Sabemos que no llegará a vender millones de discos, pero lo sentimos como nuestro, pues canta con sinceridad sobre las verdades de vivir en la clase media, tratando de mantener la cabeza alta y el rumbo correcto. Uno de los grandes discos del año, que nos trae deberes: redescubrir una obra monumental casi desconocida en nuestro país.

Michael McDermott heartland rock

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