James McMurtry: “The Black Dog and the Wandering Boy”

Ya lo dijo Aaron Lee Tasjan: este disco era cosa seria. Con una carrera que va camino de las cuatro décadas, James McMurtry se confirmó hace mucho tiempo como uno de los compositores más cultos de USA. “The Black Dog and the Wandering Boy”, demuestra dos cosas. En primer lugar, que solo graba cuando es necesario (disco número 11, primero en cuatro años). Lo segundo, su indiscutible talento como escritor de canciones. Produce el veterano Don Dixon (REM, Smithereens) y edita New West Records.

Los músicos que participan en álbum darían para otro artículo. Tim Holt (guitarra eléctrica ), Cornbread (bajo) y Daren Hess (batería) son la base de todo. Pero encontramos grandes colaboradores. Sarah Jarosz, Charlie Sexton, Bonnie Whitmore son solo algunos de ellos. La portada es nada más y nada menos que un dibujo del mítico escritor Ken Kesey, que era amigo de la familia de James (su padre, Larry McMurtry, también era novelista).

Escucha “The Black Dog and the Wandering Boy” de James McMurtry aquí:

 El disco se abre y se cierra con versiones: “Laredo (Small Dark Something)” de Jon Dee Graham y “Broken Freedom Song” de Kris Kristofferson. Cualquiera diría que es algo hecho con intención. Quizás la de rendir tributo a los grandes escritores de canciones de su país, quizás la de sentirse parte de ellos. “Laredo” es un retrato inquietante de la adicción. El triste lamento de un yonqui cantado con convicción y realismo.  Una canción que marca la línea del disco, lleno de personajes que persiguen fantasmas, se arrepienten de errores pasados y, mayormente, buscan alguna manera de redimir sus pecados.

“Broken Freedom Song” narra el regreso a casa de un soldado herido con BettySoo en las armonías vocales. Un final perfecto; crudo, humano y emocionante. Kristofferson es uno de sus héroes y se nota. McMurtry también intenta siempre llegar al alma del ser humano, con todas las contradicciones que nos caracterizan.

El segundo tema, primero propio, vuelve sobre el tema principal de su anterior trabajo: el veloz e implacable paso del tiempo. “No soporto envejecer, no me sienta bien”, canta en la fantástica “South Texas Lawman”, un retrato de un sheriff decadente y perdido en nubes de alcohol. “Sus años son ahora botellas vacías / arrojadas a la cuneta”. El típico perdedor que habita en sus canciones, evidenciando en este caso la caída del mito de masculinidad dominante no hace tanto y, quien sabe, si en perspectiva de renacer en estos tiempos confusos.

“The Color Of The Night”, con cierto aire a Lucinda Williams y un gran trabajo de guitarras de Tim Holt, es el relato de un completo fracasado que quiso vivir por encima de sus posibilidades. “No puedes encontrar una luz/Cuando las cajas de cerillas están vacías/ Y no hay nadie que amortigüe la caída/ No hay nadie ahí fuera en absoluto”. Una de las canciones del disco.

“Pinocchio in Vegas” es su reinterpretación del mítico personaje. Lo sitúa en Las Vegas, dilapidando media herencia de su abuela hasta que le pillan y los abogados se quedan con la otra media. Al final, un viejo y derrotado Pinocho recuerda con nostalgia los hermosos días de su infancia. Una canción narrativa al estilo de John Prine, al igual que “Annie”, donde aparece poniendo un mágico contrapunto con su banjo y haciendo armonías Sarah Jarosz, una cantautora que siempre ha reconocido a McMurtry como gran influencia. Las letra recuerda la gran crisis que trajo el atentado de las Torres Gemelas. “Cambié de canal, me acosté y me desperté por la mañana con el World Trade Center desaparecido”.

La canción que da título al disco está inspirada en una de las alucinaciones que sufrió su padre a causa de la demencia. “El perro negro y el niño errante vienen todas las noches”, exactamente la imagen de las pesadillas que se repitieron durante años hasta su fallecimiento. Escuchándolo, parece que James teme que le pueda pasar a él, más pronto que tarde.

“Back to Coeur d’Alene” narra con maestría la difícil vida de un músico viajero que tropieza con el lado oscuro del negocio musical. Se ha cantado cientos de veces sobre el mismo tema, pero pocas veces con tanta clase. Con algún lejano eco a Mark Knopfler, el órgano de Red Young flota durante todo el tema mientras McMurtry canta la historia de siempre: “Si mis posibilidades son mínimas / Sigo dando todo lo que tengo / ¿Por qué me siento como un criminal? / Tengo que darme a conocer, Tengo que darme a conocer”.

McMurtry siempre ha tenido hueco en sus canciones para la canción protesta, aunque sea de manera sibilina. No lo es “Second Sons of Second Sons”, un sentido homenaje a los trabajadores olvidados. Aquellos que han contribuido a construir la nación y han sido ignorados en los libros de historia. Una denuncia de cómo los hijos y nietos de aquellas generaciones que consiguieron tantos derechos ahora tienen lemas como “Todo es para nosotros y al diablo con el resto” y andan “Construyendo bombas y muros fronterizos/ Mientras se desvanece toda conciencia colectiva”. Extraordinarias reflexiones donde destaca Charlie Sexton tocando un cümbüş.

Otra canción preciosa es “Sailing Away”. En ella, James y su banda se pierden cerca del Pentágono, intentando entrar en un club de Alexandria en el que van a telonear ¡a Jason Isbell! Una forma de homenajear a uno de los mayores talentos de la generación que va detrás de la suya y que tendrá que mantener este legado. James teme el paso del tiempo. Quizás esté cansado, pero se sabe más sabio. Parafraseando a su padre en la novela “Lonesome Dove”, lo más difícil en la tierra es elegir lo que importa. Y, sin duda, las canciones de McMurtry siempre buscan eso: hablar de lo importante, aunque sea a través de la anécdota. Sin duda, desde hoy, candidato a disco del año. Una lección magistral del arte de escribir canciones.

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