El Café-Bar La Alquitara celebra en diciembre sus primeros 35 años de trayectoria. El legendario local de música en vivo ofrece desde hace décadas una sobresaliente programación en Béjar (Salamanca, 12.000 habitantes), con criterio y humildad. El sólido compromiso cultural de los hermanos Miguel y Javier Sánchez Paso, guiados por una pasión musical sin fisuras, ha situado a esta sala entre los grandes mitos de resistencia y animación musical en nuestro país. Más de 1.200 conciertos celebrados hasta hoy lo atestiguan. Por si fuera poco, han agitado el territorio sonoro castellano con el Festival de Blues de Béjar, todo un referente tras 26 ediciones a sus espaldas.

Lo que en principio era un simple gimnasio en Béjar se ha transformado en un nombre de ecos musicales en plena España Vaciada. La alquitara (utensilio similar al alambique) que designa al local se encuentra nada más acceder a este tempo de la música en vivo, a la vista de los clientes y como muestra de fidelidad a los orígenes. Recuerda Miguel Sánchez Paso cómo nació el nombre: “Me junté con varios amigos a cenar para buscar el nombre, alguno era de Radio 3. Y ya, a la tercera botella de aguardiente, alguien dijo ´Alquitara´. Sí, a la tercera botella…”.
Ese aparato etílico-musical llamado Alquitara ha destilado desde diciembre de 1990 miles de litros del mejor blues, soul, jazz, funk y resto de músicas con alma. Los han degustado varias generaciones de melómanos procedentes de todos los puntos cardinales y hay consenso: los hermanos Miguel y Javier son los mejores moonshiners de la meseta castellana, capaces de atraer, décadas después del impulso inicial, el mejor talento.
La idea de montar el café-bar surgió de la familia, con cuatro hermanos muy aficionados a la música. Cuenta Miguel: “Estaba buscándome un poco la vida, me gustaba comprarme discos. Con 15 años ya me metí en una barra y mi base era tener pasta para comprar discos. Curraba todos los fines de semana en garitos y veía que no había un sitio donde pusieran la música que me gustaba, porque iban variando los gustos a los finales de los ochenta. Mi hermano Javier estaba entonces estudiando Filología Hispánica y se incorporó algo más tarde. Era un poco locura, pero el contexto lo facilitaba. Fue una época durada también aquí, por la Escuela de Ingenieros, donde había muchísimos alumnos. Béjar tenía mucha vida, muchísima vida todavía”. Y añade: “Yo tenía como referente El Corrillo, una sala de Salamanca que ha cerrado en 2018. Y, bueno, de aquella ilusión se ha hecho una realidad”.
El 7 de diciembre de 1990 abrió sus puertas la sala, caracterizada desde el minuto uno por la buena música que alberga, pero pasaron varios años hasta que los hermanos dieron el salto de programar música en vivo y llegó el primer concierto: “La fecha number one es el 14 de octubre de 1994, con Valery Ponomarev & Milestone. Me fui a Valladolid a ver en el Café España a Valery, Carlos González, Richie Carter, Fabio Miano… Fue el inicio, así con el jazz, y nos pusieron un estatus de culturetas, porque solo hacíamos jazz”.
Era bastante loco apostar entonces (o ahora) por este tipo de música en plena sierra salmantina, pero el entusiasmo lo puede todo y progresivamente La Alquitara se ganó un nombre que rebasa los confines de Salamanca y también los de Castilla y León, formando una línea musical de actuaciones que atraía mucho a los músicos por la proximidad y facilidad de desplazamiento. Era un eje ideal para los artistas gracias a sus tres paradas: Plasencia (Sala Impacto)-Hervás (El Picaporte)-Béjar (La Alquitara). De los tres locales de música en directo, hoy solo queda el café-bar bejarano.
El espacio sonoro se expandió en poco tiempo hacia el blues y el ingenio familiar abrió nuevas puertas para conseguir que los artistas actuaran en Béjar. Cuentan los hermanos que “en 1995 fue la primera vez que vino Malcolm Scarpa junto a Ñaco Goñi. Creo que además era el cumpleaños, el 19 de noviembre”. Ambos bluesmen disfrutaron de la hospitalidad de la casa y se alojaron algún tiempo, una modalidad que ahora se llama en el mundo cultural “residencia artística”, pero entonces no tenía nombre ni apenas precedentes en este tipo de circuitos: “Algunos músicos se podrían haber comprado un piso con lo que se ahorraban, pero esos años 94 y 95 fueron fundamentales. El asunto era que yo te dejo aquí dormir y tú haces tus cosas, escribes o compones o lo que sea. Fíjate, en aquel tiempo, hacia 1999, se hacían ocasionalmente dos sesiones el mismo día, algo que hemos hecho pocas veces”.
La oferta de La Alquitara fue abriendo hueco a otros géneros e intereses culturales. “Al principio, casi todos los conciertos eran de jazz. Han pasado treinta y pico años y todavía algunos dicen que si a mí el jazz no me gusta, pero, bueno, ya tienes la etiqueta… Pero al principio sí que las pasé mal, Javi no estaba todavía. Aquí se ponía Allman Brothers, se ponía a los Rolling, a Van Morrison… Pero la etiqueta era jazz, porque mucha gente no sabe la música que ponemos”, añade Miguel.
En un ejercicio de memoria, los hermanos Sánchez Paso recuerdan algunos momentos estelares en la historia de La Alquitara entre miles de anécdotas vividas con personajes tan peculiares: “La primera época con Bob Mover, Gary Bar, Gene Lee, la gente del jazz… Luego empezaron a venir los blueseros madrileños, especialmente a finales de los noventa. Ya en el 2000, traje a Hilario Camacho, para hacerle una gracia a mi hermano mayor, porque nos habíamos comido muchísimo a Hilario Camacho en casa, y luego Hilario casi fue de la familia. De hecho, en los tres últimos discos de Hilario, mi hermano, filólogo, escribió temas para los álbumes. Recuerdo la conversación con Hilario. Fue peculiar, divertida. Llegamos al acuerdo de las condiciones y todo esto. Y me dice ´pero yo no conduzco´. Respondo a Hilario ´no te preocupes, que te vamos a buscar´. Fue cuando lié a mi hermano mayor. Llamo a José y le explico que tengo a Hilario, pero que no conduce y hay que ir a buscarle a Madrid´. Y responde ´¡Yo voy!´. Una vez llegó y se quedó un mes en la buhardilla. Todas las veces que vino Hilario, iba siempre mi hermano a buscarle y surgió entre ellos una amistad profunda, porque José escribía letras con él. ¿Otros momentos especiales? Pues haber tenido a gente de la talla de Charlie Musselwhite aquí, en 2017, el concierto número mil en La Alquitara. Qué lujazo. O Bob Marlowe o Leslie Lester o Bob Margolin…”. Varias docenas de fotografías que salpican las paredes de La Alquitara muestran algunos de esos conciertos tan improbables en tierras castellanas.
Respecto a otros locales que defienden la música en Castilla y León, una de las zonas más castigadas por la despoblación, ambos hermanos apuntan a “la Cueva del Jazz, en Zamora, o la Tararí, en Ponferrada, o, en Valladolid, la sala Porta Caeli, o el Santana, en Segovia”. Los apoyos institucionales escasean y son raras las iniciativas de colaboración para contribuir al mantenimiento de un empeño quijotesco que enriquece culturalmente a la comarca. “Yo estoy muy acostumbrado a ir a tocar las narices a la Administración, con el festival, con todo. Lo que pasa que cada equis tiempo hay cambios políticos y es como empezar de cero siempre. A mí me encanta, por ejemplo, hacer un bolo en el Puente de Congosto, con 160 habitantes. ¿Por qué no? La Administración está para eso. Porque debe llevar la cultura a todos los santos sitios”, señala Miguel.
Como reconocimiento a ese esfuerzo continuado, La Alquitara obtuvo el Premio Nacional de Hostelería 2016 por la Promoción de la Cultura, organizados por la Confederación de Hostelería de España. “Este año también nos han dado la medalla de la ciudad. Que te reconozcan en casa también es importante”, apunta Javier Sánchez Paso.
Ante la pregunta de si han pensado alguna vez en tirar la toalla, Miguel confiesa: “Sufro. Vengo aquí y sufro porque me gusta meterme en la barra y esto no es lo de antes. El día a día cuesta mucho. Somos una pandilla de descerebrados, porque nos gusta la música y la cerveza y… una cosa lleva a la otra”. ¿Y cuál es la clave para mantener la ilusión tras tantos años? “Llegas por la mañana y pones la música que te acompaña todo el día, afortunadamente, porque, si no, serían muchos momentos de… Y la pasión por la música en directo, sí, algún día se acabará, pero creo que hay que mantener esa ilusión, sí, sí”, concluye.
Los corazones que mueven la sangre de La Alquitara han programado unas sesiones para celebrar su gesta por todo lo alto. El 4 de diciembre actuará Macchia-Hager Collective, con piezas jazzísticas; el 6 de diciembre, habrá fiesta con el DJ Dani Allman, llegado desde Avilés; para el 7 de diciembre, estarán por la mañana Ochios DJ, que prepararán un espectáculo con música negra, y por la tarde concierto de Los Deltonos, con guinda el 12 de diciembre reservada para la presentación del disco New Land, de Lucas De Mulder.
Un Festival de Blues con solera
La inquietud de Miguel Sánchez Paso no se sació con la constante programación de conciertos en La Alquitara. Recitales de poesía (bajo en nombre La Alquitara Poética y con nombres de altura como José Hierro, Jaime Siles, Ángel González o, más recientemente, Luis Alberto de Cuenca); exposiciones artísticas o de fotografía, y presentaciones de libros, entre otras iniciativas, son actividades que organizan desde hace años en la localidad salmantina.

Fruto de ese impulso nació en 1999 el Festival de Blues de Béjar, uno de los encuentros más relevantes sobre el género en España. Es un misterio cómo fueron capaces de impulsar y mantener en el tiempo esta cita anual, más si se tiene en cuenta que ciudades como Madrid o Valencia carecen de un Festival de blues con tal grado de madurez y continuidad. Miguel Sánchez lo tiene claro: “Yo estoy como una cabra, ¿eh? La iniciativa fue tan espontánea como personal. Yo me pregunto, a ver, ¿por qué no se puede hacer un festival en pueblos pequeños? Y me pongo a ello. La verdad es que aquel año pedí que fuera en la Plaza de Toros y no me pusieron pega, me la dejaron. Luego había también relaciones con Francisco Simón, con Ñaco, con Malcolm, que hizo doblete, que lo facilitaron… Y salió muy bien. Fueron unas 800 personas, en un día de diario, San Lorenzo. Pero al año siguiente, el primero que vino Buddy Miles, salió muy mal”.
Mucho más reciente fue la prueba de superar los desafíos que planteó la pandemia de Covid 19. “Fue raro, porque tuve el apoyo entonces de la alcaldesa de Béjar. Dijo, por ejemplo, que el festival había que hacerlo sí o sí. Y se hizo. Y se empeñó y lo hicimos en el Teatro con las limitaciones de 115 personas y todos esos requisitos. El temor era salir vivo, sobre todo económicamente, porque gastos había, y luego el año siguiente, todavía era con invitación y había que estar sentado, pero bueno, ¿qué le vamos a hacer? Teníamos en el festival a los The J.B.´s, la banda de James Brown. Y Martha High está todavía por aquí”, recuerda Miguel.

Además, a rebufo de los festivales, se organizan cursos intensivos de blues impartidos por algunos grandes del género y con creciente aceptación. Gracias al Festival y a La Alquitara, ambos hermanos han puesto sobre el mapa musical español a Béjar y esta localidad figura junto a otras citas anuales de primer nivel en nuestro país: Cazorla (Jaén), que cuenta con apoyo del Gobierno autonómico; Getxo (Vizcaya); Barcelona/Nou Barris (2003), o Cerdanyola (con 34 ediciones celebradas). El Festival y La Alquitara son todo un lujo para Castilla y León.
Texto publicado por Miguel López en el El Adelantado de Segovia.



































