Existen discos igual de buenos que “Rain Dogs” (1985) de Tom Waits, pero no mejores…

Existen muchos Tom Waits y por ello una de sus biografías se titula The Many Lives of Tom Waits, de Patrick Humphries. De esas múltiples existencias musicales, la etapa que va desde la de Swordfishtrombones (1983) hasta Franks Wild Years (1987) es la más personal y genéticamente waitsiana en términos sonoros. Y en la cima de esa época de explosión creativa está Rain Dogs, álbum que cumple este 30 septiembre cuarenta años y refulge aún con el esplendor del primer día.

Por el momento, el último disco que ha publicado el artista californiano es Bad as Me (2011), en el sello ANTI, aunque algunos músicos afirman que recientemente ha vuelto a grabar. Desde entonces se ha refugiado en trabajos cinematográficos y en su vida privada, salvo contadas apariciones musicales o reediciones de su obra. Lo último que se ha sabido de él es que ha vuelto a colaborar con Jim Jarmush, tras precedentes tan jugosos como Down By Law (1986), Night on Earth (1991, donde Waits firma la banda sonora), Coffee and Cigarettes (2003) y The Dead Don’t Die (2019). La nueva película se llama Padre, Madre, Hermana, Hermano y su estreno está previsto para navidades, tras ganar el León de Oro en el festival de cine de Venecia.

Mientras llega ese estreno, la espera puede amenizarse con nuevas escuchas del inmarcesible Rain Dogs. Este disco ofrece un aroma neoyorquino, tras desplazarse a la Gran Manzana con su familia a comienzos de 1984. Con los trastos que recoge por la calle amuebla su casa, en pleno centro de Manhattan. Las frases y el ritmo salvaje de la ciudad le llenan de energía. La influencia de de la metrópoli es enorme, sin embargo, confiesa en una entrevista la verdadera razón de su desplazamiento: “Es uno de los mejores momentos en la historia de América para el calzado”.

Fue precisamente durante esas noches neoyorquinas cuando coincide en una fiesta con Jim Jarmush. El joven realizador, abanderado de la independencia, le confiesa que admira Swordfishtrombones. La velada se dilata y la exploran con vigor etílico, pero mucho más extensa será su relación personal y artística en el futuro. Hasta hoy.

En la ciudad de los rascacielos, no paran de abrirse puertas que abren otras puertas. Otro amigo que descubre en Nueva York es el actor y músico John Lurie, quien a su vez le presenta al guitarrista Marc Ribot, virtuoso que deja una huella muy profunda en su obra. Waits lo recluta para su nuevo álbum, que iba a llamarse en principio Evening Train Wrecks. Para que la cadena no se rompa, Ribot atrae a la causa a otros dos diamantes: Keith Richards y G.E. Smith, del grupo Saturday Night Live. La llegada del Rolling Stone a la órbita de Waits supone un cambio cualitativo en la orientación musical del californiano. Así lo cuenta el guitarrista británico: “Tom Waits fue uno de los primeros músicos con quienes colaboré a mediados de los ochenta y no supe hasta mucho después que él nunca había compuesto con nadie (exceptuando su mujer, Kathleen). Es un tipo único y encantador, y uno de los compositores más originales que conozco. Siempre tuve la impresión de que sería muy interesante trabajar con él”.

El disco ahonda en el camino desbrozado por Swordfishtrombones. Como él mismo dijo, “el techo de una casa es el suelo de otra”. Las composiciones de Rain Dogs cobran forma en otoño de 1984 y la grabación dura un par de meses del verano siguiente. Su control en el estudio se torna más férreo, seguro y dictatorial. Es su primer álbum grabado fuera de Los Ángeles, en concreto en los estudios RCA de Nueva York.

El nombre Rain Dogs encierra más intención que nunca. Waits observa que tras caer la lluvia en Manhattan abundan los perros que vagan por las calles, desorientados y perdidos. Los animales son incapaces de husmear el camino de vuelta a casa, porque los olores que les sirven de guía se difuminan tras el chaparrón. Así son los personajes que aparecen en su disco, doloridos y confusos, sin rumbo y ahogados por la desazón. El compositor se fija una vez más en todos los parias, los que no tienen tarjetas de crédito ni seguro médico, los que se buscan la vida en la carretera, los desarraigados sin salvación.

La fotografía de Anders Petersen para la portada recoge perfectamente este espíritu: un marinero borracho (por cierto, de enorme parecido con el músico) recuesta su cabeza sobre el pecho de una prostituta. La imagen de contraportada no resulta menos significativa. Es obra de Robert Frank, que también había firmado la cubierta de Exile on Main Street, de los Stones, disco de cabecera para Waits. Se ve en la instantánea al autor acurrucado, a ras de suelo, junto a un charco, casi olfateando la tierra en busca del rastro que conduce a su escondrijo. “Mi mujer estaba embarazada de nuestro segundo hijo; vivíamos en la calle 14, encima de un restaurante chino-cubano. Pero en aquel momento no podía creerme que Robert Frank iba a retratarme. El disco se llamaba Rain Dogs, así que esperábamos encontrar un día de lluvia, pero no pudimos. Pero encontramos el único charco del parque, y ahí estoy yo, agachado como un perro. Quizá esa era la idea: voy a ponerme en el punto de vista de un perro. De todas maneras, no sé por qué a la gente de la música nos gusta ponernos en cuclillas. Quizá queremos sentirnos más cerca del suelo. Yo todavía estoy ahí, de hecho. Estoy en cuclillas ahora mismo”, recuerda. El fotógrafo atribuye el mérito al músico: “Creo que él vio el charco, y fue idea suya sentarse allí. Tom se siente cómodo en esa postura y es un buen ángulo. Creo que es muy consciente de todo cuando está siendo fotografiado, la pose que toma, la manera como se mueve, y la manera como va a quedar la foto. De todas maneras, esa es una de sus posturas favoritas. Se sienta así”.

Waits oficia de productor. Busca una textura que acepte sin remilgos las impurezas. Demuestra tolerancia con el defecto, huye de lo aséptico y lo pulido. Siempre en sentido contrario de las corrientes dominantes, da la espalda al auge imparable en esos días de los discos compactos, estandarte de la perfección, y busca lo antiguo, la lluvia del vinilo. También sigue fascinado por los instrumentos anticuados e incorpora dosis de acordeón, armonio y optigon. Irrumpe el mellotron, una especie de teclado eléctrico que habían utilizado The Beatles o Captain Beefheart, pero olvidado en esos años. Banjos, órganos Farfisa y otros cachivaches suenan en los surcos de un disco que puede calificarse de obra maestra sin temor a exagerar.

Son 19 canciones que deambulan entre el blues y el jazz, entre el tango caribeño y la tarantela, entre un funeral de Nueva Orleans y los cabarets de la República de Weimar. Conviven ritmos hipnóticos y desafíos sonoros que impiden colgar al álbum una etiqueta distinta a “obra de Tom Waits”. Y no sólo eso: tres temas se quedaron sin los honores de publicación por falta de espacio.

La navegación por Rain Dogs comienza en plena noche y rumbo a Singapur, en concreto en el interior de un reloj roto. Bajo la trepidante percusión de Michael Blair, zarpa una patera cargada de sonidos extravagantes. Así lo cuenta el capitán: “A veces cierro los ojos con fuerza y veo una imagen de lo que quiero, la canción. Singapore empezó así, Richard Burton con una botella de brandy preparándose para embarcar. Intenté que mi voz se pareciera a la suya. En el reino de los ciegos el tuerto es el rey. Creo que lo cogí de Orwell”.

Una tensa calma trae a los oídos el siguiente corte, Clap Hands. “Nueva York es como un arma, vives con todas esas contradicciones y es intensa, a veces insoportable… Es un sitio donde piensas que deberías implicarte más con lo que te rodea, un lugar donde la fecha límite para tener la foto de un vagabundo junto a tu apartamento es más importante que su tiempo límite para conseguir un mendrugo de pan o un sitio para dormir, que sí es realmente un momento extremo. Ves cosas como zapatos de 400 dólares seguidos por un vestido de noche de 500 junto a un charco de sangre de un vagabundo asesinado la noche anterior. Eso es lo que intenté explicar con Clap Hands”, afirma Waits.

Cemetery Polka repasa la institución familiar. Waits la define como un “álbum de familia”, donde desfilan varios tíos y parientes que continúan sus apasionadas discusiones desde las respectivas tumbas. La composición desafía el portazo que el músico da a todo lo que atañe a su vida privada; de hecho, poco después declaró: “Nunca hables de tu familia en público. Es… aprendí la lección, pero sigo metiendo la pata. Y, eh, voy a recibir llamadas de mi tía Mame. Voy a tener llamadas de… tío Biltmore, eh, tío Guillermo, tío Vernon. De todos ellos…”.

Aires del sur llegan con Jockey Full of Bourbon, parecida a una batida en la frontera mexicana, al igual que cuando su padre le acercaba por allí. Suena a ranchera y existen docenas de versiones de todo tipo de artistas, aunque ninguna tan emocionante como ésta. La guitarra eléctrica de Ribot engancha todo el protagonismo y deja el quehacer rítmico en manos de otros instrumentos.

Tango Till They’re Sore es una divertida canción sobre el suicidio. Dicho así suena raro, pero narra la historia de un amigo que se arrojó por una ventana en plenas celebraciones de año nuevo en Nueva York. A pesar de la caída de doce pisos, el hombre simplemente se llenó el pelo de confeti y llegó a tierra sin daños dignos de mención. El tono añejo del trombón (en los labios de Bob Funk) se combina con el retornado piano de Waits.

La aureola de Keith Richards aparece en Big Black Mariah. Así se denomina en la jerga callejera al furgón policial que traslada a los detenidos hacia prisión o al vehículo que desplaza a los condenados hasta el corredor de la muerte. Casi cada expresión es puro argot de los bajos fondos. “Ahí había algo que pensé que él (Keith Richards) entendería. Cogí un par de canciones que creí que entendería y lo hizo. Tiene una gran voz y muestra mucho entusiasmo en el estudio. Es muy espontáneo, se mueve como una especie de animal. Intentaba explicarle Big Black Mariah y finalmente empecé a moverme de cierta forma y dijo ´Oh, ¿por qué no has empezado por ahí? Ahora sé de lo que estás hablando´. Es como un instinto animal”.

Sobre el ritmo desvencijado de Diamonds & Gold se balancea la voz desequilibrada de Waits. En algún momento recuerda a Mary Poppins o El Violinista sobre el Tejado. El texto advierte contra la avaricia y la abducción por el dólar. La enardecida guitarra de Ribot juega a la ruleta rusa con el banjo de Roberto Musso y el bajo de Taylor.

La primera colaboración musical pública del matrimonio Waits-Brennan se titula Hang Down Your Head. La escriben al alimón, pero la letra no se incluye entre los textos del disco, quizá por el parecido excesivo con otra canción llamada Tom Dooley.

En Time se ensamblan a la perfección su voz más íntima con la guitarra acústica, el bajo y el acordeón (Bill Schimmel). Con estos limitados recursos, los músicos son capaces de llegar a las estrellas. Waits no ha interpretado nunca Time en público. Para él, es “un bien muy preciado”. Las referencias a Saint Louis hicieron pensar a los feligreses que el ídolo había residido algún tiempo en esta ciudad del delta del Mississippi. “No, nunca viví allí. Es un buen nombre para meter en una canción. Cada canción necesita ser anatómicamente correcta: necesitas temperatura, necesitas el nombre de la ciudad, algo que comer –cada canción necesita ciertos ingredientes para mantener el equilibrio. Estás escribiendo una canción y necesitas una ciudad, y miras por la ventana y ves ´Saint Louis Cardinals´ en la camiseta de un chico. Y te dices, oh, utilizaré eso”. Las toponimias abundan en toda la obra de Waits, inyectando verosimilitud a las narraciones, siendo a veces ciertas, a veces no. Existe una web dedicada a las referencias geográficas de sus composiciones: tomwaitsmap.com.

La cara dos empieza con Rain Dogs (Perros de la Lluvia): “Un Rain Dogs, esto se sabe más en la parte baja de Manhattan que en cualquier otro sitio, consiste en que después de una lluvia en Nueva York todos los perros a los que les pilló la lluvia pierden el rastro de alguna manera y el agua borra los rastros y no pueden regresar al hogar así que a las cuatro de la mañana o así los ves a todos desamparados y parece que te dicen, por favor, señor, podría ayudarme a volver a casa, disculpe, señor, disculpe, puede ayudarme a encontrar el camino de regreso, todos los tipos de perros, los pequeños, los negros, los altos, los caros, los largos, los trastornados, todos quieren volver a casa. Pues eso es un Perro de la Lluvia. Es como quedarse dormido en algún sitio y pensabas que sabías dónde te encontrabas y cuando te despiertas es como Misión Imposible, han cambiado los muebles y las paredes y las ventanas y el cielo es de distinto color y nunca puedes volver y la mayor parte de las historias de este disco tienen que ver con personas en Nueva York que experimentan una considerable cantidad de dolor y malestar”.

El instrumental Midtown irrumpe rebosante de frenazos, derrapes, bocinas, atascos y colapsos urbanos de toda ralea. Es una fanfarria tormentosa. Ese universo sonoro se edifica merced a los vientos (saxos, trompeta o trombón) del grupo neoyorquino Uptown Horns. El aire se satura con un estrépito salvaje, incontrolable, con una furia insensata que acaba en la esquina de las calles 9th & Hennepin, en Minneapolis. Vuelve así su querencia tradicional por los cruces metropolitanos. Sin embargo, “la mayoría de las imágenes son de Nueva York. Es sólo que yo me encontraba en la calle 9 esquina con Hennepin hace años en medio de una guerra de chuloputas, y la calle 9 con Hennepin siempre anda en mi cabeza. ´Hay problemas en la 9 con Hennepin´. Estoy seguro de que todavía hoy hay líos en la 9 con Hennepin. En esa tienda de donuts. Estaba sonando Our Day Will Come, de Dinah Washington, cuando esos tres proxenetas de doce años entraron con sus cazadoras de chinchilla y sus navajas y, uh, tenedores y cucharas y cazos y empezaron a arrojarlos a la calle.

La respuesta fueron unos tiros sobre sus cabezas que los llevaron hasta donde estábamos nosotros. Y supe que Our Day Will Come (Nuestro Día Llegará). Recuerdo los nombres de esos donuts: toque de cereza, lima rickey. Pero sobre todo estuve pensando en el chico que volvía de Filadelfia a Manhattan en el suburbano con el New York Times, mirando el nombre de la estación por la ventana al salir a la estación, imaginando todas las cosas terribles que no le habían ocurrido”. Recita aquí, desde la alcantarilla, la importancia de esos espacios magnéticos donde todo se conecta y está empapado en ginebra.

Una guitarra acústica cercana al blues marca la pauta sonora de Gun Street Girl. “Es sobre un tipo que tiene problemas con la ley y recuerda todo lo que le ha pasado desde la chica que conoció en Gun Street, en Center Market, en Little Italy”, explica.

Union Square también luce el sello rockero de Keith Richards. Esta música rezuma energía, coge velocidad como un tren desbocado de sonidos y estalla en la lejanía sin decir adiós. Junto al emperador del rock and roll, en una simbiosis feliz, suena el saxo de Ralph Carney, un músico callejero de Nueva York con el que Waits había topado recientemente. Esto es Tom Waits, el hombre capaz de unir al príncipe y al mendigo en busca de la música.

Blind Love es una de las primeras canciones country que compuso, en línea con la música de Merle Haggard. “Sólo tenía un bajo y una guitarra. Sabes, pensé ´bien, quizá vamos a abrir esto y meter una historia. Ya sabes, un poco hablada, una parte hablada´. Y pensé en tocarla de forma convencional. Pensé que me había salido realmente convencional. Como estaba en Nashville, les pregunté por allí y me dijeron ´olvídalo, nunca saldrás en la radio por aquí, tío”. Al fondo se aprecia la rota garganta de Keith Ricards, toda una vida acompañando soledades. El Stone grabó estos temas durante una intensa noche y todos los testigos señalan que ambos gozaron de lo lindo. Waits recuerda así su colaboración en Rain Dogs: “Keith vino a RCA, un estudio enorme de techos altos, con Alan Rogan, su asistente para los instrumentos, y unas ciento cincuenta guitarras”. Y sigue: “Al principio nos olisqueamos un poco moviéndonos en círculo a cierta distancia, como un par de hienas, clavamos la vista en el suelo, luego nos reímos y ya nos pusimos en sintonía, echamos agua a la piscina.Tiene un instinto infalible, como un depredador. Tocó en tres canciones de ese disco: Union Square, Blind Love (donde también cantamos juntos) y Big Black Mariah (donde hizo una parte rítmica espectacular). La verdad es que sin lugar a dudas le dio un empujón al disco. No me importaba si se vendía o no. Para mí ya estaba vendido”.

Walking Spanish (Caminando Español) es una expresión acuñada por los piratas españoles que significa echar a alguien de un sitio público o forzarle a ir hacia donde no quiere. El actor y saxofonista John Lurie participa en este corte.

La canción más conocida del elepé es Downtown Train, primer single, aunque la fama mundial llega cuando años más tarde Rod Stewart lanza su versión y la aúpa hacia las zonas más altas en las listas británicas y americanas. La guitarra de G.E. Smith es asombrosa, con un firme bajo de Tony Levin y el órgano de Robert Kilgore. Estos músicos “bien pagados” sacan la canción adelante. Waits ya lo había intentado previamente con otros instrumentistas sin que cuajara. El vídeo lo realiza Jean-Baptiste Mondito y aparece en un cameo el boxeador Jake LaMotta, el inspirador de la legendaria Toro Salvaje. Bride of Rain Dog es otro instrumental delicioso, una borrachera sonora, un circo rítmico que va hacia ninguna parte.

Y como colofón Anywhere I Lay My Head, una belleza inclasificable también del brazo de Uptown Horns, un potente grupo neoyorquino. La voz parece aunar los lamentos de todos los seres perdidos en este planeta. La interpretó sobrecogedoramente en el concierto que ofreció en Donosti, allá por 2008.

El paso de Swordfishtrombones a Raindogs es el tránsito de la sorpresa turbadora al asombro. El disco es prodigioso; el reconocimiento, abrumador. The New York Times considera que es lo mejor de 1985 y las publicaciones especializadas se rinden ante su talento, si bien las ventas son mucho mejores en Europa que en el continente americano.

La exigua gira de Rain Dogs, tras la publicación en otoño de 1985, permite al respetable constatar en vivo la atónita evolución musical experimentada en poco tiempo. La banda (Ralph Carney, Marc Ribot, Greg Cohen, Michael Blair y Stephen Hodges) no sigue un guion predeterminado, sino que se mueve siguiendo los golpes de la imprevisible inspiración del maestro de ceremonias. La incertidumbre de los instrumentistas se compensa de sobra con la extrema calidad de estas apariciones, en el que quizá haya sido su mejor período creativo en los escenarios.

Escrito por
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