El duende canastero de Cathy Claret transforma el Jamboree en un tablao de música, sonrisas y recuerdos

Texto por Federico Navarro y fotos por Ramón Hortoneda.

Hace ya muchos años que conozco a Cathy Claret y recuerdo como si fuera ayer aquella charla una tarde de verano en una placita del barrio de Gracia y sí, es verdad, como ella canta, que “detrás de un sueño se esconde una guitarra”. Y hoy, pasado tanto tiempo, la he vuelto a ver en el Jamboree de Barcelona, convertido en su propio tablao merced a su magia canastera. Llegó “Solita por el mundo” (2015), que es su nuevo disco, otra muestra de ese tarro de las esencias donde se mezclan Jazz, Bossa Nova y Flamenco de manera natural, como si tal cosa, simplemente fruto de la inspiración.

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Rodeada de un quinteto de músicos que le sienta tan bien como su sonrisa, esta gitana nacida en París pero cuya patria es cualquier lugar donde suene su música y estén las personas que la quieren, volvió a conquistar a los suyos. Con un guitarrista como Markos Bayón, cómplice clave en este último álbum, sólo se puede ser “Siempre libre”, pieza en la que sus seis cuerdas sonaron al mejor Santana y que sirvió para enarbolar la bandera gitana de colores “Azul y verde”, ésa que se planta allí donde brota ese duende que posee a los gitanos incluso cuando “Todo se va”. Claret mostró también sus clásicos, como ese eterno “¿Por qué, por qué?” en el que el percusionista Antonio Jiménez “El Salvaje” hizo honor a su apodo porque lleva, como hombre de raza, el ritmo en las venas. Tremendo. Al igual que los coros de Bayón y Cata -el otro maestro a la guitarra-, que bañaron de belleza cada nota. Grandes. Lo mismo que Gabriel Casanovas a los teclados y el siempre preciso bajo de Javier Geras.

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Y a la mitad del segundo de los pases –el que yo presencié-, el concierto se vistió de juerga gitana, momento donde la pasión ya no conocía barreras y que encontró en el salado humor de Danilo Gabarri el contrapunto perfecto a la tierna dulzura de una Cathy sublime y feliz en una noche donde su hija y amigas también se subieron al escenario para ser bailaoras, artistas y gitanas. En esa tesitura, Danilo -con ese desparpajo del que ha ensayado sólo unas horas antes, pero al que no le hace falta más porque posee ese don que se llama arte-, estuvo superior. Acompañó con palmas, gracia y voz a esa chica del viento que, a base de ser simplemente ella, añadió por bulerías otro precioso recuerdo a mi memoria. Gracias una y mil veces.

 

 

 

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