Gary Clark jr. en La Riviera. Pura Mezcla

Si estás leyendo esto es porque sabes apreciar la música de Gary Clark jr. y el estilo que preconiza, sea cual sea. Quizás quieras confirmar en poco tiempo si, ya que no pudiste estar el concierto, fue tan bueno como supones por las actuaciones que has visto en YouTube. Vamos a dejarlo claro: sí, fue muy bueno. Madrid recibió una ración de música con toda la mezcla de estilos y ritmos que ya conoces. Pero tampoco es lo que imaginas del todo: ¡había más! Intros largas que añoraban la psicodelia, slides sureños con cuellos de botella combinados con falsetes, algo de virtuosismo y pocas palabras al público. Nada de discursos impostados o storytelling de monologuista. Ya tienes lo esencial. A partir de aquí, déjame que te cuente.

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Lo primero, el contexto, porque un concierto no es un hecho aislado. Desde luego, ahora que empezamos a ver la pandemia por el retrovisor, que para la música en vivo ha sido letal, y que hay mucho tiempo perdido que recuperar, el presente viene marcado por el retorno de las giras que no se hicieron y los discos que no se presentaron. Se cierra un paréntesis en nuestras vidas, un vacío como el Empty sky de Bruce. Y eso que el streaming de conciertos y YouTube lo llenaran rápidamente, pero no podemos olvidar que puede que estén matando suavemente la estrella de lo que llamo “la experiencia colectiva del rock”. Aunque quizás hayamos llegado a tiempo para volver a vernos las caras en las salas de conciertos (aunque con camisetas a 40 €, bastante chulas, lo que sí que ha cambiado debe de ser la inflación)

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Ahí es donde entra Gary con su propuesta. Leyenda del blues con solo tres discos de estudio, de hechuras de como cuando el blues no era comercial, lejos de la era del streaming. Y aquí empiezan las contradicciones. En 2014 obtiene el premio Grammy por la mejor “actuación tradicional de R&B”. Clark es capaz de no ser mainstream y ganar el premio más mainstream que existe. Eso sí, por sus actuaciones en directo.

Ya tenemos la primera clave: esta música está hecha para el directo y por eso es tan importante dejar claro el contexto: Clark y su banda necesitaban volver a la carretera para poder ser comprendidos plenamente por el público. La experiencia colectiva es lo que les hace grandes, importantes. Ya se ha dicho antes en otros sitios: sus discos de estudio no captan la esencia de la propuesta musical del tejano. Y es que en directo Clark es más. Como escribe Steve Van Zandt en sus memorias, Unrequited infatuations, “si el público no sale del concierto sintiéndose sustancialmente mejor que cuando llega, hemos fracasado” (pág. 93, traducción mía).

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Así pues, cabía esperar mucho del concierto en la Riviera. No vi un derroche de destreza y solo los eternos que reforzarían el relato de que Gary es el amo y señor del escenario, de que el mensaje es que él es un nuevo semidios de la guitarra blues, un nuevo “mano lenta”. Ciertamente disfrutamos solos de larga duración y mucha intensidad, pero no desproporcionados. Él era el protagonista, pero en cierta medida se contaba una historia coral: su edecán King Zapata protagonizó momentos memorables con la Strato blanca, lo mismo que el teclista John Deas, y qué decir de una sección rítmica que sonaba como una plataforma sobre la que sobrevolaban los instrumentos solistas y la voz de Gary. Incluso el escenario, sobrio en grafismo, estaba bañado por potentes efectos luminosos. Como digo, todo muy proporcionado, diría hasta sobrio.

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Efectivamente la calve está en la música que se devela como la protagonista de la noche. ¿No era lo que nos estaba faltando? Con cada compás, ahí estaba la oportunidad de cada uno de nosotros de redimirnos con los dos años de pandemia, de reencontrarnos con nosotros mismos en los demás aficionados. Pocos fraseos he visto tan coreados por el público como en “Bright lights”.

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Se aprecia una saludable evolución de la puesta en escena y del repertorio desde Madcool de 2016, un rato antes que Neil Young. Ahora, más variado y ecléctico, Clark tiene más que contar. Ya no es solo el nuevo grito del blues, sino un padre de familia numerosa y un hombre negro preocupado por el racismo en su país.

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Se presenta ahora en España This Land, un álbum largo, complejo, a menudo comprometido políticamente, y autoproducido. En eso cada vez se parece más a Lenny Kravitz. Decíamos en nuestra revista que “el resultado es este discazo llamado «This Land», que muchos no entienden en España y que va del Delta-blues al reggae y el dub, pasando por himnos estilo soul de Stax y canciones épicas en la onda Prince. Discazo de Gary Clark Jr”. Pues bien, en La Riviera, que no estaba a reventar, no estaban todos los que entienden su eclecticismo, pero todos los que estaban sí lo entienden. Y, curiosamente, no sonó la canción que da titulo al álbum y que fue el primer single de este.

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Hay quien le ve cosas de Hendrix, algo de Kravitz, o incluso le atribuye dotes de Prince, y por qué no, de Stevie Wonder. Desde luego, es capaz de recoger a manos llenas varias de esas tradiciones de la música negra. En realidad, Clark representa el esfuerzo por no estar en ninguna categoría. ¿Blues? Autenticidad y evolución del blues con ritmos modernos.

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Con solo tres álbumes ya es un artista cuya banda tiene pipas y les cambian las guitarras, tareas que se ahorran. Incluso antes del concierto les desinfectan los micrófonos convenientemente con toallitas con alcohol. He visto grupos con más discos a sus espaldas cargar y descargar sus instrumentos antes y después de sus shows, como por ejemplo Dawes (léase “dos”). Lo cual da idea de la dimensión que ya ha adquirido Gary Clark.

He mencionado antes brevemente la voz de Clark. Me ha llamado la atención el recurrente uso de los falsetes, con los que en esta reencarnación tras This Land se acerca más al Prince y se aleja del de Hendrix, y de su Texas natal donde se pateó los clubes con su vecina Eve. Buen ejemplo de este estilo vocal lo daban “Our love” y “Feed the babies” o, tras una pausa, “Things are changin’” con Clark solo con su Gibson.

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Quizás lo que le hace diferente en sus solos es que se sale de escalas y hace tríadas con una digitación clásica, a menudo inspirada por BB King y otras como su descubridor Clapton. Es que domina todos los estilos, los mezcla como los chefs más afamados. Pero siempre entre el virtuosismo y el sentimiento de la música negra que desplegó en las 16 canciones que conté que interpretó en unas 2 horas. El tema más celebrado fue, sin duda, “When my train pulls in”. Aunque para mí el mejor momento de la noche fue “Low down Rolling Stone” y “Gotta get into of something” fue el número más rockero y que anuncia un posible futuro de banda de estadio.  

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Se le veía a gusto. Sonriente. Al final, curiosamente, se reclamó a sí mismo algo de blues, reconociendo lo que ya era obvio: la etiqueta, cualquier etiqueta, le queda pequeña, tanto que solo al final la estalla en compases de 12 barras. Saboreo un pensamiento, en ese instante: el purismo hoy está sobrevalorado, donde el mestizaje, el crossover, nos llevan de la mano ante el espejo de nuestras contradicciones. Por eso nos gustan artistas como Clark, porque nos demuestran que no solo el arte, la vida contemporánea, si es algo es pura mezcla. Aunque a veces sea doloroso y a algunos les cueste asumirlo.

Texto y fotos por Israel Pastor (@israpastorSP)

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