Claudio Gabis se lanza a una gira argentina tras el éxito de El Eternauta

Claudio Gabis (Buenos Aires, 1949) es una figura capital en el rock argentino. La inclusión de varias canciones suyas en la serie El Eternauta (Netflix) ha multiplicado a escala mundial la resonancia de sus viejas composiciones, cuando en tiempos pioneros el trío Manal sacudió el panorama musical de su país. Tres canciones de esa banda legendaria suenan en esa ficción de éxito planetario. El guitarrista y compositor explica la trastienda de una explosión de popularidad sin apenas réditos para los autores. Habla con Dirty Rock Magazine justo antes de viajar a Argentina para ofrecer una tanda de conciertos tras casi cuarenta años afincado en España.

¿Conoces la expresión “a la vejez, viruelas”? Siempre has tenido éxito, pero el eco de El Eternauta es de dimensión planetaria.

Estoy usando, para disimular, la de “más vale tarde que nunca”.

¿Cómo se gestó la irrupción de tres canciones de Manal en esta serie de Netflix?

La historia comienza hace año y pico, cuando la compañía que edita a Manal, Sony, me envía un pedido de autorización de “sincro”. La sincronización es el nombre que se da a la inclusión de un tema en un contexto fílmico. Tiene grados: la canción completa, la canción en segundo plano, la canción en primer plano, los títulos… Y eso tiene dos vertientes: autoría e interpretación.

El primer pedido fue por un tema que se llama “No Pibe”, con lo cual yo, como intérprete, cobré 200 euros aproximadamente. Y punto. Hace pocos meses me llegó otra solicitud de “sincro” por la canción “Porque Hoy Nací”, también como intérprete, que fueron otros 800. O sea que mi beneficio económico total y definitivo por “El Eternauta” asciende a mil euros. No sé si ya estaba Manal en la mente de Bruno Stagnaro, el director de la serie. Lo que sé, porque lo cuentan ellos, es que, en el comienzo, cuando estaban por filmar la primera escena, se encontraban Darín y dos actores más metidos en un coche esperando para una escena en la que estaban detenidos por un piquete o manifestación, protestando por un apagón, según cuenta otro de los actores.

Eran las dos de la mañana, hacía frío. Estaban vestidos como si fuera un verano tórrido y se había agotado el tema de conversación. Esperaban a que el director dijera “filmamos” y todos estaban con los micrófonos puestos. El director escuchaba lo que ellos conversaban y, de repente, Darín empieza a cantar “No Pibe”, canción emblemática de Manal, de mi grupo. Viene corriendo el asistente de dirección y dice “Bruno, empecemos la serie así”. Lo voy a encontrar en la Argentina y voy a tener datos más fehacientes.

Haremos otra entrevista a tu regreso.

Esa primera canción entra fortuitamente, porque la canta Darín y el director dice “sí, así tiene que empezar la serie”. Darín canta una estrofa, no la completa, e inmediatamente arranca mi solo de guitarra de introducción. El 30 de abril llegó el estreno de la serie a nivel mundial. Un amigo me manda un recorte de la primera parte y me dice “mira y escucha esto, que te vas a caer de culo”. Y efectivamente lo pongo, es un pequeño tráiler de uno o dos minutos. Y me encuentro con Darín cantando “No Pibe”. Entra un solo mío de guitarra en la primera escena, cuando consiguen arrancar con el coche y cantan “No Pibe”. Eso ya me dejó fuera de combate.

Esa canción se grabó hace 56 años…

Y Darín la cantaba 56 años después. Sí, tan importante es el azar como que esté en el subconsciente de muchas personas. Y la canta junto con otro de los personajes. A partir de ahí me empiezan a llegar noticias de gente que ha visto toda la serie, los seis capítulos. Me entero de que el último capítulo se llama como otro tema nuestro, “Jugo de Tomate Frío”. Esta no la interpreta Manal, sino los protagonistas en un momento cumbre de la serie, cuando se dirigen en un tren aceleradamente para romper una barrera de automóviles que impide el acceso a la ciudad, porque ellos están en la zona, como si fuera la M 40, y tienen que romper esa barrera para entrar.

Ahí cantan “Jugo de Tomate Frío” muy en contexto, porque, aunque la canción en realidad era moralista. Lo que indicaba con ironía era lo que se debía hacer para triunfar en la sociedad del consumo de una manera ácida, diciendo que hay que tener sangre fría, jugo de tomate frío en las venas. Lo cantan para darse coraje ante lo que va a venir. “Dos minutos para el impacto”, dice el capitán de ese grupo de resistentes. Ahí termina esta primera tanda y aparecen todos los títulos montados sobre ”Porque Hoy Nací”, otro tema de Manal.

Lo grabamos conmigo al órgano y Javier Martínez, el baterista y cantante y compositor de ese tema, en la guitarra, un día que faltó uno del trío y dijimos “vamos a hacer esto, porque, si no, nos van a matar”. En tres momentos de la serie, la música es muy importante: en el arranque, en el momento final de la primera tanda donde van hacia no se sabe dónde y en los títulos finales. En los tres está Manal.

¿Pero la primera canción está en la serie por azar?

Eso es lo que cuentan ellos. Lo cuenta Darín y también el otro protagonista, y lo cuenta Bruno Stagnaro.

Se cumplen precisamente ahora 55 años de la salida del disco “Anónimo”.

Efectivamente. El disco sale entre febrero y marzo de 1970. Otro tema pertenece a otra banda de la que formé parte. Se llamaba, y se llama, porque nos vamos a volver a presentar el 13 de agosto en Buenos Aires, “Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll”.

Haremos un recital muy grande ese día y también temas de otros grupos, pero todos enrolados en la corriente dura de la primera etapa del rock argentino. Una corriente surgida en tiempos de dictadura, de enorme represión, en momentos de eclosión a nivel global, de la ilusión de cambiar el mundo y de la rebelión hippie, el 68 de París, etcétera. Esa época genera en la Argentina, sin que lo sepamos realmente, un movimiento de envergadura. Creíamos que estábamos a pársec de distancia de Inglaterra o EEUU y resulta que hoy, analizando las letras, incluso nuestra manera de tocar, pues no era lo mismo, pero no estábamos tan lejos.

¿Si te describo como el Miguel Ríos de Argentina me equivoco o estoy cerca?

Hay una diferencia fundamental. Dentro de lo que es la profesión musical, y es determinante, Miguel canta y yo no. Existe una distancia enorme entre el cantante y el instrumentista.

Me refería a la condición de pioneros.

Creo que entonces es muy correcto. Me situaría en la posición de Miguel Ríos, en la posición de esa gente que tomó el punto de partida de la música anglosajona y afroamericana, que no es lo mismo. El referente inevitable en el campo de las letras es Dylan. Si alguien entró en aquella época en lo que se podía hacer a través de la música, inclusive la más controvertida, que era el rock, para aportar ideas de cambio, ese alguien fue Dylan. Y a continuación, despertados por Dylan, los Beatles.

El trío Manal funciona entre 1968 y 1971. He leído que fue el primer grupo del mundo en componer blues en castellano.

Eso es imposible de comprobar. Obedece un poquito a la idiosincrasia argentina. Manal, Almendra y Los Gatos son los que generalmente se mencionan como el trípode fundacional. Existe otro país de artistas que generan rock and roll o beat en castellano: México. Pero se limitan a versionar y no encaran una idiosincrasia propia de una manera, digamos, “marcante”.

Por proximidad geográfica más que por otra cosa…

Están al lado. Tienen mucha influencia en el sur de los Estados Unidos, donde hay un Tex-Mex eterno. Lo que sucede en la Argentina es un fenómeno derivado de la distancia, la enorme lejanía. No tenemos frontera con Estados Unidos, estamos muy lejos. El otro día, mirando el mapa, estaba leyendo “La Isla Misteriosa” de Verne por enésima vez y se mencionaba un cabo en la Argentina que se llama Cabo Corrientes, en el paralelo 37. Vi que el paralelo 37 está en medio del territorio argentino, sobre el Atlántico. Estamos más al sur que Australia. Muy lejos. Primero, no gozábamos de la visita de artistas de esas latitudes del norte. Nuestro nivel de información, en discos, libros o televisión, era paupérrimo. Y un detalle más: tenemos un ego tremendo, una idiosincrasia muy especial. Como no había más remedio a nivel idiosincrático y tecnológico, y por imposibilidad de hacerlo de otra manera, tuvimos que generar una música influenciada, en el caso mío y el de Manal, por la música afronorteamericana. Escuchábamos blues, jazz, soul, muchísimo soul, eventualmente góspel, free jazz… Me di cuenta muy rápido, escuchando a Robert Johnson, a Peter Green, John Mayall o Eric Clapton, de que no iba a poder tocar como ellos nunca. Especialmente comprendí que no iba a poder tocar nunca como un negro. No tenía ni puta idea de lo que era el Misisippi. Sabía que era un río grande y lo de los barcos de pala y los negros. Me di cuenta de que había algo en la forma de tocar y de cantar y componer y expresarse, especialmente de los negros, que venía de la teta de la madre, venía de la leche materna, venía de los pies descalzos sobre el polvo de Greenwood, de Clarksdale, ¿entiendes?

La pobreza y la esclavitud…

La pobreza, la esclavitud y que es un país absolutamente lejano de nosotros. Es un país muy raro, muy especial, y por eso generó una música así. Mis compañeros también se dieron cuenta. Sentimos que no íbamos a poder escaparnos ni de la forma de ser de un porteño, que es el habitante de Buenos Aires, ni de nuestra geografía y muchísimo menos del idioma, porque Manal tuvo vías específicas creativas en los temas. Salvo uno, “Avellaneda Blues”, que compusimos Javier Martínez y yo, que es un icono de la música argentina. Ahí estaba la corriente introspectiva existencialista de Javier, que partía del tema que llamamos “Porque Hoy Nací” o “Si No Hablo de Mí”.

¿Muy argentino, no?

Sí, Cortázar, Borges y su “Funes el memorioso”, “El Túnel” de Sábato. Sí, sí, sí. La introspección con alguna relación con franceses e italianos, más bien depresiva.

Había otra corriente con menos temas paisajistas, donde estaban “Avellaneda Blues”, por mi pasión por Avellaneda, vinculada al ambiente ferroviario e industrial de Avellaneda, el corazón industrial de la República Argentina, junto al puerto original que es el riachuelo, que si tengo que buscar algo parecido debo irme a la ría de Bilbao.

Y “Avenida Rivadavia”, que es una experiencia personal cuyo final transcurre en la avenida que atraviesa la mitad de Buenos Aires y que en la Argentina dicen, por supuesto, que es la más larga del mundo. O sea que, dicho en términos sexuales, tenemos “la más larga y la más ancha”.

Jajaja, es un gran punto de partida…

Nos sentíamos inspirados por Dylan. Nos sentíamos emisarios, misioneros del mensaje del cambio. Queríamos aprovechar las canciones. Y que se cantaran en castellano. Era fundamental para transmitir las ideas de un mundo nuevo, de la mutación de la raza, un montón de ideas. Y esto se conecta ahora con El Eternauta Muchas ideas estaban muy reflejadas por la ciencia ficción del final de los 50 y la década del 60, Asimov, Theodor Sturgeon, Olaf Stapledon… Empecé a leer muy joven. Me interesé por la lectura antes de ser adolescente. Y, por influencia de amigos y búsqueda, descubrí la ciencia ficción. Empecé a leer libros como “Más Que Humano”, de Theodore Sturgeon; “El Hacedor de Estrellas”, de Olaf Stapledon, con prólogo de Borges; “El Fin de la Infancia”, de Arthur C Clark, “La Fundación” de Asimov… Todos los libros donde se planteaba algo en lo que sigo creyendo: el único camino de la supervivencia de la raza humana es la mutación. Seguimos siendo una raza guerrera. Nuestra historia es una sucesión interminable de guerras y los héroes eternos de todas las naciones son militares y guerreros. Esa época planteaba la formación de Gestalts que superaban un viaje parecido a “El Eternauta” hacia el centro del universo, hacia “El Hacedor de Estrellas”. A mi generación le influyó muchísimo. Entonces, de pronto, en el 61, 62, me cae un amigo y me dice “lee esto”. Era “El Eternauta”, que salía en capítulos de 20 cuadritos por semana. Encuentro ahí una historia muy clásica de invasión extraterrestre, “El Día de los Trífidos”, “La Guerra de los Mundos”, eesa enorme cantidad de libros donde se ve que vienen a invadirnos.

La guerra fría estaba también ahí de trasfondo, el macartismo.

La guerra fría, el macartismo, las dictaduras en Argentina. Me cae “El Eternauta” y resulta que eso pasa en Buenos Aires. Empiezo a ver la viñeta, los dibujos pasando en lugares que conozco, todo con un tipo extraordinariamente porteño, como es Darín, por ejemplo. Los insultos y todas esas cosas que muchos en la Argentina lo critican y dicen que es todo muy pedorro. Y la verdad es que estás escuchando cosas pedorras, pero resulta que somos así. Somos medio pedorros los porteños. No puedo probar que hayamos sido los primeros en castellano, pero creo que sí fuimos los primeros en hacer rock, no rock and roll, sino rock como lo entendemos hoy, como movimiento y blues.

En todos los cruces de caminos está Dylan. El futuro Nobel fue tu primer impacto con las nuevas músicas, el primer choque…

Sí, porque a mí los Beatles me gustaban mucho, pero yo era un tipo serio, demasiado serio. Tenía 16 años cuando compré la guitarra, el 14 de abril de 1965. Eléctrica, directamente, y era un burgués de clase media, acomodada, pero media y medio gilipollas. No ligaba una tía ni en broma, era un plomo, era un muermo.

Vale, no te fustigues más…

Gracias a la música empecé a ligar y a tomar una cerveza, un vinito, a socializar, a sentirme más seguro. De repente aparece un tipo mayor que yo, estadounidense, pero con muchos puntos en común conmigo en cuanto a origen y otro montón de cosas. Me doy cuenta de que está haciendo una revolución. Y no es que me dé cuenta yo. Se dan cuenta Lennon y McCartney, se da cuenta George Harrison, se da cuenta Mick Jagger, se da cuenta Bruce Springsteen, que era un niño. Se da cuenta todo el mundo de que hay un tipo que está rompiendo todas las barreras de lo que era la música popular convencional de la época. Y de repente, ese tipo que viene además coqueteando con el folk, que era la música de moda y además la aceptada como clásico popular de Estados Unidos y de Inglaterra, y de repente ese tipo rompe y graba una canción de seis minutos, Like a Rolling Stone, todo un marrón la canción. Nada de “dame la manita, nena te quiero, vamos a bailar”, los coches de los Beach Boys y el surf. No, no, no, no, este tipo surge, cambia la imagen y renuncia a ser el rey del folk a riesgo de convertirse en nada. Y sale una canción imposible de pasar por la radio y además toda negativa.

Una bronca.

Una bronca total, según se dice, contra esa modelo que fue amante de él y después se pasó a The Factory, a Andy Warhol, el enemigo total. Había dos corrientes, una era The Factory de Andy Warhol y la otra era el Chelsea, el hotel donde vivía. Entonces digo, caramba, esto me interesa, esto me gusta. Yo puedo tocar la guitarra y además estaba enamorado del blues, una música que no tenía ni la adolescencia del rock ni la excesiva madurez del jazz, sino que era intemporal. Se podía tocar sin tanta intelectualidad y sin la frivolidad del rock. Entonces, ya enamorado del blues y viendo que Dylan tenía contacto con el blues, aparece en “Bringing It All Back Home”, donde aparece en portada con un disco de Robert Johnson en la mano. Hecho a lo blanco, con esa manera tan especial y única de Dylan, que puede gustar más o menos.

La cosa es que ese tipo se convierte en mi modelo. Encuentro en Dylan la fusión de lo que hoy se llama, quizá equivocadamente, americano, que junto a los blues, con el folk, con el rock y hasta con música muy a la mexicana, como puede ser Desolation Row. Hay en él un efectismo muy americano que me plantea un camino. Y además descubro que Highway 61 está grabado por Dylan con miembros de una banda que yo ya conocía, The Paul Butterfield Blues Band, cuyo guitarrista era mi ídolo: Mike Bloomfield.

He leído que en un viaje con tus padres por EEUU arramplas con varias docenas de discos, porque a Argentina no llegaba nada. Y a España, tampoco.

Sesenta discos. Mi viejo me quería matar. ¿Tú sabes lo que pesan 60 discos y lo que cuestan 60 discos? Desde Coltrane a Hendrix, desde Ravi Shankar a Joan Baez, Desde John Mayall & The Bluesbreakers a los Beatles. Me llevé una lista de 120 y a los 60…

Se cortó el grifo.

Se cortó con la amenaza de mandarme de vuelta a Buenos Aires en el primer avión que saliera. Es curioso cómo consigo “Highway 61 Revisited”. En Argentina había salido un único single, que era “Blowin in the wind”. Me lo compro a través de varias revistas norteamericanas inglesas que llegaban a la Argentina, en cantidades de dos o tres ejemplares, y se vendían en un único punto como si fuera el sol. Trato de conseguir el “Freewheelin”, no lo consigo y me entero de que sale “Highway 61” y el escándalo del Dylan eléctrico y la pinta de Dylan ya completamente cambiada.

Otro mundo llama a la puerta, otra forma de ver la vida.

Y era el año 65. Acababa de salir “Highway 61”. Yo, ese viaje de los 60… el disco lo hice en el 65. Y así, por la cara, me voy a CBS en Buenos Aires.

Y dices: “Hola, me llamo Claudio Gabis, y tengo 17 años.

Llego y me recibe la recepcionista. Me pregunta que qué quiero y digo que quiero conseguir un disco de Bob Dylan que no salió aquí. Me dice “¿Qué? ¿Quiere un disco de Bob Dylan? ¿De quién dice?”. Y añade, “espera un momentito que voy a llamar al director internacional”. Sale corriendo a buscarle, aparece a los dos minutos. Trajeado, de corbata. Me dice: “Hola, ¿tu nombre?” Claudio Gabis. “¿Qué es lo que estás buscando?” Leí que salió un nuevo disco de Dylan y me interesa mucho. Me dice: “¿Quieres un café?” y me lleva a la oficinal y convida a un café a un pendejo de mierda que aparece. “No sé cómo te enteraste”, me dice. Le cuento de la revista, de mis investigaciones. “A ver, déjame déjame tu teléfono”. Va al armario de discos suyo, coge el único ejemplar qué tiene de “Highway 61”, de esos que dicen de NOT FOR SALE. Me lo da y digo “está bien, lo grabo”. Imagínate los recursos que tenía para grabar yo en aquella época. Lo grabo y te lo devuelvo el viernes. “No”, me dice, “te lo puedes quedar”. Él lo había guardado, como después me dijo, en el estante de su armario de los de los “nunca”. Y me dice: “Te voy a decir mi opinión. Sinceramente, me parece que canta como un perro. Y además esos temas que duran cinco, seis minutos. Esto, si te gusta, para vos”.

Luego llega Manal, un golpe muy fuerte, y participas en un montón de discos, colaborando con otra gente.

Tengo un historial de colaboraciones enorme. Primero, porque durante una época, tuve una posición importante como virtuoso en mi instrumento, y después por el grado de relacionamiento que tenía con todo el mundo. Yo formaba parte de uno de los grupos punteros. Entonces me requerían mucho.

Luego viene la época de exilio, que creo que en Brasil y Estados Unidos.

En Brasil, fundamentalmente.  es en Brasil. Me empiezo a ir en 1972 , pero termino instalándome fijo en el 73. Había un proceso de persecución, de represión, que primero hizo desaparecer al primo del amigo de un amigo, después al amigo del amigo y ya, cuando llegó al amigo nuestro sin tener que nos dijeran “tienen 48 horas para irse”, que se lo hicieron a mucha gente, como a la familia de Ariel Roth. SIn que llegáramos a ese punto, mi mujer había estado muy vinculada a la izquierda en la Argentina y habíamos conocido Brasil un poco antes. Nos habíamos fascinado por un Brasil que estaba en dictadura, pero era más ajeno para nosotros. Y, por otra parte, era un país maravilloso entonces. Ya habíamos ido varias veces a Brasil y abierto un camino de trabajo, etcétera y habíamos conocido un lugar maravilloso que se llama Bucios, que significa caracoles, una playa descubierta y promocionada por un diplomático submarinista argentino que llevó a Brigitte Bardot a pasar una temporada ahí. Conozco Bucios, descubrimos Bucios y la primera etapa la vivimos en Bucios.

En esa etapa, te afianzas como profesor de guitarra. Además te habías formado en la Berkeley College of Music, un centro de referencia como la Julliard en Nueva York.

De Brasil, me voy en el 76 y paso ese año entero en Boston, porque descubro que, si quiero seguir siendo músico, tengo que formarme. Yo, que siempre me venía dedicando a la pedagogía, me di cuenta de que para ser un pedagogo tengo que saber más y entonces, con el riesgo de perder mi pareja y un presupuesto de músico pobre, me voy a Boston. Logro allí lo que quiero, una formación importante que me permite después escribir. Tengo dos textos publicados técnicos, Tratado de Armonía. El tratado de armonía es como la Biblia de los escritores. A mí, a una edad inapropiada, 50 años, me encarga Recording que es la editorial de Verdi, me encarga un libro de armonía. Y yo con ingenuidad les digo que sí. Me preguntan “cuánto vas a tardar en hacerlo”, digo un año y medio. Al final fueron seis años, pero el libro de armonía es muy comprometido, donde se dice “esto es así, pero puede haber muchas otras maneras de llegar…”.

Después de esta existencia ambulante, errática y blusera, en 1989, desembarcas en Madrid, tu cuartel general.

En 1988, mi mujer y yo nos damos cuenta de que no podemos volver a adaptarnos a una sociedad tan distorsionada, por decirlo de manera leve, como es la Argentina, como era la Argentina que fue y lamentablemente sigue siendo, o sea con problemas estructurales de educación y de creencia de no creencia en el trabajo, etcétera. Veníamos de Brasil, donde nos había ido muy bien y nos habíamos ido por la recaída patriótica. Yo me encontré además, como músico de 60 y pico y 70 con toda la avalancha del 80, con una estética totalmente diferente, una música diferente, una temática de ninguna manera vinculada a la temática de protesta ni de relación ni de nada nuestro.

La industria va ganando posiciones…

La industria ya había ganado, ya había fagocitado, y en la Argentina se había terminado la dictadura. Había votado democracia. Los chicos que ahora eran adolescentes y consumidores de música no querían ni oír hablar del pasado. No querían oír hablar de persecuciones. Querían divertirse, drogarse…

En plan escapismo

En plan escapismo total. Deciden que la música nuestra y de nuestra generación, nuestro mensaje, son marrón, una “pálida”. Lo que aquí es un “marrón” allí es una “pálida”. Empiezan a rechazar mi música, rechazan nuestra música, no se escucha por ninguna parte. Nuestra estética es descartada, un rechazo justificado porque esos chicos se habían criado en un ambiente y en una realidad opresiva: Querían vivir de una manera diferente. Nosotros ofrecíamos un permanente flashback de conciencia. ¿Qué conciencia? Yo lo que quiero es follar, quiero drogarme, quiero bailar, no, no viejos de mierda. Ya está, ya pasó. A mi mujer, siempre empresaria y diseñadora de modas, muy trabajadora y emprendedora, le había ido estupendamente bien en Brasil. Comprende que en la Argentina no puede desarrollar su trabajo, porque lo único que vale es manejar el dinero. Entonces mi mujer se enferma de estrés. Nos separamos un montón de veces y además se vivía una vida de promiscuidad, parecida a la que se podría haber vivido en el Berlín del año 40 o en el Sarajevo de la guerra de los Balcanes. Bombardeos durante el día y descontrol durante la noche. Entonces mi mujer me dice “si me quedo, me muero”. Hablamos con los hijos. Yo tenía todavía cosas pendientes y tenía que completarlas. Primero pensamos en Barcelona. Después descubrimos que el idioma es una barrera infranqueable, porque mi hijo estaba estudiando en la universidad y tenía que aprender catalán. Y vamos a Madrid, al centro de Madrid. Inicialmente mi mujer, con su espíritu de empresaria exitosa de mod,a se instala en una calle pija cercana a Colón. Dura pocos meses y ve que es insostenible. Se muda a Huertas. Yo tardo unos cuantos meses en venir y lo describo en un tema que se llama “Mudanzas”.  

Expresas en la letra de la canción algunas dudas…

Había una cosa segura: en la Argentina no podíamos quedar, porque habíamos perdido felizmente el tren, ese tren que todavía subsiste en la Argentina a pesar de la destrucción de la vía férrea. Esa manera de vivir ha marcado, yo diría, los últimos 40 ó 50 años de la evolución idiosincrática de los argentinos hasta llegar al punto actual, que es surrealista, absolutamente surrealista. No voy a entrar en detalles. Es como un síndrome que se produce desde el nivel más alto del poder hasta el último mendigo que hay en la calle. Es una patología de la especie. Ahora estoy leyendo un libro de Arsuaga “La Especie Elegida”, donde dice que hay variaciones en la especie que se producen por aislamiento y el argentino es un miembro de una especie que por razones no meramente geográficas está aislada. Compras un periódico en Buenos Aires y hasta que no estás en la página nueve no hay una noticia del exterior.

Peligrosamente endogámico…

Totalmente endogámico en lo geográfico y ombliguista. Con ese panorama y lleno de dudas, el chip lo tuve que cambiar enseguida. A los cinco o seis meses, me presentan una escuela creativa. El dueño estaba desilusionado de su emprendimiento. Hacía cinco años casi que había abierto la escuela, ahora en Malasaña, que estaba en Cuatro Caminos. Tenía 40 alumnos y habían estado allí Horacio Icasto, Connie Field, gente muy buena, y los había perdido. Llego yo, le gusta mi currículum me abre las puertas y crea un puesto para mí. Me hace jefe de estudios. Me paga en negro un dinero que era poco, pero ya me estaba ganando dinero, y me entusiasmo con el proyecto. Traigo varios argentinos y uruguayos como profesores. Trabajo mucho. Por primera vez en mi vida aprendo a trabajar y a ser puntual y todo lo demás. Me europeízo, porque aunque digan que Europa empieza en los pirineos, pues no, empieza aquí. Una oportunidad impagable de construir. La vocación pedagógica siempre fue para mí tan importante como tocar. Soy un apasionado por la enseñanza.

¿Por qué? ¿Te da miedo que se pierda algo, por la pasión de contarlo o porque ves que hay necesidad para que no se vaya la música hacia el reguetón?

Hay una tradición que debe venir de paleolítico, que es la transmisión del artesano al aprendiz. Eso es lo que ha permitido conservar la cultura, incrementarla. Yo lo descubrí por casualidad, porque empecé a enseñar y enseguida me di cuenta de que me gustaba y que no sentía egoísmo.

Entras en varios grupos, como Noches de Blues y Claudio Gabis Cuarteto, y en 1995 publicas “Convocatoria”, tu primer disco en solitario.

Tengo otros dos discos en Argentina y en solitario. “Claudio Gabis y la Pesada”, de 1972, y Claudio Gabis solo, 1970. El tercer disco es doble, “Convocatoria”. Con Alejo Stivel y mucha presencia de Calamaro y grandes voces de Argentina y España, porque yo no canto.

En ese disco, Alejo y yo, él como productor y yo como coproductor asociado, conseguimos establecer un puente que creíamos entre las dos orillas, que pensábamos tendría continuidad, que se abría una puerta unívoca, no solamente norte a sur, sino sur a norte, que iba a ser fructífera y no se iba a cortar. A mi juicio, no se consiguió.

Hubo un intento, que fue el disco Enemigos Íntimos, de Sabina y Fito Páez, un fracaso humano en comunicación entre ambos y no tiene trascendencia.

Unas cosas funcionan comercialmente y otras funcionan artísticamente.

Esta parece qué no funcionó de ninguna de las maneras.

Inminente gira por Argentina

Claudio Gabis ha vuelto a Argentina una docena de veces para actuar ante públicos que aclamaron sus obras durante décadas. Lo ha hecho de forma guadianesca hasta 2023, su última visita hasta ahora, en la que organizó una veintena de conciertos. En 2019, no pudo visitar su país porque “había una situación económica muy mala”, y en 1920, la pandemia impidió nuevamente el regreso, mientras que los dos años siguientes lo imposibilitaron cuestiones familiares. Esas tourneés las “voy a reeditar ahora, a partir de julio. Indica que “ahora retomo con una gira de 25 conciertos, más otro tanto de charlas”. El viaje está previsto para finales de julio y el empuje de “El Eternauta” estimula la demanda de entradas. “Hay una cosa que tengo clara y es que soy profesional. He elegido que la pasión de mi vida me proporciona además mi sobrevivencia. Y me parece fantástico. No es ni mejor ni peor que un amateur, pero un profesional vive de lo que hace. Si además ese profesionalismo se toma de una manera ética, de manera auténtica, cultural y artística, realmente vivir de lo que uno hace, me parece de lo mejor que uno puede pedir”, explica,

Sobre este primer concierto suyo en la era Milei, recuerda Gabis que “siempre he concebido a los políticos como funcionarios y no como héroes”. Y añade: “Nunca he creído que un político era un benefactor de la humanidad ni un líder. Siempre lo he concebido como funcionario. Lo que me interesa es que sean buenos funcionarios. Así pude hacer cosas con los Kirchner, sin ser kirchnerista. Pude hacer cosas con Macri sin ser macrista, y con tres o cuatro tendencias políticas más con las cuales nunca me he enrolado”. “Recuerdo cuando me presentaron a Kirchner. Yo estaba viendo a un funcionario que cumpliría las funciones de político de presidente de la nación. Simpático. Y pensé: “qué bien que atiende”. Lo mismo me pasa con todos. Está claro que algunos me gustan. Estos no, pero claro, lo que no puedo evitar es, después de cada viaje, tener una visión de cómo van las cosas. Así que a mi vuelta te cuento”, concluye.

 

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