Doin´ Our Kind: Tres décadas de un disco clave para nuestro blues

   Veinte años quizá no sean nada, pero los treinta que cumple en septiembre de 2021 el disco Doin´ Our Kind representan un hito esencial en el devenir del blues patrio. Recoge interpretaciones -tanto de clásicos como de cuatro composiciones propias- que no caben en ningún traje, que no se dejan encorsetar porque se proyectan en todas las direcciones, que se asoman al jazz, al country o al vodevil, que siguen las ramificaciones de la música del Delta por insospechados caminos fluviales de la mente. Estamos ante un elepé más estrambótico que heterodoxo, pero sobre todo constituye una obra clave para la historia del género en nuestro país.

   Su relevancia se debe al momento pionero de su aparición y a la inmarcesible frescura en su ejecución. Son 17 cortes casi inclasificables. Siete de ellos no alcanzan los dos minutos y operan como ráfagas musicales que dejan ganas de más. Muchas vocaciones blueseras en este país surgieron gracias a este Doin´ Our Kind, que podría traducirse como “A lo Nuestro”. Supuso un salto cualitativo: “Éramos muy noveles. Pasamos de tocar en la calle a grabar en un estudio. ¡Eso impone!”, dice Scarpa, quien junto a Ñaco Goñi firmó la puesta de largo discográfica del dúo.

   Cambayá Records produjo y comercializó este álbum. Se grabó en cuatro pistas en un estudio de Antequera, Málaga. Recuerda Scarpa que “Ñaco conocía el lugar y propuso grabar allí. Uff, hacía muchísimo calor!”. Decir que no sobraban los medios resulta un eufemismo con las patas muy cortas, pero entusiasmo había para dar y tomar. El hombre clave para la producción de esta obra se llama Antonio Blanco, acompañado por otros pioneros del género. Se trata del primer sello en nuestro país dedicado en exclusiva al blues y entre sus registros están los de Algeciras Blues Express, Bluésfalos, Blues Boys, Tonky Blues Band… Pura historia del género madre en España.

«Yo llegaba al estudio, que estaba en Antequera, me encontraba al técnico de sonido y al de la discográfica esperando y para ganar tiempo, metía cosas yo solo como el Love With A Feelin´ o el Satan Takes A Holiday, que iban en otra onda.»

     La portada del estreno discográfico de Malcolm Scarpa y Ñaco Goñi (tanto sopla, sopla tanto, Isabel como Fernando) consiste en cuatro fotos que recuerdan a las fichas policiales: cada uno aparece de frente y perfil. Nadie en sus cabales dejaría a su hijo al cuidado de esa pareja trasnochada, pero quizá la criatura pudiera gozar salvajemente con estos blues muy libérrimos. En la contraportada, cinco fotos de los protagonistas por separado más otra de grupo que destila (nunca mejor dicho) la juerga del trabajo musical y el calor asfixiante que reinaba en el estudio. En 1991, Malcolm ya suma 32 años, una edad considerable para un debut discográfico. Las fiestas se sucedieron durante las sesiones de grabación y se desató un clima creativo que dio a luz un grandísimo álbum de blues, pero que no es solo un disco de blues.

   Ambos músicos despliegan una amplia horquilla de sonidos y muestran horizontes jazzísticos o de country o de sonidos propios de los espectáculos de variedades. El blues es un punto de apoyo en Doin´ Our Kind, una palanca, un trampolín para saltar a otros territorios con las mejores raíces posibles. Acompañan a Goñi y Scarpa grandes instrumentistas bajo el paraguas de “Los Jokers”. “No era un grupo fijo. Se formó con los músicos que estaban libres en ese momento”, rememora el coautor. Las guitarras están en manos del maestro Francisco Simón, que también se ocupa del bajo, la percusión y algunas voces. A la batería, coros y sirena policial se encuentra Steve “Bill Hilly” Jordan. Otros músicos arriman el hombro en algunas piezas.

   El primer corte se titula Carmen By The Sea. Los Jokers inyectan sus dosis eléctricas para una exhibición de fuerza repleta de detalles que evidencian talento callejero. Esta composición en inglés (el único idioma que suena en el disco) se debe a Scarpa y derrocha energía. Acto seguido aparece Big Boss Man, también caracterizada por un ritmo trepidante y otras cualidades rabiosamente jóvenes. Sincopada y con una armónica saltarina, permite apreciar la riqueza de registros y la perfecta compenetración de ambos socios. Drunken Heart Man, el clásico de Robert Johnson, vibra con especial emoción en este disco. Tras un punteo lleno de intensa profundidad, toma los mandos la voz arrastrada, no, mejor dicho, la voz arrastradísima de Malcolm Scarpa, apuntalada maravillosamente por los fraseos de armónica también arrastrados, no, arrastradísimos de Ñaco Goñi. La versión se estira con parsimonia hipnótica y deviene en una interpretación a la que Johnson sonreiría con pícaro agradecimiento.

   Así se adentra Scarpa en el género del Delta: “Mi hermana Rosa compraba los discos de los Beatles y a mí me gustaban los Rolling Stones. Un día apareció con un disco de Big Bill Broonzy y desde entonces lo que más me ha gustado es el blues, el acústico, el eléctrico no me gusta”.

   The Clown es pura improvisación de Ñaco Goñi, un virtuoso admirable desde hace décadas. La broma dura un minuto que parece infantil, porque el armonicista actúa como esos niños que enseñan atropelladamente todos sus juguetes ante la visita de un amiguito. En sesenta segundos muestra virguerías a toda pastilla para dejar claro en el disco que se lo sabe todo, que ha aprendido todas las lecciones de ese aparatito tan fundamental para el blues. Elvia Aguilar abre con un piano soberbio de Sloppy Drunk (a estas alturas, la mitad de las canciones ya están dedicadas al alcohol), de Jimmy Rogers (sin la letra “d”). Poderío sonoro y ejecución perfecta para este delirio dipsómano. En otra galaxia se mueve la siguiente canción, About And Old Cliche, un cambio de registro abrupto que solo encaja en mentes abiertas. Es composición de cosecha propia y se puede calificar de “rara de cojones”, con acordes bizarros, deslavazada y desganada, pero de hipnótica belleza. El country Long Gone Lonesome Blues, “se reconvierte en un shuffle con concesiones rockeras”, según se publicó en Focus On, de Caballero Reynaldo.

   La técnica yódel es rara en nuestro país, pero constituye un fundamento de la música americana. Malcolm siempre ha preferido el estilo de Hank Williams (“Jugaba con el falsete, saltando de una octava a otra”) al de Rodgers (ahora sí con “d”) y en la canción da rienda suelta a su capacidad técnica con la voz. Otro clásico sigue al anterior: I Can´t Be Satisfied, de Muddy Waters. La despachan en dos minutos, pero sacan todo el jugo a un tema inmortal. La energía más eléctricamente rockera está en Buzz Me (grabada originalmente por Louis Jordan, allá por 1945). Los Jokers se emplean a fondo, con una armónica que domina el cotarro, hasta ceder el paso a Laughing In Rythm (Slim Gaillard, a “quien gustaba jugar con la musicalidad del español”). Algún disco atribuye la composición a Sidney Bechet. El sonido del Delta se aprecia perfectamente en Rattlesnaking Daddy (composición de Blind Boy Fuller). Los Jokers unen fuerzas para versionear un blues de 1935. Guitarras cruzadas de Francisco Simón y Scarpa, más la armónica de Ñaco. La envolvente voz de Malcolm serpentea a lo largo de la melodía.

«Para mí siempre ha sido igual de importante el significado de las palabras como su sonoridad, a veces incluso más esta última.»

   La querencia por los ofidios de dúo les llevó a incluir también en su repertorio en muchas ocasiones Black Snake Moan, de Blind Lemon Jefferson. No puede haber disco de blues sin presencias diabólicas, aunque sea una ráfaga de unos segundos. Satan Takes A Holiday (de John Cali, un guitarrista de blues, blanco de los años treinta, en la órbita jazz, y Tony Guttoso, aunque es una versión tan propia que podría corresponder a otro título igual de Dorsey) aparece con ropajes a lo Johann Sebastian Bach, y demuestra una habilidad con las seis cuerdas digna de mención. La armónica de Goñi en Mop Mop arropa todo el camino de esta pieza festiva. Los músicos actúan como una máquina perfectamente engrasada para recordar nuevamente a Louis Jordan, considerado el padre del Jump Blues (una mezcla de jazz, blues y boogie woogie). Le llamaban the King of Jukebox y cosechó muchos éxitos, uno de los cuales rescatan Scarpa y Goñi aquí. Harmonica Rag es una viejuna composición de Chuck Darling, uno de los maestros pioneros de la armónica blues. Minuto y medio delicioso, un suspiro durante el que dan ganas de bailar, cruzar las piernas a lo shuffle y salir a quemar la ciudad. Un divertimento para los que aprecian a los clásicos. Es el corte favorito de Scarpa.

   Nuevo cambio de rumbo cuando llega Love With A Feeling, una balada country de Hank Williams, que se viste de jazz y trae aromas a lo Django Reinhardt. El finísimo y estilizado sonido se explica por la espléndida guitarra y una voz de poderosas inflexiones. Propia de una taberna oscura de los años cincuenta, su impecable ejecución en un suspiro que dura 90 segundos traslada a otro tiempo, en concreto a un tiempo mejor. Going Back Home se grabó a una hora intempestiva para cualquier bluesero como puedan ser las diez de la mañana, tras una juerga nocturna de cuidado; en plena resaca el dúo unió sus lamentos de forma admirable para honrar la inmortal obra de Lightnin’ Hopkins: “Goin´ back home, Just as soon as God Break day Goin´back home, Just as Soon the good Lord Break a day, Whoa, you know, this ain´t no place for me…”. La brillantísima armónica abre paso a los tímpanos hasta llegar a la voz más oscura de Malcolm. Es una de las más extensas. Perfecta, precisa y de una sencillez nada simple.

   Malcolm y Ñaco imbrican sus sonidos hasta sobrecoger al más pintado. Solo las miles de horas tocando juntos en el metro explican esa complicidad escalofriante al abordar el standard. Treinta años más tarde, el blues no se ha alejado de sus pasiones: “Me gusta mucho, es lo único que escucho”, sentencia Scarpa.  Jenny’s Bluesy Line se puede describir como un rítmico blues experimental, distinto, raro, grandioso. La mujer a la que se dirige la canción, la tal Jenny, es real, de Ciudad Real, valga la reincidencia en la autenticidad. Cuando transcurre un minuto, la canción abandona el sendero rural y entra en otra dimensión de autopista, rockera, y por alguna rendija se cuela una ráfaga de música dentro de otra música. Opera como un brote de esquizofrenia de la buena y se eleva hasta genialidad absoluta. Tres décadas escuchándola y aún no es posible descifrar la grandeza que alberga en su totalidad. Y todo en un par de minutos.

   Cuando Scarpa rememora el disco que estos días otoñales cumple tres décadas no titubea al juzgar su estreno: “Creo que no es uno de mis mejores discos. No le doy mucho valor. Se nos ve muy verdes”. Doin´ Our Kind, la obra inicial de Scarpa y Goñi, se vende tanto en aquellos tiempos como las biblias protestantes en el Pozo del Tío Raimundo o en las 3.000 viviendas sevillanas. Habrá que esperar siete años hasta que Scarpa vuelva a sacar un disco, porque, más que salir a buscar movimiento comercial, ambos esperaban a que les llamaran y la palabra productividad no existía, ni existe, en su vocabulario. Cosas de genios.

Texto Miguel López

Fotos Ana Hortelano y Joaquín García Aguado

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