Los bares americanos donde nació el jazz

Los bares americanos donde nació el jazz

El jazz urbano acompañó y estimuló el crecimiento de algunas grandes ciudades americanas como Nueva Orleans, Nueva York y Chicago. Las semillas sonoras del género habían acelerado su viaje hacia las urbes en los años veinte del siglo XX de forma similar al traslado del blues desde las plantaciones del Delta, tras la diáspora masiva de los afroamericanos. Algunos bares de esas ciudades fueron cruciales para incubar un jazz emergente que captaba la energía de la vida moderna en las calles y barrios.

Los primeros clubes americanos de jazz alcanzaron de inmediato un eco tremendo entre las vanguardias urbanas. En esas catacumbas de la modernidad, se fraguaba un impulso vital que recogía el latido de las grandes ciudades, concentraciones humanas que se multiplicaron a partir de los años veinte y treinta del siglo XX. Estos garitos eran santuarios de la experimentación musical. Ahí se cocían los nuevos ritmos y el baile se mostraba como la parte más visible de una ola que arrastró al jazz en los años cuarenta y cincuenta hacia territorios de gran relevancia social.

Los bares americanos donde nació el jazz.

El mundo cambia velozmente esas décadas. Los receptores de radio ya presiden los hogares en todo el país y, una vez conquistada la hegemonía como medio de masas, emiten la banda sonora de una expresión cultural en ciernes. Proliferan los programas con presencia de los valores en alza: Glenn Miller, Woody Herman, Count Basie o Tommy Dorsey, con patrocinios habituales de marcas de tabaco. Un programa destacado es Milkman´s Matinee, de Boston, por las elevadas dosis de jazz entre su programación y la extensa duración de la oferta radiofónica: fue la primera emisora del mundo que emitió las 24 horas del día.

La música se propagaba por doquier: el automóvil, los bares, clubes y teatros, o las calles y fiestas, hasta estar omnipresente en la vida cotidiana de América. Esa intensa y extensa experiencia sensorial influirá sobre los jóvenes y sirve como brújula creativa para el futuro.

Los estudiosos indican que el padre fundador del jazz podría ser “Buddy” Bolden (1887-1941), pero lo seguro es que la primera partitura del género firmó Jerry Roll Morton (1890-1941). Explica el escritor Ted Gioia que Morton “se deleitaba en compañía de chulos, prostitutas, asesinos, tahúres, jugadores de billar y traficantes y delincuentes de diversas clases, llegando incluso a depender de algunos de estos negocios”. Este pianista contaba que en Nueva Orleans los mejores días coinciden siempre con los funerales: los músicos comían y bebían gratis al concluir los entierros. El pionero Morton insistía en que “si no se consigue poner dejos españoles en las melodías, nunca se tendrá lo que yo llamo el aliño adecuado para el jazz”.

Los sicilianos y judíos dominaban los negocios turbios en Nueva Orleans a comienzos del siglo XX. En 1917, las autoridades clausuran Storyville, el barrio donde los músicos expanden su innovación artística. Los poderes locales utilizan como excusa los homicidios y enfermedades venéreas que salpican a la cercana base naval. Los expertos apuntan que la Marina se alió con la oligarquía local ante el temor que despertaba la ambición de los mafiosos. En ese distrito de Storyville, la prostitución y el juego habían sido legales entre 1897 y 1917. Y putas y apuestas forman el hábitat ideal para la proliferación de músicos. Louis Armstrong (1901-1971) vendía a los siete años de edad carbón a las prostitutas del barrio. Llegan a la ciudad oleadas de pianistas, cantantes y bandas que asientan un inédito tipo de fondo sonoro en burdeles, bailes y casinos. Cuando se consuma la expulsión de los vecinos, las autoridades destruyen el barrio e implantan operaciones urbanísticas la mar de modernas. Los músicos se mudan a otras zonas como Faubourg Tremé o al colindante barrio francés.

Los bares americanos donde nació el jazz. StoryVille New Orleans

El cerrojazo al barrio Storyville y a sus cientos de bares, cálido entorno para los músicos de Nueva Orleans, aceleró el fenómeno migratorio. Ese cierre hizo que, al comenzar los años cuarenta, los músicos y escritores conviertan Nueva York en la capital de sus sueños. En ese hábitat indescriptible se desarrolla el momento de mayor poder musical de la ciudad y proliferan los maestros de jazz. La música urbana florece en Manhattan como en ningún sitio. Es el sitio perfecto en el momento exacto. Los sonidos de la metrópolis impactan a los urbanitas ávidos de sensaciones: vendedores de periódicos, graznidos de gaviotas, campanas de iglesia o el traqueteo de los trenes. El rugido de Nueva York se funde con los saxos, pianos y percusiones que se afianzan noche tras noche en los locales musicales. Son sesiones hipnóticas que atraen a los jóvenes en busca de emociones fuertes.

Los músicos de jazz se concentran cerca de la calle 52, donde se aglutinan los mejores locales, entre la Quinta y la Sexta Avenida, como el Birdland, donde actuaba con regularidad Lee Konitz. Esa zona se alza como el epicentro de reunión para varias docenas de instrumentistas negros que forjan el mapa sonoro para los tiempos venideros, con arreglos sugerentes que atraen a más aficionados, que a su vez se suman a esa incipiente revolución que pronto se llamará bebop. Y muy importante: el público disfruta atentamente de la música y deja de bailar en la pista.

Los nombres míticos se amontonan. El Apollo Theater, en el barrio de Harlem, era entonces (aún se mantiene en activo) lo más parecido al paraíso de los nuevos sonidos. Se abrió en 1914 y allí tocaban luminarias como Billie Holiday, Duke Ellington o Jimmy Lunceford, saxofonista al mismo tiempo que director de orquesta de jazz, y se vivían epifanías cotidianamente al descubrir el poder de improvisación que atesoran los músicos afroamericanos.

Otro bar para la historia es el Cotton Club, fundado en 1920 y también en Harlem. Duke Ellington actúa allí en otoño de 1927. El aforo del legendario local ronda las 500 personas, con bailarinas y mafiosos que pagan con gusto 14 dólares por una botella de whisky. Una noche, un gángster recién salido de la cárcel pide al músico que interprete Singing in the Rain. El “Duque” no presta mucha atención y sigue su repertorio prefijado, pero el encargado se percata del peligro y le urge a atender de inmediato la solicitud. El maestro palidece. Acto seguido la banda se pasa más de una hora tocando sin parar la melodía que deseaba el mafioso. En otra ocasión, el propio Al Capone intervino para frustrar un secuestro inminente cuyas víctimas previstas eran precisamente Ellington y el bailarín de claqué Bojangles Robinson.

Glenn Miller se erige algo más tarde como el músico más popular del país. Nadie vende tantos discos como este trombonista y director de orquesta entre 1939 y 1942, pero afloran simultáneamente talentos negros como Fletcher Henderson, menos reconocido.

Café Society abre sus puertas en diciembre de 1938, duró diez años y es el primer night club mixto para blancos y negros de Estados Unidos. El fundador del local, Barney Josepson, insistió a Billie Holiday para que estrenara allí su canción Strange Fruit. Los historiadores cuentan que el público enmudeció al escuchar la interpretación. Paso casi un minuto hasta que se escuchó un atronador aplauso. Café Society, título de una película de Woody Allen, se ubica en Greenwich Village.

También menudean otros clubes en Harlem y el Village. Los años cuarenta y cincuenta son de efervescencia rítmica, al calor de un crecimiento económico desbocado en la ciudad de los rascacielos. El jazz se convierte en sinónimo de modernidad, en símbolo de fuerza liberadora para miles de jóvenes inconformistas. Los estilos del jazz se adentran en la sensibilidad incipiente e inspiran una voz propia, que crece hasta engendrar cierta fórmula distintiva. Los solos que improvisan los músicos son fruto de un tiempo frenético al que se suman con entusiasmo nuevas levas de aficionados.

El swing entra en tromba en las salas de baile tras una presentación histórica de Benny Goodman (1909-1986) en el Carnegie Hall, en 1938, una sesión que marca un antes y un después en este género que impacta a la sociedad estadounidense. Esa banda cambia el curso musical con nombres como Lionel Hampton, Teddy Wilson o Johnny Hodges, entre otros gigantes. Surgen en las calles neoyorquinas otros nombres para la historia, como los citados Duke Ellington o Count Basie, durante el periodo de irrefrenable expansión jazzística. Avanzan a grandes zancadas y dibujan la prehistoria de lo que viene. Se amontonan los genios innovadores, y no solo en las artes musicales. De forma simultánea y cerca de allí, el pintor Jakson Pollock altera las disciplinas plásticas y se suma a las corrientes cruzadas que cambian las formas de arte vigentes. El bebop y el expresionismo abstracto coinciden en el tiempo y en la ciudad de Nueva York.

La eclosión musical se produce en los locales más vanguardistas. La popularidad de los ritmos emergentes se extiende de costa a costa, gracias en buena medida a las transmisiones de radio que dan cobertura a la orquesta de Goodman. Las emisoras ya actúan como una fábrica de estrellas y el swing vive años dorados en los que se unen talento y vigor comercial. La cultura americana cambia a toda velocidad. Y el país aún no lo sabe.

El fenómeno trasciende lo musical y los más inquietos abrazan el jazz como estilo de vida desafiante. El clarinetista y director de orquesta Goodman (popularmente el Rey del Swing) rompe las barreras con osadía. Es el primer director de raza blanca que da entrada a negros en su orquesta y además se niega a tocar en los estados que imponen la segregación racial.

Artie Shaw, Count Basie, Glenn Miller o Benny Goodman eran hijos del swing, el preámbulo del bebop. La Segunda Guerra Mundial llama a la puerta y cambia el panorama radicalmente. El esfuerzo bélico conlleva la lenta desaparición de las big bands por los impuestos a los salones de bailes. Se racionó hasta el vinilo y las grabaciones eran raras. En un movimiento paralelo, los negros emigran masivamente hacia las zonas industriales del norte y los ritmos llegados desde el sur toman posiciones a gran velocidad en los núcleos industriales más pujantes. La alianza entre nacientes formas culturales y las nuevas camadas tras el fin de contienda bélica lo cambiará todo en poco tiempo.

Pero es a finales de los años cuarenta, con el ascenso imparable del bebop, cuando las formas musicales modernas se transforman en el ariete de las nuevas generaciones para mostrar su rebeldía y derribar el viejo régimen. El rechazo a lo convencional, a las normas sociales, sexuales o culturales, al racismo o al materialismo, dan cuerpo a inéditas expresiones contestatarias tras el final de la II Guerra Mundial.

La música alcanza un poder inédito y solo es la punta del iceberg. La celeridad y energía de la vida moderna en las ciudades es el alimento de los jazzmen. La capacidad de improvisación define a los más grandes, como Sydney Bechet y Louis Armstrong. Precisamente el scat singing nace en una grabación de Armstrong & The Hot Five, en 1926, cuando las hojas con la letra que interpreta caen al suelo y el trompetista lanza sílabas a lo loco, imitando el sonido instrumental, mientras recoge los papeles desparramados; otra versión atribuye ese nacimiento del scat al cómico Joe Sims. Esta belleza improvisada, entregada al azar, es una técnica fundamental del jazz y brota como desafío a las leyes de la armonía convencional. La nueva hornada prefiere experimentar con la tradición antes que conservarla.

Proliferan en los años cuarenta las bandas formadas por blancos. También son frecuentes los conciertos en los programas de radio: un suflé que crece imparable en los años cincuenta. Se consolidan además publicaciones especializadas, como Metronome o Downbeat, de los años treinta y cuarenta del siglo XX, donde aparecen artículos sobre la música popular y se organizan votaciones para elegir a los favoritos del público.

El mundillo musical de La Gran Manzana sufre una sacudida de intensidad ocho en la escala Ritcher cuando irrumpen genios como Charlie Parker (saxofón), Dizzy Gillespie (trompeta), Kenny Clark (batería) o Thelonious Monk (pianista). Construyen un inédito lenguaje musical, algo nunca oído. Un puñado de locales, como el Milton´s o el cercano Monroe´s Uptown House, cambian de piel y se convierten en laboratorios musicales, en espacios para experimentar con sonidos. Empieza a forjarse el vocabulario del bebop. Y allí no se competía. Se buscaba una expresión común y compartida. Sonaba como la música afroamericana, pero a mucha mayor velocidad, con emociones a flor de piel y un ritmo muy particular. Son tiempos de cohetes, satélites, coches y aviones ultrarrápidos. La velocidad ambiental se traslada a la música. Todo se torna más complejo y veloz. Muchos artistas se sumen en un estado de rebelión y se alían frente a un enemigo común: el racismo.

Rompen con estructuras previsibles, escalas estereotipadas o ritmos trillados, y se organizan en pequeños grupos muy libres que contrastan con las rigideces de las big bands. Otro rasgo rupturista es que no resulta sencillo bailar eso tan raro que ofrecen. Charles “Bird” Parker (1920-1955) sobresale como modelo: fuerza tremenda e incisiva que se entrega a la espontaneidad del instante. Los ritmos musicales afroamericanos abren la puerta a la improvisación, a veces con un dinamismo y una fluidez fuera de lo común. Pura pasión y desinhibición. Parker busca la naturaleza que cabalga sobre viejos temas populares, procedentes de la tradición comercial. Quiere agitar las formas de expresión dominantes y acercarlas al momento histórico. El músico busca fundirse con el instrumento mediante inflexiones y fraseos, en pos de conectar ideas. Charlie Parker llega a la calle 52 en septiembre de 1944 para actuar en Three Deuces, otro templo musical. Artistas como Max Roach o Bud Powell se suman a esa corriente innovadora. También Lester Young, conocido como “Prez”, incrementaba bolo tras bolo su expresividad. Era el campeón de los héroes underground.

Más nombres. El saxofonista Lee Konitz está entre los pioneros que impulsan el free jazz. Tocó con Miles Davis y convierte la improvisación (modalidad A Salto de Mata) en un principio ideológico. Sale a la caza y captura de ideas no preconcebidas que le hacen saltar luego a otras y a otras y a otras. Konitz lo había aprendido del trompetista Davis, quien solía repetir a sus colegas Sonny Rollins, John Coltrane o Bill Evans: “No toques lo que ya conoces; toca lo que ignoras”. Eso era exactamente lo que pasaba en los bares donde nació el jazz.

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