Chris Isaak y Nikki Lane, jackpot de Leyendas en Bilbao

Segunda jornada de la séptima edición del BBK Bilbao Music Legends Fest, por segundo año consecutivo en su nueva ubicación, el Bilbao Arena en vez del fantástico Centro Ola BBK en Sondika. El formato, una cuidada programación y el lugar elegido por el el festival siempre perfectos para ofrecernos una tarde-noche atractiva, sin grandes agobios ni aglomeraciones con un cartel espectacular y todo el papel vendido, liderado ese sábado 24 de junio por Chris Isaak, Nikki Lane, The Waterboys y Luke Winslow-King junto a Roberto Luti, con la cancelación de Canned Heat a última hora

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Winslow-King y Luti, Luti y Winslow-King. Uno de Cadillac, Michigan, otro de Livorno, Italia. Llegaron a Bilbao dispuestos a liar una buena y más tras cancelar Canned Head su participación en el festival, ambos en formato acústico abrieron casi a las seis de la tarde una nueva edición del BBK Bilbao Music Legends Fest. Como dice un buen amigo nuestros, lo que unió Nueva Orleans, que no lo separe el hombre. Luke Winslow-King y su infalible escudero, Roberto Luti presentaron el último trabajo del norteamericano, el sensancional «If these wall could talk», lanzado el año pasado animando a las masas con los ritmos de New Orleans y los hechizos del blues a través de esa transición desde el jazz, y la música americana de raíces.

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Magníficas melodías, y maestría slide de primer nivel por parte de ambos que repasaron este séptimo álbum con música perfecta para conducir con la capota del descapotable de tu coche favorito hacia cualquier lugar. Fueron desfilando una tras otra, «Slow Sunday June, Watch me change, Have a ball o Lissa’s song» una hermosa canción escrita por ambos que honra la vida de la fallecida «Washboard» Lissa Driscoll, una cantante callejera de Nueva Orleans y ex esposa de Roberto. Todas esas canciones encontraron esa noche amplios terrenos y llenos de baches. Los paisajes musicales del concierto de Luke Winslow-King junto a Roberto Luti en Bilbao han quedado escritos con una soga en la garganta, voodoo, swamp y con whiskey y cerveza en mano. Fenomenales.

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Tras Luke, le tocaba el turno a Mike Scott quien ha estado al frente de una u otra versión de los Waterboys desde 1983 como el único miembro constante. Sin violín, pero con dos teclados y panderetas, abrieron su concierto rindiendo homenaje a los Canned Heat con el sempiterno «Let’s Work Together». Scott, en el centro del escenario  llama la atención con su presencia autoritaria y su forma de tocar la guitarra bajo la atenta mirada de su sección rítmica que lo mantenía todo con simpleza, pero con equilibrio  y que funcionaba de manera brillante, con solos de la vieja escuela y secciones instrumentales que nunca se sentían indulgentes, sino que simplemente construían esa atmósfera festiva y exultante.

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Sus mejores canciones tampoco han perdido nada de su valor y potencia. Golpeando una guitarra acústica de cuerdas brillantes mientras suenan «A Girl Called Johnny, The Pan Within, This Is The Sea, Glastonbury Song, Fisherman’s Blues, In my time on earth, We will not be lovers, And a bang on the ear y The Whole Of The Moon erizaban los pelos, bajo ese viejo misticismo cósmico folk rock mágico. 

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Los Waterboys nunca alcanzaron su potencial, pero sus primeros tres álbumes siguen siendo clásicos del género, aunque quizás no siempre en la mayoría de los caso, por razones predecibles, la gran música sigue siendo grande. En el folk rock. Magia a pesar de no ser una actuación redonda.

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Y entonces aparece Chris Isaak y todo adquiere un tono distinto. Entra en el escenario como una brisa suave, siempre elegante, de riguroso negro. Isaak no anda, sino que se desliza hasta el micrófono, y es cuando nos damos cuenta de que apenas han transcurrido segundos, y cantado las primeras notas, para tener a los presentes comiéndole de la mano. El escenario en esos momentos es terciopelo azul, la cerveza que te estás tomando se ha transformado en vino de primera categoría y la camiseta roída que te has puesto ahora es una camisa abotonada de seda, nos ha hecho subir a todos de categoría, porque Chris Isaak es justamente eso, otra categoría. Rezuma clase como clase desprenden sus canciones, temas que llevan sonando a clásicos desde el día en que fueron concebidos, Somebody’s crying, San Francisco Days, Blue Hotel, Baby did a bad bad thing, o la Wicked game que lo llevó al gran público hace ya casi cuatro décadas.

El californiano tiene de escuderos a su banda de siempre, donde sobresale el sublime guitarrista Hershel Yatovitz, la sección rítmica está formada por Roly Salley y el batería Kenny Dale Johnson, todos perfectamente compenetrados y contundentes de principio a fin en un espectáculo que se saben de memoria, aparte de participar de forma eficiente de la vertiente cómica de Isaak y sus recitales.

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La voz de Chris Isaak sonó perfecta, el cantante cuenta 67 primaveras y cada día parece cantar mejor, tal y como demostró en la parte acústica de la velada donde sonaron entre otras Blu Spanish Sky, la maravillosa Forever Blue y el himno Can’t Help Falling in love, coreado por un respetable entregado.

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Hubo tiempo para Roy Orbison porque siempre hay tiempo para Roy, en esta ocasión la elegida fue Pretty Woman. Casi hubo un momento especial para Leonardo ‘Flaco’ Jiménez, el acordeonista de origen mejicano y su música norteña, cuando Isaak terminó Can’t do a thing (to stop me) con ‘La tumba será el final’. Fantástico.

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Ya para los bises, y empapado en sudor, aparece Chris Isaak en su ya clásico traje de luces centelleante, y el público se vuelve loco. Ha sido una hora y media fabulosa, que nos ha recordado lo que debe ser el rock and roll, y todo de la mano de un músico de otro tiempo y su música atemporal. Eterno Isaak.

Para cuando el californiano ha abandonado el edificio, parece que algunos presentes también lo han hecho y no solo para buscar cerveza, sino para no volver. Seguro que hoy, cuando sus amigos le hablen de Nikki Lane se habrán arrepentido por no haberse quedado. Si Chris Isaak nos trasladó a un lugar sedoso y suave de sillones algodonados y copas servidas en cristal de Murano, con Mrs. Lane entramos directamente en el bar.

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De repente hemos parado nuestro destartalado coche en un bar de carretera, y en nuestras manos levantamos chupitos con los que brindar por el desamor, por la alegría de vivir y por la pasión en todas sus formas. Nikki Lane es todo eso y mucho más. A estas alturas sobran las presentaciones, sus discos y sus canciones hablan por sí solos, plagados de canciones atemporales. Su directo, que la ha llevado por nuestras tierras en las últimas semanas han dejado patente que estamos ante un animal de escenario como pocos. Y es que Nikki Lane no necesita más que salir, agarrar su guitarra y dejar que de su boca salgan las palabras para que caigas rendido, no le falta sobreactuar, Nikki va sobrada.

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Empezó su actuación ataviada en un traje oscuro de lunares y un sobrero de ‘cowgirl’, todo diseñado por ella. El repertorio que sonó fue el de sus dos últimos discos, Highway Queen y sobre todo el más reciente Denim & Diamonds, habiendo solo lugar para una versión, I Just wanted to see you so bad de Lucinda Williams.

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Lane es de esas artistas capaces de, aparentemente sin esfuerzo, mostrar dulzura, crudeza, diversión según le convenga al momento, y todo desde una naturalidad y pasión que casi nunca se tiene la oportunidad de ver. El sábado en Bilbao fuimos afortunados de poder disfrutar de alguien que es capaz de reunir todos los atributos interpretativos que se le deberían exigir a todo aquel que se sube a un escenario.

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Y es que Mrs. Lane se come el recinto y de paso se come a su propia banda, que estuvo a la altura con un Pere Mallén excelente como siempre junto a Jokin Salaverria and Co. y el espectador no tiene ojos para nadie más que para ella, y lo hace porque Lane tiene alma, porque Lane es rock and roll, porque la actuación de la Reina indiscutible de la autopista terminó con el Bilbao Arena convertido en un antro con la cantante vestida con un traje de cuero de dos piezas desgañitándose con su Black Widow, Denim & Diamonds y Jackpot.

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Más allá de su imponente presencia escénica, somos afortunados de poder contar con su música, de su puño y letra, música atemporal, como ese maravilloso Faded, o Good Enough, que según la propia Lane es su mejor canción, canciones que suenan a clásicos instantáneos. Para cuando se vacía el local está todo dicho, y alrededor solo queda gente boquiabierta. ¡Qué espectáculo!

Texto por  Patricio González Machín y Carlos Pérez Báez. Fotos y vídeos Patricio G. M. y Carlos P.B.

 

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